El programa de mano presenta esta Medida por medida como una “gran obra sobre la justicia y sobre el feminismo”. De hecho, con un duque que abandona el trono para que su delegado, aparentemente más recto, pueda reconstruir la ética de su pueblo corrupto –volviendo sobre sus pasos más tarde al comprobar su error de juicio–, probaría la primera aseveración, mientras que una heroína que niega, violentamente, el sacrificio de su virginidad –la objetivación, el rol de mercancía en una trama masculina– para salvar a su hermano de la muerte evidenciaría la segunda. Sin duda, una de las maneras de recorrer esta “comedia dark” –como se la ha llamado para apresar un texto que no logra ser totalmente comedia pero que tampoco es tragedia, y que miente, dice el programa, sobre su final feliz– consiste en seguir las pistas de la denuncia de los abusos de poder, de las relaciones entre ética y política, de los límites que impone la sociedad en términos de género.
Laurent Berger, autor de la versión y director de la pieza en El Galpón, propone sin duda este paseo a través de un texto espléndidamente intervenido con la colaboración dramatúrgica de Gabriel Calderón y de actuaciones que pasan, creando varios niveles de acción, del panfleto a la crispación o el desapego. Especializado en Shakespeare, Berger advierte sobre las relaciones entre el texto original y la puesta: “Reactivar estas cuestiones de su época con todo lo que implica de complejidad y de modernidad nunca es interpretar y comunicar alguna moraleja escondida milagrosamente desde hace 400 años en una vieja obra. Para que todavía nos diga algo hace falta romperla, desmontarla, usar ese magnífico material para conformarlo a nuestro teatro y que pueda, desde allí, revelar cuestionamientos estéticos y filosóficos que nos permitan pensar la actualidad y nuestra posibilidad de transformarla”. El director francés, de hecho, plantea al espectador un segundo recorrido. Uno que miente un poco, como hace el mismísimo Shakespeare con su final, e igualmente efectivo. Porque si a nivel epidérmico “rompe” y “desmonta”, a nivel profundo sigue, religiosamente, las directivas del isabelino.
La ruptura, el desmontaje. La Medida por medida que ocupa la sala César Campodónico, la más grande de El Galpón, instala y exaspera lo metateatral: es frecuente (y efectiva) la interrupción de la acción para ajustes de la puesta (los actores discuten entre ellos, reacomodan las escenas, solucionan desperfectos), para la comunicación con el público (que aceptó contento el juego el día del estreno), para bromas más o menos internas (las más efectivas tienen que ver con las referencias a la propia institución, sus actores históricos, su producción reciente, su aniversario). Finalmente, para múltiples indicaciones sobre un imaginario y monumental despliegue escénico. Las didascalias (o acotaciones) inexistentes en el teatro griego o isabelino, pero masivas en los siglos XIX y XX, tienen el rol protagónico en este espectáculo: los actores describen, con lujo de detalles, magníficos cambios de escenario, rápidos ascensos y descensos de personajes, múltiples pantallas, etcétera. Y si funciona, en parte, como comentario sobre la esencia del teatro o sátira a los inútiles despliegues, el mecanismo apela a la imaginación del espectador, lo obliga (y es obligación placentera) a superponer la acción al relato. Y es en este punto que la ruptura se vuelve profundamente isabelina.
La recomposición, el montaje. Este mecanismo último no hace sino reencauzar la obra, por la vía misma de la metateatralidad, a sus orígenes. Es difícil no pensar en las tantas referencias “meta” del teatro shakespeareano, con Hamlet en el primer puesto, pero en particular en el prólogo a Enrique V, donde el coro pone a la imaginación como base del pacto inicial entre los espectadores y lo que van a presenciar, nombrando uno por uno al escenario, a los actores, a la misma platea. La puesta de Medida por medida que propone Berger dialoga de manera profunda con el dramaturgo, y, en este sentido, podemos pensarla como poderosamente tradicional. Porque los términos de ese diálogo van a la raíz misma del texto. Vale la pena citar, a propósito de la pieza y de lo que esconde, las palabras de Gabriele Baldini: “El duque que se exilia de Viena, para luego entrar travestido de fraile, no representa una transparente alegoría moral, sino una alegoría estética: él no sería otra cosa que el poeta de teatro que maneja, con diversión egoísta, los propios personajes como marionetas resignadas a un destino pasivo. Medida por medida, así, habría elegido como tema no un resentimiento ético religioso, sino el fascinante problema de la naturaleza y la legitimidad de la invención creativa del poeta”, escribía en 1964 en su texto clave, y modesto hasta la ridiculez –dada la densidad interpretativa y su rol en la bibliografía crítica posterior–, Manualetto shakespeareano.
La puesta, de hecho, centra uno de sus juegos más risueños y, a la vez, más ingeniosos en el duque: a su disfraz original de fraile le agrega otro. Héctor Hernández, el actor que lo interpreta, es presentado en esa euforia de lo “meta” como otro actor, Héctor Guido. El público tiene que superponer, de nuevo, lo que ve a lo que debería ver. Un duque múltiple que, a su vez, mueve a los personajes, como advierte Baldini, como fantoches. Motores principales de la puesta, en un elenco muy parejo, son Soledad Frugone, que alterna lo jocoso con lo envarado y lleva de la mano al espectador –entre tanto y delicioso caos– y Santiago Sanguinetti, que da rienda suelta a su notable vena cómica. Medida por medida es una verdadera fiesta, en esta temporada de festejos por un Galpón ya septuagenario.
Medida por medida. De William Shakespeare. Versión y dirección de Laurent Berger. Con Luciano Chattón, Nahuel Delgado, Camila Durán, Soledad Frugone, Victoria González Natero, Héctor Hernández, Claudio Lachowicz, Pablo Pípolo y Santiago Sanguinetti. En El Galpón, sala César Campodónico, los sábados a las 21.00 y los domingos a las 19.30.