Ayer falleció Juan Worobiov, actor recordado por sus trabajos en la Comedia Nacional, en la que trabajó durante casi 40 años, y de la que se despidió en 2017 con Otelo, en la que interpretó al senador Brabancio, el padre de Desdémona. En 1980 egresó de la Escuela Municipal de Arte Dramático, y en 1981 ingresó como actor estable del elenco oficial, en el que ya había trabajado como invitado cuando era estudiante. A lo largo de sus 36 años de carrera trabajó junto con directores como Eduardo Schinca, Elena Zuasti, Antonio Larreta y Omar Grasso, al que consideraba su maestro. De hecho, uno de sus últimos éxitos fue El tobogán (2012), de Jacobo Langsner, una puesta sin fisuras –en la que debutó como director– que sólo contaba con un antecedente: el estreno de Grasso, que, según publicó Ángel Rama en Marcha, convirtió a 1970 en el “año de Langsner”, y en la que el costumbrismo se convirtió en un modo de denunciar el deterioro de la sociedad uruguaya.
La idea de dirigir surgió en el espacio de investigación Entre nosotros, que en 2010 instaló Mario Ferreira (director de la Comedia) y que tuvo como resultado una de las mejores puestas de los 2000, Variaciones Meyerhold, de Eduardo Tato Pavlovsky (2013), además de El tobogán. “Antes no había tenido la posibilidad de dirigir una obra, y el proyecto surgió por iniciativa de la dirección artística y del Consejo”, contó en su momento. De esta forma fue que presentó El tobogán, “simplemente porque era una obra que me interesaba, y después nos propusieron dirigir esos textos. Así, empezamos a soñar algo en conjunto, y era una obra de la que yo había escuchado hablar durante muchos años, pero no había tenido la oportunidad de verla, porque desde 1970 hasta ahora no se había vuelto a hacer. Felizmente, fui discípulo de Omar Grasso, el gran maestro con el que hablábamos sobre esa experiencia que siempre quedó latente”, admitía. Y decía que uno de los aspectos que más lo seducían era el modo en el que la obra trabajaba los vínculos de una familia, y el ruido que se generó entre los que se exiliaron de Uruguay por la última dictadura y aquellos que se quedaron, al problematizar “quién se hace cargo” de aquellas cuestiones que quedaron pendientes. De hecho, en una entrevista que le hizo Hugo Achugar (y que también se publicó en Marcha, bajo el título “Langsner o el profeta en su tierra”), Langsner señalaba: “Cuando algún crítico me enrostra la facilidad que tengo para hacer la denuncia desde Buenos Aires, no: la hice acá. Es una obra uruguaya; la hice acá, nació acá, porque realmente me sentía ahogado [...] Empecé a naufragar y me tuve que ir. Como le sucede a la mayoría de los uruguayos”.
Jorge Bolani –compañero de elenco y actor de El tobogán– evoca la belleza y la intensidad de esta experiencia. “Él estaba muy enamorado de la obra, y nos propuso trabajar desde un tono íntimo. Y haberla hecho en la [sala] Zavala Muniz, que genera mucha cercanía con el público, también contribuyó con esta propuesta intimista”, dice. Cuenta que, como director, planteó un trabajo muy personalizado de los actores, despojado de efectismos. “Su abordaje fue de una afectividad muy entrañable, y estaba más preocupado por los actores que por el montaje; de hecho, la obra la armamos entre todos, con sus aportes y devoluciones, además de que fue un homenaje a Langsner”, dice el actor, y recuerda que El tobogán les hablaba de un tema que a muchos los tocaba de cerca: “Preveía que en Uruguay se venían tiempos duros, ya que la obra es de inicios de los 60, y desliza parlamentos que tienen que ver con ese anticipo. Ese fue un matiz interesante del texto, que además tocaba temas como la vejez y la integración o desintegración de la familia, lo que le da cabida al personaje del abuelo [que él interpretó], que se pelea con los que más quiere”.
Para Bolani, Worobiov era un actor “muy profesional, aplicado y concentrado en la labor, y muy respetuoso, cualidades que no siempre se dan”, y que en este caso convivían con “su talento, porque era alguien muy intenso sobre el escenario”. Por eso, decide rescatar “al compañero”, a “su don de gente y profesionalismo”.
En cuanto a sus personajes, destaca su participación en La misión (primera dirección de Alberto Coco Rivero en la Comedia, en 2002), Caníbales (también a cargo de Rivero, en 2004, y en la que que también participó Bolani), La gata sobre el tejado caliente (2015, David Hammond), Bodas de sangre (versión que Mariana Percovich dirigió en 2008, y que despertó odios y revuelos acalorados por apartarse de los parámetros convencionales), “aquella puesta tan polémica y recordada en la que él hacía de la muerte, y yo, la luna; y también me gustó mucho en La cabra o ¿quién es Silvia? [Mario Ferreira, 2010], en la que interpretaba a un personaje secundario pero muy interesante”.
Coco Rivero, por su parte, dice que Worobiov era alguien formado en un teatro “muy distinto del contemporáneo” y que se basaba en la interpretación. “Para nuestros ojos, podría volverse sobreactuado, pero él era de esos pocos actores que trabajaban la intensidad y la emoción con una honestidad como pocas veces vi. Como director, mi desafío era que él apelara a su verdad y su entrega de otra manera. Por ejemplo, cuando hicimos Caníbales, su trabajo fue de un primerísimo actor, y pocos podrían haber hecho su trabajo en el personaje del tío. En Galileo Galilei [2017] estaba más viejo y la batalla fue más difícil. Pero esa batalla él la sintió como actor, y eso lo hace un grande, porque sabía cuándo lo lograba y sufría cuando no lo hacía. Se trataba de un actor increíble que luchaba por estar en el presente y batallaba con su propia forma de actuación, en la que siempre creyó”.