Mi primera exposición al lagarto gigantesco conocido como Godzilla fue un dibujito animado emitido por Canal 5 en la lejana década de los 80. Allí, un grupo de investigadores a bordo de un buque (el Calico) recorría el planeta con tanta mala suerte que no tardaban en cruzarse con toda clase de monstruos gigantescos. Desde ciempiés hasta robots, desde gusanos radioactivos hasta abominables hombres de las nieves, todos se las agarraban con el capitán Majors y su tripulación.

Por suerte, este hombre de mar tenía un as debajo de la manga, y qué as: apretando el botón rojo de un artilugio que llevaba en la cintura, Majors era capaz de convocar a Godzilla, cuya visión de rayos láser y aliento de fuego solía alcanzar para repeler a los enemigos. Como todo dibujo de Hanna-Barbera que se precie de tal, tenía un personaje humorístico encarnado en Godzooky, el sobrino cobarde del gigante verde, que tenía dificultades para escupir fuego y solamente tosía anillos de humo.

Esa fue una de mis últimas exposiciones al lagarto gigantesco conocido como Godzilla. Por mucha curiosidad que me generaran las decenas de películas producidas por la compañía japonesa Toho, no he visto más que pequeños segmentos del traje de goma recorriendo ciudades en miniatura o gente corriendo y señalando hacia arriba. Menciono esto porque quizás aquellos que han estado más expuestos a esta franquicia se emocionaron con la sola mención de alguno de los monstruos que aparecen en Godzilla II: el rey de los monstruos, mientras yo intentaba recordar la última vez que una película se me había hecho tan larga.

El verso del Monstruoverso

Vivimos la década de los versos: tan pronto como Marvel Studios aceitó su universo cinematográfico y logró que cada película fuera potenciada por las anteriores, sus rivales intentaron copiar el modelo, o buscarlo por caminos similares. Ninguno de ellos siquiera se acercó al éxito de los superhéroes creados (en su gran mayoría) por Jack Kirby junto a Stan Lee.

El universo de DC Comics sufrió una visión autoral alejada del gran público y una suma de comparaciones odiosas; el Universo Oscuro de los monstruos de Universal (Drácula, la Momia, Frankenstein, el Hombre Lobo) no logró un primer hit con el que despegar del suelo. El único que vive y lucha es el Monstruoverso, que ya tiene tres películas y una cuarta confirmada.

Todo comenzó con Godzilla (Gareth Edwards, 2014), película que tuvo buena recepción de público y de crítica, pero que a criterio subjetivo de quien escribe estas líneas dejaba al personaje epónimo en un segundo o tercer plano, mientras seguía la historia de los humanos (obvio) y la de otros bichos similares. De no ser por la sabiduría popular, nadie hubiera imaginado que Godzilla era “el rey de los monstruos”. Para peor, Edwards retaceaba las apariciones del monarca, como si alguien en la platea no hubiera visto los pósters y fuera a sorprenderse con su forma.

En 2017 llegó Kong: la isla Calavera, dirigida por Jordan Vogt-Roberts. Unida a la anterior por la secreta organización Monarch (que también se nos quiere vender como mucho más importante de lo que nos están mostrando) y por la promesa de una película enfrentando a King Kong con Godzilla, anunciada ya en 2015, funcionaba gracias al humor, la aventura y las escenas de piñatas entre animales descomunales. La más reciente aventura del Monstruoverso abunda en este tercer elemento, pero eso no alcanza para camuflar la falta de los dos primeros.

Lucha libre tamaño baño

La tercera entrega del Monstruoverso y segunda del reptilazo llegó con la promesa de adaptar a una audiencia global esas peleas de lucha libre entre señores en distintos trajes de goma que caracterizaron a la franquicia durante décadas. Y si hay un mérito que tiene Godzilla II: el rey de los monstruos es llevar a la gran pantalla el absurdo de antaño sin sumergirlo en una tina de cinismo. Sí, resulta que hay “titanes”, monstruos legendarios que volvieron por razones en las que no nos interesa mucho profundizar y que son propensos a las peleas callejeras. Las peleas constituyen los mejores diez o 15 minutos de la película; el gran problema es que hay casi dos horas que las rodean.

Nos siguen vendiendo la importancia de la secreta Monarch aunque nunca haya estado a la altura de las circunstancias, al menos en esta pequeña saga (en este pequeño verso). Para agravar el asunto, entre sus empleados tenemos un drama familiar que lo único que hace es separar las escenas en las que enormes bichos generados por computadora solucionan sus diferencias a golpes.

Kyle Chandler, Vera Farmiga y Millie Bobby Brown (la Eleven de Stranger Things) tienen muy poco para hacer mientras el guion les pide que griten, lloren o traicionen a los diferentes bandos. Otros empleados de la organización, como el veterano Ken Watanabe, tienen supuestos momentos profundos de reflexión frente a aquella fuerza de la naturaleza, pero cada parlamento parece pertenecer a un film clase B, incluyendo varios chistes que fallan estrepitosamente en su objetivo de hacer reír.

Para peor, la trama gira alrededor de un McGuffin llamado Orca, que utiliza las biofrecuencias (o un galimatías similar) para comunicarse con las bestias y dominarlas con la amenaza de un alfa. Es cierto que coquetea con la típica idea de la humanidad jugando a ser Dios, que tan buenos resultados dio desde Alien: el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) hasta Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993), pero distrae con su discurso de “Godzilla es solamente un monstruo incomprendido... Los otros son malísimos y hay que matarlos”.

Ni siquiera desconectar el cerebro es suficiente para sentirse entretenido durante los 132 minutos de película. Podría hacerse un drinking game con la cantidad de veces en las que el lagarto justiciero se interpone cuando otro bicho está por dar el golpe y varios espectadores terminarían intoxicados. Y los diseños que intentan combinar la goma original con los bits de la actualidad a veces quedan a mitad de camino. Las peleas son simpáticas, pero nada que no hayamos visto hace seis años (antes del Monstruoverso) en Titanes del Pacífico, de Guillermo del Toro.

A reivindicar, a reivindicar

Godzilla y Godzilla II: el rey de los monstruos no hacen más que rescatar, en forma retroactiva, a la vapuleada Godzilla de 1998, dirigida por Roland Emmerich. Sus personajes humanos tenían la misma personalidad inexistente, pero al menos disfrutamos de un lagarto enorme recorriendo las calles de Nueva York mientras el ejército intentaba darle su merecido. ¿Qué importa si se parecía más a una iguana que a un japonés adentro de un traje de goma?

Godzilla II: el rey de los monstruos, dirigida por Michael Dougherty. Con Kyle Chandler y Vera Farmiga. En varias salas.