Hace un año redescubrí a la música Fiona Apple y me enamoré de toda su obra y también de su persona, de lo que deja entrever, al menos, esta mujer que conoció la fama siendo muy joven y la desdeñó, y se hizo ermitaña también siendo muy joven. Sólo tiene cuatro discos hasta la fecha, uno mejor que el otro, pero ella, discretamente, desdeña también el miedo a no ser relevante, y no tiene apuro en sacar álbumes; sigue activa en la escena musical y se sabe que no ha dejado de componer, pero no siente la obligación de mostrarle al mundo un producto acabado y pulido, y ha hecho, tanto en varias canciones como en entrevistas, una defensa de la vagancia, entendida como darse tiempo y espacio para ser. Una postura valiente –aunque ella no se definiría así– para una cantante estadounidense que supo estar en la cima de todos los rankings y cuya obra es amada tanto por el público como por la crítica. Fiona tiene apenas 40 años y su último álbum salió cuando tenía 33; justo después de escribir esta nota me enteré de que finalmente estaría por sacar otro, pero cuando todavía no lo sabía, por mucho que me hubiera gustado escuchar cosas nuevas de ella, no podía dejar de admirar su aparente falta de miedo a ser olvidada en vida.
¿Qué es lo que me parece tan notable en esta actitud? ¿No es egoísta, acaso, que una persona tan talentosa se contente con vivir? ¿No es ocioso y decadente su comportamiento? ¿No es arrogante? ¿Qué hay de admirable en “no hacer nada”?
Pues bien. En los 90 Fiona fue sensación; el primer videoclip que sacó, el de la canción “Criminal”, de un tono entre erótico y trash, provocó mucha descolocación al mostrar a una mujer tan joven y de aspecto tan frágil y aniñado como un ser sexual, pero no al estilo habitual de las estrellas pop “Lolitas”, sino con un elemento de sinceridad que la situaba en una zona incómoda, de mujer cuya sexualidad no es un mero producto a ser consumido. Eso suscitó fascinación, rechazo –ese rechazo morboso con el que se regodean los moralistas– y también desdén, pero su talento musical era tan innegable que gran parte de la crítica y el público quedó cautivada. En la época en que MTV era un canal de música, Fiona fue una de sus reinas alternativas, pero pronto se notó que la sensación de ambigüedad y “desubique” de su primer videoclip la seguían a donde fuera. Fiona Apple nunca fue convencional. Pero no de una forma cool, sino incómoda, torpe a veces, hermosa otras; humana. En las entrevistas se muestra entre tímida, beligerante y vulnerable, muy vulnerable (Tidal, su primer disco, se publicó cuando ella tenía 18 años).
Eventualmente se supo que su extrema flacura obedecía a una anorexia que la perseguía desde los 12 años, cuando fue violada (“dejé de comer para que mi cuerpo no tentara a los hombres”), hecho que también le provocó un trastorno obsesivo compulsivo. Pero incluso sin conocer sus demonios concretos –aunque es muy difícil no hacerlo, ya que la prensa se encargó de repetir esa historia una y otra vez–, se puede ver en sus letras, en su vocalización, y en su lenguaje corporal cuando canta, que Fiona es alguien con emociones fuertes que no intenta amansar, que deja correr libres, quede bien o quede mal. Y “quedó mal” tantas veces. Cuando recibió su primer premio grande, en los MTV VMAS dijo en su discurso que el mundo era una mierda, y recomendó que la gente no se creyera la imagen que proyectaban los cantantes. De nuevo, provocó amor en algunos y desdén en otros. Empezó a consolidarse su fama de errática porque a veces interrumpía sus conciertos sin razón alguna, empezaba tarde, cancelaba. Se decía que tenía problemas con el alcohol. La prensa anotaba cada error con rigor. Se preguntaban si estaba loca. La desdeñaban por no ser profesional. Por no cumplir con su público. Por cierto, es lo que suelen preguntarse en estos casos. Pienso en Sinnead O’Connor y Cat Power, pero hay muchos otros, por supuesto.
La sensibilidad, particularmente en una artista mujer, se celebra siempre que esté adecuadamente contenida. Podemos conmovernos con su triste historia de vida, podemos apreciar la fineza de esa mujer para sentir y expresar ese sentir, pero no queremos que todo eso se entrometa a la hora del show. Porque entonces empezamos a verla como “no profesional” o simplemente como una “loca”. Si alguien celebrado por no huirle a sus emociones se emociona dando un concierto, y no siempre de la forma bonita en que los artistas se emocionan, no siempre con lágrimas de agradecimiento, sino a veces también de rabia, nos sentimos interpelados de forma demasiado incómoda, y salen de nuevo los comentarios desdeñosos. En una de sus épocas de más flacura, en un concierto una fan le gritó: “¡Cuidá tu salud, queremos verte dentro de diez años!”. Fiona la echó y terminó el concierto a duras penas. Al otro día ya salían los titulares con las palabras “fiasco” y “otro colapso emocional de Fiona Apple”. Es más fácil acusar a una mujer de ser una drama queen que admitir que “el cliente” no siempre tiene la razón, y que a muchas personas nos dolería que nos gritaran una animalada así en un contexto de alta emoción; que la fama –a la que Fiona siempre rehuyó– puede llevar a la deshumanización, pero no es un escudo contra ella.
Por eso admiro a Fiona más allá de mi infinito amor por su música: por cómo se rehúsa a “endurecerse” y a banalizar su propia persona, por poner su humanidad por encima de su productividad y no rendirse al discurso de que como humanos sólo valemos por lo que hacemos, por lo que tenemos, por lo que mostramos; nadie pidió venir a este mundo, y sin embargo parecería que todos estamos rindiendo cuentas, constantemente, de por qué merecemos estar aquí. Ya sea solos en el espejo, chequeando cuántos corazones recibimos hoy en Instagram, perdiendo horas de sueño para ser mejores empleados, pasando horas en el gimnasio aunque lo odiemos. Y siempre con una sonrisa en la cara.
“Everyone else’s goal’s to get big-headed / Why should I follow that beat being that I’m / Better than fine” (la meta de todos es ser alguien importante / por qué debería seguirlos si estoy / mejor que bien).
No conozco personalmente a Fiona Apple –por si es necesario aclararlo–, pero lo que sé y lo que imagino de ella me lleva a ese otro espacio mental en el que dedicarse a ser, sólo a ser, está bien. Mejor que bien.