Todo empieza con una alarmante filmación de celular, en la que una adolescente aparentemente se ahorca por no haber podido contactar a Behnaz Jafarí. Marziyeh –la chica– tenía la esperanza de que esta famosa actriz, muy admirada por sus familiares, pudiera convencerlos de dejarla estudiar actuación en el conservatorio de Teherán. Sus parientes quieren que Marziyeh tenga una vida “respetable” (casarse y no exponerse demasiado), y la chica no puede soportar la idea de que se frustre su fuerte vocación.

De repente, cortamos a un plano de Behnaz Jafarí, que está viajando con Jafar Panahí (director) a la aldea en la que vive (o vivía) Marziyeh. Durante este plano conocemos mejor la situación. Se trata, además, de un plano llamativo en su concepción gráfica (un paneo de 360 grados), en la puesta en escena y en su duración, de más de diez minutos. En la primera mitad de Tres rostros hay un componente detectivesco: ¿el suicidio es real o fake?; ¿existe (o existió) Marziyeh?; ¿los parientes habrán ocultado su muerte para evitar el deshonor y el escándalo? Ese misterio se resuelve en la mitad del metraje y, como para resetear, tenemos otro plano extenso (el del toro herido) con una concepción muy similar al segundo plano de la película.

La línea de misterio se frustra, y el film también podría describirse como una micro-road movie, confinada a los alrededores de una aldea muy chiquita. En forma más consistente, remite a algunos de los primeros clásicos de Abbas Kiarostami (mentor de Panahí), que describía viajes a lugares recónditos de Irán, en los que un personaje siempre buscaba algo, y que, con una estructura semidocumental de inspiración neorrealista, nos ponían en contacto con aspectos curiosos del lugar. El aspecto más superficial de Tres rostros (y no por ello deja de ser encantador) consiste en ese viaje pintoresco, pautado por charlas con personas que tienen creencias y costumbres tan distintos a los nuestros que, en algunos casos, el neorrealismo se vira hacia el realismo fantástico (como es el caso de la veterana que se hizo cavar su propia fosa y decidió vivir sus últimos días en ella para irse preparando, pero mantiene una luz prendida para ahuyentar a las serpientes que puedan querer pasar a buscarla debido a las cosas malas que ella asume haber hecho en su vida).

Múltiples lecturas

Es formidable la manera en que la película, pese a su formato episódico, está llena de interrelaciones o de distintas capas de lectura. Su sencillez, sin desaparecer, es la puerta de entrada a una obra muy compleja, cargada de rimas estructurales, elementos que podemos tomar como metáforas, apuntes sobre la historia reciente de Irán, la vida y la muerte, el cine iraní, los contrastes entre la gran ciudad moderna y el medio rural, y muy especialmente la condición de la mujer. Uno de los motores primarios para ese torbellino temático y poético es el hecho de que los personajes de Behnaz Jafarí y Jafar Panahí están actuados por Behnaz Jafarí y Jafar Panahí. Y hay un momento en que Jafarí recuerda a Panahí que él le había propuesto actuar en una película que involucraba un suicidio (¿la película que estamos viendo?).

Es imposible esquivar lo que sabemos sobre Panahí. El hecho de que él sepa entenderse con los campesinos que sólo hablan turco o azerí se explica (en la realidad, no en la película) por el hecho de que los padres de Panahí son oriundos de esa región, cercana a la frontera con Azerbaiyán, con lo que esta película tiene algo de exploración de los orígenes del autor. Más importante aun es el hecho de que este cineasta tiene prohibido filmar en Irán (y además tiene prohibido salir del país), con lo que inferimos que el film está hecho en condiciones semiclandestinas. Lo de “semi” es porque Panahí sigue haciendo películas, que siempre filma en condiciones discretas para que puedan pasar desapercibidas por las autoridades, pero que luego circulan con gran visibilidad tanto en festivales internacionales como en el circuito de cine de arte del mundo –de afuera–, algo que las autoridades no pueden ignorar. Y los colaboradores –cómplices de violar la prohibición– no ocultan sus nombres. Es imposible, frente a este contexto, no subrayar varios pequeños apuntes referidos a la condición de proscripto, y no encarar en forma política algunos de los datos mencionados por los personajes.

El título es enigmático: ¿cuáles son los tres rostros? ¿Son los tres que vemos, es decir, Jafarí, Panahí y Marziyeh? ¿O son los de Marziyeh, Jafarí y Shahrzad, tres actrices de tres generaciones y en tres estadios de sus carreras? Esta segunda posibilidad es la más fértil y también la más poética, ya que nunca vemos el rostro de Shahrzad, una actriz que participó en unas 25 películas pero no volvió a filmar luego de la revolución (1979). Según Tres rostros, vive solitaria en una casita humilde de esa pequeña aldea, discriminada por sus vecinos por ser una mujer de decencia dudosa, que se dedica a pintar y escribir poemas. La vemos (al personaje, no sabemos si es la Shahrzad real) de lejos y de espaldas, en un único plano.

La desesperación de los parientes frente a la vocación de Marziyeh y el desprecio por la vieja Shahrzad contrastan, sin mucha lógica, con la deferencia que todos muestran hacia Behnaz Jafarí, porque aparece en series de televisión que todos acompañan. Como posible contracara a la condición de la chica y la anciana –aun más oprimidas en esa aldea recóndita de lo que suelen ser las mujeres en las ciudades iraníes más grandes–, tenemos la fijación de varios de los varones con la virilidad (el toro reproductor que tiene “bolas mágicas” e inseminó a diez vacas en una misma noche, el hermano violento de Marziyeh). Un señor habla de su creencia supersticiosa en que el futuro de cada niño se vincula con el destino de su prepucio circuncidado. Orgulloso de haber tenido un bebito pese a su avanzada edad, quiere que Panahí le entregue el prepucio al legendario actor Behrouz Vossoughí, no por su prosperidad, sino por su apariencia viril. Y obviamente, Panahí no puede hacerlo: no puede salir del país, y Vossoughí, vinculado al partido Rastakhiz (el del shah) tiene prohibido entrar.

Tres rostros (Se rokh), dirigida por Jafar Panahí, con Behnaz Jafarí, Jafar Panahí, Marziyeh Rezaei. Irán, 2018. En Cinemateca.