Una lejana civilización alienígena invadirá la Tierra. Es tan lejana que sus naves tardarán 400 años en llegar. En esa espera, Liu Cixin construye La trilogía de los tres cuerpos, el buque insignia del auge de la ciencia ficción china en Occidente. Es verdad que el éxito está fogoneado por aspectos paraliteriarios, como tener entre sus fans al ex presidente de Estados Unidos Barack Obama. Pero también es cierto que Cixin despliega una “manera china” de abordar el género, reconocible y sorprendente a la vez. Un mañana georreferenciado en Beijing y con raíces en las purgas de la Revolución Cultural. Una guerra sideral con comisarios políticos puestos en hibernación para que puedan conjurar el derrotismo en el momento del combate final. Una flota que se cohesiona evocando la Larga Marcha de Mao. Un futuro igual de amargo que cualquier otro. Con personajes que parecen originarse, en tercios iguales, en la tradición de Así se templó el acero (Nicolái Ostrovski, 1934), en la serie negra de Raymond Chandler y en el hoy bastardeado cyberpunk.
El boom chino supera al vivido por la ciencia ficción soviética, que siempre fue marginal y nunca superó la barrera del “público entendido”, a pesar de tener grandes exponentes. Baste pensar en los hermanos Arkadi y Borís Strugatski, cuyo relato Picnic extraterrestre (1972) está en el origen de la película Stalker (1979), de Andréi Tarkovski, el mismo director de Solaris (1972), esa gema mística y psicoanalítica.
Quien las vio en los trasnoches de Centrocine recuerda haber salido a las tres de la madrugada a una desértica Fernández Crespo que, en aquella prehistórica segunda mitad de los 80, se parecía a “la zona” stalkeriana. Muy diferente es la experiencia de salir, a la misma hora, de las salas de un shopping un sábado de 2019. En este caso quien convoca es Robert Rodríguez. La nueva película del chicano no está a la altura de su Mariachi (1992) de bajo presupuesto ni de la desbordada Del crepúsculo al amanecer (1996). Es lógico, de aparcero de Quentin Tarantino pasó a mayordomo de James Cameron. Sin embargo, es posible encontrar “algo” en Alita, Battle Angel. La urbe inferior donde se desarrolla la trama de la nueva película de Rodríguez semeja una versión posapocalíptica de Ciudad de México. El sueño de llegar al otro lado de la frontera: a la meganave para la que todos abajo trabajan. La pequeña delincuencia para conseguir el favor de las mafias que prometen el pasaje. Adaptada de un manga, es imposible no recordar un antecedente de 1924: Aelita, reina de Marte (Yákov Protazánov, 1924). Aquella película soviética basada en una novela de Alexéi Tolstói no sólo se parece en la homonimia de la protagonista. También centra en un futuro distópico la lucha entre la luz y la oscuridad. Demasiado optimismo. Más lúcido, Liu Cixin postula, en La trilogía de los tres cuerpos, que la oscuridad anida, agazapada, incluso en el interior del héroe más perfecto.