Una vez, Pinocho Routin le dijo que cantaba bárbaro. Eso fue hace una punta de años, cuando Lucía Ferreira se ganaba la vida en los ómnibus, haciendo un repertorio de canciones populares para todo aquel que deseara colaborar. Después dejó los bondis, fue moza y tuvo un quiosco, pero nunca dejó de cantar.

Más acá le tocó pararse al frente de esa mezcla de banda eterna y escuela de rock que es La Tabaré, y un día colgó los guantes de pelear canciones que le dio Tabaré Rivero para dar vida a sus proyectos personales. Sola, con otros músicos, con canciones propias y prestadas. Ahora organizó un ciclo de recitales junto a invitados especiales, y está grabando lo que será su álbum debut, que tendrá un par de adelantos antes de fin de año.

No tiene apuro. Es paciente, dice. Planifica, pero se deja seducir por el azar. Sabe que, en este caso, el camino está para recorrerse entero, y que el miedo es demasiado pesado para llevarlo encima.

Este año ibas a grabar tu disco debut...

Tenía el plan de grabar, pero pasó lo que pasó y cambió bastante la manera de encarar las cosas. Recién ahora estoy empezando a grabar el disco, y saldrán dos canciones antes del año que viene. Cambió mucho la propuesta, porque yo estaba viendo cómo hacía para financiarlo, y surgió la posibilidad de que nos apoyara The Orchard [distribuidora de contenidos musicales en soporte digital], así que podemos grabar más tranquilos; es un alivio.

¿El tiempo muerto de la pandemia cambió la forma de encarar el proyecto?

Cambió, sí. Para empezar, la primera canción que grabé no existía antes del 13 de marzo. La compuse en abril, en plena cuarentena. No estaba para nada en mis planes. La compuse, se la mostré a mi productor, Santiago Olariaga, sin expectativa de que fuera a entrar. Tenía temas mucho más digeridos, y de repente me encontré con que esta canción les gustó un montón. Eso me encantó; capaz que no estaba convencida, y ahora estoy contenta con cómo está quedando. Así que, sí, todo cambió.

¿Cómo elegís las canciones? Porque tal vez las que tienen más años no representan lo que querés decir ahora...

Pasan varias cosas. Puede que con una canción no siga pensando lo que siento en la actualidad, pero igual es válida, y no quita que la pueda interpretar. O al contrario, en ese entonces decía cosas que no llevaba a cabo en mi vida, y esa letra, que escribí con 20 años, tiene más coherencia, para mí, en la actualidad. Por ahora, de ninguna canción dije “no la canto más” porque no me identifica. Eso no me sucede. Hay cosas que escucho de cuando tenía 20 años y me pregunto de dónde saqué la información que puse en esa letra. No lo sé. En ese sentido, la composición no me pertenece del todo.

¿Qué escribiste con 20 años que estás llevando a cabo ahora?

Con 20 años laburaba de moza y no me sentía muy plena en mi vida. Me costaba mucho transitar con alegría. Tenía momentos, muchos amigos, y la música estaba presente, pero… Me acuerdo de una frase de una canción que se llama “Tratando”, que dice “ningún acontecer tiene un solo sentir; podés matarte adentro o elegir vivir. Y la pregunta se vuelve respuesta después de oír lo que los demás tienen para rescatarte”. Yo no sé si aplicaba, en ese momento, ese pensamiento. Que sea lo que sea que pase, vos podés decidir si te ponés el balde y lo transitás con angustia, lo sufrís, o si sos capaz de ver la oportunidad que te está regalando esa situación, y te abrís a dejarte ayudar por los demás, ver la parte más luminosa de la cosa. No sé si era consciente de que funcionaba así. Sin embargo, lo dije en esa canción. Hoy quizás sí lo sé, lo tengo claro. Yo decido vivir así.

“Lo que impulsa a componer a Tabaré es muy diferente a lo que me sucede a mí. En su caso hay una cosa más social, de compromiso, de expresar un enojo, una disconformidad. En mi caso, el estímulo para escribir, hacer arte, es distinto”.

¿Te marcó el hecho de haber trabajado con Tabaré Rivero, que es un tipo que tiene clarísimo qué decir en cada canción?

Creo que lo que impulsa a componer a Tabaré es muy diferente a lo que me sucede a mí. En su caso hay una cosa más social, de compromiso, de expresar un enojo, una disconformidad. En mi caso, el estímulo para escribir, hacer arte, es distinto. Obviamente, el hecho de haber atravesado La Tabaré me modificó, me influenció, y no soy la misma persona. No sólo por el correr del tiempo, sino por lo que viví en ese proyecto. Supongo que como compositora, como artista, me influyó. No sé si directamente, como para tomarlo como una referencia a la hora de componer. A la vez, era mi banda de los 15 años, la escuché siempre.

¿Y qué te mueve a componer?

Es una necesidad de expresión. Me cuesta explicarlo, bajarlo a palabras. La primera vez que compuse algo fue “El amor sabe andar”, y me gusta pensar en la palabra “inocencia”, porque no buscaba nada. Fue la primera vez que armé una canción conscientemente, pero no estaba en mis planes. No era “ah, tengo 20 años, tengo que empezar a componer”. Desde siempre conecté con la composición, porque desde los 12, 13 años escribo todo el tiempo, pero nunca había armado una canción, nunca me había puesto a pensar que podía componer. Y cuando quise ver había escrito un tema. Lo que me impulsa es una cosa que no tengo clara. Quizás lo que más se asemeja a una respuesta es que es una necesidad de expresarme. Tengo una visión bastante mística de la composición, y hay algo que tiene que ver con poner en melodías y palabras concretas lo que está en el aire y que se traduce a través de un ser humano. Me parece que eso es lo que hacemos los artistas: traducir una cosa que ya es. Este año me pasó. La canción que terminé de grabar ahora se la compuse a mi abuela en abril. Es hermoso poder dedicarle una canción a alguien que amás, que forma parte de tu historia. La compuse y ella se murió a los dos meses. No estaba enferma ni nada. ¿Cómo se explica? 15 años después de empezar a componer le hago un tema y a los pocos días se muere… Para mí, eso no es casualidad, pero no sé explicar cuál es mi intención al componer.

¿Qué sentiste cuando te diste cuenta de que, por primera vez, tenías una canción?

Mucho susto. Pasar de tener unas ideas a una canción, que puede estar buena, o no... Tuve mucho miedo de mostrarlo. La empecé a cantar en vivo y ahí me envalentoné.

¿Seguís sintiendo lo mismo?

Sí, y es muy lindo.

¿Cuándo empezaste a cantar en los ómnibus?

Empecé a los 16 años. Canto desde que hablo. En la escuela era la cantante, en el liceo también, y así. Pero me daba mucha vergüenza. De hecho, mi amigo Matías, que era el que tocaba la guitarra, era el que hablaba. Yo no me animaba.

Leo Carlini, de Pecho e’ Fierro, que también cantó en los bondis, decía que ese era el público más difícil.

Porque nadie te está pidiendo que vayas. De alguna manera, vos estás pidiendo permiso. Me encantaba hacerlo, y además era la manera en que generaba mis ingresos. Cantando me sentía libre. Buscaba el disfrute por ahí, compartía con mi amigo, estaba seis, siete horas en la calle, cantando. Se hacía una buena plata. Y nunca viví mucha hostilidad. Hacíamos las cosas bien, y era bien recibido. Cuando alguien sube al bondi y hace las cosas de manera bella, a mí me alegra. Éramos re chiquitos, y subíamos a darlo todo. Siempre recibíamos lindos comentarios. Me acuerdo de que una vez iba Pinocho Routin. Estábamos haciendo “Malandragem”, de Cássia Eller, y me acuerdo de que yo iba pasando por los asientos y Pinocho me dijo: “Pah, qué voz que tenés”. Me pegó muy lindo eso. No tengo recuerdos hostiles. O sí: una vez canté un tango y un señor me dijo: “Espantoso”.

Eras feliz cantando en los ómnibus, pero siendo moza ya no. ¿Por qué cambiaste una cosa por la otra?

No sé, tiene que ver con la edad. A los 16 tenés otra libertad. A los 20 ya te cuestionás qué vas a hacer de tu vida, qué carrera vas a hacer. Hay un montón de presiones sociales. Y cuando no te hallás, y observás la vida y el mundo adulto y no te identificás, se pone feo. No por el hecho de ser moza.

¿Cómo te decidiste, entonces, a dar el salto?

Siempre tuve claro que iba a cantar, no pensaba en otra cosa que no fuera eso. En mi casa me decían que estudiara Magisterio, algo... No me daban para atrás con la música, eso no. Pero estaba el miedo, la supuesta necesidad de estudiar algo, y yo no quería estudiar algo que no me gustara, que no me gusta. Eso me salvó, porque soy muy soñadora, y me ayudó a seguir adelante. Capaz que alguien más realista, con los pies en la tierra, lo consigue igual, pero de otra manera. Siempre fui cantora. En un momento, como a los 26 años, tenía un quiosco en la Costa de Oro. Lo vendimos, y ya no me veía volviendo a trabajar de moza o de lo que fuera, me volvía loca. No quería. Y la vida me sostuvo: me empezaron a surgir cosas, empecé a cantar en todos lados, a laburar mucho, y se fue dando. Y aquí estoy.

Con tu disco en camino. ¿Cómo te sentís?

Todo junto. Estoy muy emocionada y tengo miedo. Miedos. De algunos tengo clarísimo el porqué, y de otros no. A veces una quiere vivir determinadas cosas, y cuando estás por vivirlas te das cuenta de por qué demoraste tanto en llegar. Implica mucha valentía hacerse cargo de lo que una desea. Lo siento así. Y cantar desde hace tanto tiempo, y haber enfrentado tanta adversidad, me hace ser muy paciente. A mí me ha tocado ir despacito por la vida. Y está bien.

Agenda

Lucía Ferreira presenta su ciclo Equilibrios todos los viernes de octubre en la sala Magnolio, con invitados especiales. Empezó junto a Martín Buscaglia y Alfonsina, y seguirán Pedro Dalton (viernes 16), Papina de Palma (23) y Eli Almic (30). Entradas en venta en Tickantel.

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