De los 26 millones de dólares que costó esta película, se dice que diez millones se usaron para obtener los derechos de una veintena de canciones de The Beatles. No es la primera vez: cada tantos años surge una película que usa como gancho principal una zambullida nostálgica en algunas piezas de ese repertorio y de elementos culturales que asociamos con ellos. Recuerdo Mi nombre es Sam (2001, de Jessie Nelson) y A través del universo (2007, de Julie Taymor).

La premisa aquí es interesante. Un cantautor desangelado sufre un accidente durante un extraño apagón de escala global. Cuando se despierta, se da cuenta de que los Beatles nunca existieron. Nadie más que él los recuerda o sabe de qué se trata, no existe ninguna información al respecto. En su colección de LP, los discos de The Beatles ya no están (hay algunos otros datos culturales que, como él va descubriendo, tampoco existen, pero se trata de meros detalles graciosos, sin consecuencia relevante para la historia o para la conformación de ese mundo posible). Jack, el cantautor, empieza a presentar los temas de The Beatles como si fueran suyos, se consagra como un genio y se convierte en ídolo masivo.

Más allá de que escuchamos varias de las canciones de The Beatles, el universo del grupo impregna la película por otras vías: la tipografía de los créditos, los nombres de los personajes –Ellie Appleton, Hammer, Rocky, Lucy–. Jack hace un viaje a Liverpool y visita Penny Lane y Strawberry Fields. La música incidental de Daniel Pemberton, sin hacer citas directas, está recargada de esquemas beatle (acordes de Mellotron que evocan “Strawberry Fields Forever”, el glisando de cuerdas de “A Day in the Life”, la vuelta armónica y el ritmo básico de “Penny Lane”).

El guion es del gran Richard Curtis. En algunos sentidos, esta parece más una película suya (como las que dirigió, como Realmente amor, de 2003, o Cuestión de tiempo, de 2013) que del director Danny Boyle, aunque se reconocen, atenuados, algunos de los rasgos de estilo de este (el montaje rápido, la multiplicidad de ángulos para mostrar algo simple, la afición por artificios visuales fuera de lo común). Es una pena que no la haya dirigido Curtis, un realizador mucho más sensible y sólido. Quién sabe, si tuviera que asumir la responsabilidad autoral, quizá hubiera pulido mejor el libreto, que tiene un clímax que se pasa de azucarado, y el problema serio de que no supo bien cómo desarrollar la premisa y se termina concentrando en el vínculo casi-amoroso entre Jack y su amiga de infancia Ellie, quedando todo lo demás (el mundo paralelo, el superestrellato) como el trasfondo inflado para una simple comedia romántica.

El que canta es realmente Himesh Patel, el actor que hace de Jack. Canta correctamente, pero nada que ver. La noción de que hace una carrera como la de los Beatles en un mundo sin Beatles desconsidera el papel de la interpretación, la producción, los arreglos, la imagen y la empatía generacional. No entiendo cómo es posible que, en una producción de estas, nadie le haya pasado a Patel los acordes de “The Long and Winding Road”, que él toca en una versión torturantemente simplificada. Pero aun más grande es el sacrificio conceptual: quedan fuera de esa música todas las asperezas: la provocación, la angustia, la rebeldía, la extrañeza. Es el rock encarado desde una perspectiva pop. La posible excepción es “Help!”, interpretada por Jack en un espíritu casi punk.

The Beatles siempre garpa, y la taquilla sextuplicó el costo de producción, aun cuando mucha gente observó sus defectos. No faltaron quienes señalaron antecedentes diversos para la premisa, sobre todo una novela gráfica francesa de 2011, de David Blot y Jérémie Royer, que se llama igual (Yesterday). Allí un joven de hoy, sin explicación, se despierta en 1960 y aprovecha la oportunidad de convertirse en estrella, presentando como propias las canciones de los Beatles, que todavía no habían sido compuestas. Se podría decir que la novela gráfica, a su vez, desarrolla la idea de la famosa escena de Volver al futuro (Robert Zemeckis, 1985) en la que Marty canta “Johnny B. Goode” antes de que la compusiera Chuck Berry. Estos antecedentes (y hay varios otros) no quitan los elementos originales de esta versión.

Uno de los conflictos básicos de la historia es el problema de conciencia que siente Jack porque deja creer que esas genialidades son suyas, cuando no lo son. La resolución sigue la ética, tan fuerte en los países angloparlantes, vinculada a la noción de que ninguna persona puede ser realmente feliz si no dice “la verdad”. Esto entraña unos problemas de congruencia: ¿qué sentido tiene decir que esas canciones las hicieron John Lennon y Paul McCartney si, en el mundo al que se trasladó Jack, Lennon y McCartney nunca realmente las llegaron a componer? La película se pierde de explorar una fantasía/metáfora interesante: que quizá algunas inspiraciones tan increíbles, al punto de parecernos sobrehumanas, podrían ser “recuerdos” de alguna dimensión paralela, y que esos datos culturales, sin los cuales nos cuesta concebir el mundo, en algún lugar siempre existieron.

La magia de Curtis aparece en algunos diálogos, sobre todo en una escena especial y muy conmovedora para quienes tenemos un corazón beatle, y que no voy a describir para no estropear la bella sorpresa (tiene que ver con una visita a una casa en la playa).

Sí voy a comentar (¡alerta, spoiler!) un aspecto del final. Jack, en nombre de la “honestidad”, decide compartir en la red, en forma gratuita, las canciones que figuran como propias. La productora Debra, de pronto erigida en villana, obviamente, se desespera. Lo que queda totalmente por fuera de la ecuación ética es que ella invirtió fortunas en la producción de las grabaciones y en la promoción. La película termina asumiendo una actitud de “liberación” con respecto a los derechos artísticos, bastante paradójica para un emprendimiento que gastó diez millones de dólares para usar unas canciones y luego recaudó más de cien millones con entradas vendidas.

Yesterday. Dirigida por Danny Boyle. Con Himesh Patel, Lily James, Kate McKinnon. Reino Unido, 2019. En varias salas.