Con 94 años, Stanley Donen, que falleció el jueves 21, quizá era el último sobreviviente de los grandes directores de la “época de oro” de los musicales de Hollywood. Nació en Carolina del Sur en 1924, era fanático de las películas de Fred Astaire y empezó a estudiar danza cuando niño. Mientras trabajaba como bailarín y coreógrafo en espectáculos de Broadway conoció y trabó amistad con Gene Kelly, entonces en vías de afirmarse como una joven estrella. Y fue mediante la danza que pasó a la dirección: Kelly, que empezaba a actuar en cine, le pidió que se pusiera al lado del camarógrafo para contar los tiempos y guiar los movimientos, y muchas veces esas escenas eran creadas, coreografiadas y dirigidas por ambos. Por ejemplo, de Donen fueron la idea y la coreografía del clásico baile de Kelly con el dibujo animado del ratón Jerry en Leven anclas (George Sidney, 1945).

En 1949, el gran productor de musicales Arthur Freed, de la MGM, otorgó a Kelly (entonces con 27 años) y Donen (25) la dirección conjunta de un largometraje: On the Town (Un día en Nueva York), que se considera un hito en la historia de los musicales y que radicaliza la tendencia a prescindir de todo pretexto anecdótico-naturalista para las escenas de danza, y su integración en el desarrollo de la anécdota (los números musicales no son momentos en los que el tiempo anecdótico se suspende, sino que integran el desarrollo de la narrativa). Junto a momentos de un glorioso absurdo había otros de un pionero naturalismo, otorgado por las filmaciones (quizá por primera vez en un musical) en las calles neoyorquinas. También llamó la atención por prescindir de las coreografías de coro (sólo bailan las tres parejas principales). La música de Leonard Bernstein era de un refinamiento inaudito y el guion (debidamente premiado con un Oscar) era especialmente ingenioso. Esta regocijante exaltación de la felicidad y la belleza fue un éxito rotundo y le valió a Donen un contrato por siete años como director para MGM.

La película más famosa de Donen es Cantando en la lluvia (1952), que también fue codirigida con Kelly. La escena en la lluvia es el número musical más famoso de todos los tiempos. Esa película elevaba la exigencia de coherencia clásica e inteligencia en un guion de musical: es una gran comedia, con su mirada satírica al propio mundo del cine. Y Cantando en la lluvia es admirada no sólo en el ámbito del musical: apareció dos veces entre las diez mejores películas de la historia del cine mundial en las encuestas de Sight & Sound (en la más reciente, figura en el puesto 20).

Sin Gene Kelly, Donen dirigió varios musicales más, incluso un par con su ídolo Fred Astaire y la muy popular Siete novias para siete hermanos (1954). Pero también se destacó fuera del musical. En 1957, terminado su contrato con la MGM, decidió actuar como director freelance y asumir la producción de sus propias películas. Siempre se desempeñó en un ámbito de alta visibilidad, con grandes estrellas y producciones muy cuidadas, aunando taquilla y prestigio. Y siguió filmando hasta 1999.

Timing de comedia

Nunca fue concebido por la crítica como un “autor”, y más bien se lo recuerda como un exponente magistral, “clase A”, de una época en que los grandes estudios de Hollywood eran una aceitada máquina de producir obras perfectas o casi. Nunca fue un manierista a lo Orson Welles o Alfred Hitchcock, y uno nunca encuentra en sus películas ese tipo de recursos de cámara llamativos tipo “mamá, mirá lo bien que dirijo”. Lo suyo es la cámara plantada elegante y funcionalmente frente a los personajes, movimientos de cámara discretos y un ritmo de montaje moderado, una puesta en escena ingeniosa y un sabio y sorpresivo uso de los objetos de utilería, todo netamente en foco.

Siempre hay humor, alegría y amor, pero los momentos dramáticos, tristes o violentos –que también los hay– se abordan como al pasar, sin regodeo, aligerados. Los actores nunca ponen caras para enfatizar emoción, sino que reposan sus interpretaciones en la propia gravedad personal, muy ayudados por unos diálogos chispeantes. Es un placer apreciar su elegancia, su timing para la comedia, su puntería para poner de relieve la danza o, en general, los cuerpos y sus movimientos en el espacio, siempre en una coordinación fluida con los desplazamientos de la cámara (nunca fragmentados por el montaje). Los primeros planos, así como los planos generales amplios, se reservan para momentos especiales y ganan, por ello, un gran efecto. Siempre en ese marco de relativa discreción estilística, abrazaba totalmente una idea del cine como espectáculo sensorial global: esas escenografías bonitas y equilibradas, los colores, los cuerpos y rostros, las voces, la música (que constantemente interviene con comentarios humorísticos sutiles), las canciones, las palabras, los creativos créditos de presentación, los buenos sentimientos, los finales felices. Sus películas son mundos que a uno le gustaría habitar.

En los años 50 estuvo en la cresta de la ola con respecto a la sensación pop de modernidad (la de las revistas y afiches de moda, de la publicidad, del diseño), y se mantuvo razonablemente aggiornado después. Su filmografía incluye uno de los grandes thrillers de los años 60, Charada (1963), en la que el suspenso se entrecruza con la comedia romántica. También está esa obra maestra insólita y poco recordada que es Two for the Road (Un camino para dos, 1966). Ahí acompañamos cuatro viajes en auto de una misma pareja en distintas etapas de la vida, pero los viajes aparecen laberínticamente alternados, como en una película de Alain Resnais, con un trabajo espectacular de composición y montaje. Esta obra delicada, nostálgica y agridulce, una de las más originales historias de amor que se hayan filmado, es una peculiar intrusión de modernismo en el ámbito de Hollywood.

Movie Movie (1978) anticipó la idea metacinematográfica de Quentin Tarantino y Robert Rodriguez en Grindhouse (2007), es decir, era una película que emulaba una sesión con “doble programa” de películas de género “clase B”. Sus 28 largometrajes componen una filmografía singularmente consistente, una lección de cine que hace el mundo más bello y más feliz. O que, por lo menos, son, ellos mismos, un mundo bello y feliz.