Enigma, indicios, perplejidad, frontera, ocasión, sentido, caos, bosque, tiempo. Palabras que se resignifican en el lenguaje de Graciela Montes, gran lectora, escritora, traductora, editora y sensible pensadora argentina de la literatura infantil y juvenil (LIJ). En su pasaje por la Facultad de Filosofía y Letras fue alumna de Borges. Se enamoró de Ricardo Figueira, porque le recitaba de memoria poemas de Lorca. Tuvieron dos hijos, Diego y Santiago, y cuatro nietos: Felipe, Ana, Lucila y Marcello.
Trabajó durante 20 años, junto con Boris Spivacow, en el Centro Editor de América Latina (CEAL); allí dirigió la colección Los cuentos del Chiribitil. Fue editora de Los Libros del Quirquincho y de Gramón-Colihue. Tradujo Alicia en el país de las maravillas, Los cuentos de Perrault, Las aventuras de Huckleberry Finn y la reactualización de La literatura para niños y jóvenes. Guía y exploración de sus grandes temas, de Marc Soriano. Publicó tantos libros que nombrarlos llevaría páginas, así que mencionemos sólo algunos: Historia de un amor exagerado (1987), Tengo un monstruo en el bolsillo (1988), Irulana y Ogronte (1991), Aventuras y desventuras de Casiperro del hambre (1995).
Fue miembro fundadora de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina (ALIJA). Y sus reflexiones quedaron escritas de modo poético en sus ensayos: “La frontera indómita” (1999) y “El corral de la infancia” (2001). Recibió variados premios y la nominaron tres años al Hans Christian Andersen, posiblemente el más prestigioso de la LIJ.
Para sorpresa de muchos, se retiró hace 15 años. Aun así, en 2018 el jurado del XIV Premio Iberoamericano SM la eligió “por ser una escritora pionera de la literatura infantil en Iberoamérica, que ha influido en varias generaciones de escritores y especialistas en toda la región; por su calidad literaria, cuya diversidad de estilos y recursos permite lecturas en varios niveles, su obra amplia y diversa que aborda temas innovadores”. Graciela lo recibió como “un abrazo histórico”.
Acaba de publicarse en nuestro país Historias de la mitología griega (Banda Oriental), ilustrado por Fidel Sclavo. Mitos que reescribió en 1996 para Odo, editorial que dirigía su esposo (y que editaba bajo el sello Gramón-Colihue), dentro de la colección La mar de cuentos. En la charla que tuvimos con esta excusa nos acompañó su hijo Santiago, quien, con cariño, se ocupa de su obra. “Es fácil, porque todos quieren publicar sus cuentos”, dice.
Mientras conversamos, Graciela mueve los ojos en busca de recuerdos, juega con su collar. Las palabras y la humildad le salen de la sonrisa.
¿Cómo fue la reescritura de los mitos griegos?
La reescritura ha sido una tarea editorial que he hecho mucho. Incluso escribí cosas sobre la fauna argentina y científicas. Escribir sobre fauna me obligaba a interesarme por un orden de la realidad que no conocía. Reescribir es volver a contar, de manera sencilla y significativa, una historia que no te pertenece.
¿Se asemejan la reescritura y la traducción?
Son trabajos menos protagónicos, más humildes, que valoro mucho. Es poner el oficio al servicio de otros. Hay menos mostración personal.
La palabra fue central en tu trabajo: como escritora, como lectora, como editora, como traductora y como pensadora. ¿El tuyo fue un “oficio de palabrera”, como diría Laura Devetach?
Sí, la palabra atraviesa todo. El mío fue un trabajo de obrera, de obrera de la palabra.
¿Cómo te va con la palabra ahora?
Ahora no escribo, salvo algún mail. Pero leo, leo mucho. Me maravillo de poder seguir a mis nietos en su adquisición del lenguaje y el modo en que lo van usando. Me interesa muchísimo ese vocabulario nuevo que se ha armado en torno a las formas de comunicación. Creo que habría que calarlo, porque es riquísimo, pero si se vuelve rígido, se va a perder mucho. Si la jerga no se mueve, puede volverse un corsé pesado y poco interesante.
¿Cómo pensás que se puede abrir?
Mirá, sabiendo que me iba a encontrar con el Uruguay, que hace tanto que no tengo vínculos, volví a leer las cartas que nos escribíamos con Malí Guzmán. Es una extraordinaria escritora de cartas, refleja las cosas de la vida cotidiana con gran fertilidad. Me pregunto si en el nuevo lenguaje de la mensajería se puede hacer que eso no se pierda. Pero no sé cuál es el camino.
¿Te referís a que este nuevo lenguaje provoque encuentros, que no sea un mero intercambio vacío?
Exacto. Sería así. Que se pueda pasar al estadio de la realidad a través de las palabras.
Me gustaría que contaras sobre tus primeras lecturas y los sábados.
A partir de mis cuatro años mi papá dejó de trabajar los sábados. Y así empezó el programa de salir a comprar un libro esas mañanas. A veces era una revista, otras un libro como Bolsillitos. Y cuando ya era un poco más grande vinieron los tomos de Roobin Hood de la colección de Acme. Se vendían en el quiosco del barrio, que era de un señor que se llamaba Ángel.
¡El quiosco de Ángel!
¡Sí! Me acuerdo en especial el día que me llevé El príncipe feliz, de Oscar Wilde. Era un tipo de lectura diferente a la de los libros de aventuras de siempre, solía leer a Salgari, Los tres mosqueteros. Llegué a tener muchísimos libros. Mi papá había descubierto que los sábados en la mañana eran de no trabajar y hacíamos eso juntos.
La aventura del paseo con tu papá, el día libre y el disfrute estuvieron vinculados a tus primeras lecturas.
Sí, y tuve la suerte de tener dos tíos abuelos tipógrafos, trabajaban en Paoppi. Cuando mi bisabuelo murió, en Barracas, las hijas tuvieron que salir a trabajar y consiguieron trabajo en esa imprenta. Allí conocieron a sus maridos. Una historia de gráficos.
Había letras por todos lados en la familia.
Por todos lados. Me llegaban muchas revistas y en la casa de uno de los tíos estaban las Patoruzú y las Rico Tipo. Había pilas de revistas, revistas a rolete.
Escribiste: “La lectura nace del desequilibrio y todo lector es un rebelde”, ¿en qué pensabas?
La lectura (que es un bien que debemos tener todos) como he tratado de ejercerla es una no aceptación del statu quo, puesto que uno se retira y ya no da las cosas por sentadas: las lee. Y si lee, la posición es de rebelde. No digo que sea la rebelión de Satanás en el Cielo, pero es una postura rebelde.
¿Cuándo empezaste a escribir? Mencionaste en una entrevista que, de tanto leer, pasar a la escritura fue inevitable; también que las primeras palabras llegaron en la adolescencia y que las primeras historias aparecieron con los juegos imaginarios.
Sí, todo eso. Pero profesionalmente, dedicarme a eso... Sabía que tenía una especie de destreza de poner una palabra atrás de la otra. Me salía relativamente fácil. Probé escribir de niña y de adolescente. Ensayé. Hice construcciones, pequeños cuentos, pero nunca imaginé que iba a poder vivir de la escritura. Esa es una gran diferencia. Todos podemos escribir, incluso puede ser que los que no viven de su escritura escriban cosas excelentes y aún mucho más excelentes que los que vivimos de la escritura. Son dos cosas que van por carriles diferentes. En el Centro Editor aprendí que la palabra me servía de modus vivendi. Allí podía corregir erratas, el estilo o la puntuación de un texto. Podía reescribir, redactar un epígrafe. Y luego tuve la suerte de publicar, en Los cuentos del Chiribitil, Nicolodo, mi primer cuento.
¿Recordás tus historias?
A veces me olvido algunos detalles. Por ejemplo, el otro día mi nieta me hizo una pregunta que le habían hecho sobre un libro mío, y no me acordaba. Ella sí, porque lo acababa de leer. Ya está hecho.
Se independizaron.
Definitivamente, y me alegro profundamente. Espero seguir cobrando derechos, porque tengo la jubilación mínima [ríe].
Pero te tironean, en 2018 recibiste el Premio a la trayectoria de SM. Hay algo que creaste que tiene una potencia tal que no te abandona aunque vos lo dejes.
Sí, pero ya está fuera de mí. En un momento lo hecho pasa a otro orden y hay que quedarse en el molde, no ser protagonista.
¿Se parece al trabajo de traductora?
Sí, es verdad, exactamente, es como regresar a mi primera profesión.
En tu libro Uña de dragón la niña protagonista dice que hay historias que llegan como chaparrón y otras como llovizna. ¿Tienen un modo de irse?
Sí. Aunque en este momento estamos todos sumergidos en relatos. Más que chaparrón es el diluvio universal. Lo que queda es lo significativo, no lo utilitario del momento. Lo muy ad hoc tiene una vida efímera. Estoy muy agradecida de que sigan leyendo mis libros. Este es un mundo con tantas solicitaciones, tan múltiple, que es un privilegio que sigan vivos.
¿Cómo trascurren tus días?
En estos días de pandemia, estoy desde el 13 de marzo adentro de casa, porque además de ser viejita y estar en el grupo de riesgo, tengo antecedentes bronquiales. Hago las cosas de la casa, limpio, leo, organizo fotos viejas, cosas así. Aburrir, no me aburro. Mi marido es el que sale a hacer la expedición de las compras. A los nietos hace un montonazo que no los veo.
Supe que tradujiste para tus nietos.
Sí, Tom Sawyer y algunos de Verne para Felipe, el mayor. Lo íbamos haciendo como folletines. Me parecía lindo que los conociera y era un ejercicio de traducción. Fue un regalo para ellos. Ahora Anita ya los empezó a leer. Traduje alguna otra cosa que me parecía interesante, pero no para editarla. La traducción es muy gozosa. Y la he hecho simplemente porque me parece que es bueno que esté hecho. Además, me ha ayudado a recuperar el equilibrio en momentos difíciles. Cuando tuve una operación importante, fue lo primero que retomé. En ese momento estaba traduciendo a Marc Soriano. Fue una tarea que llevó mucho tiempo. Él estaba haciendo un ajuste respecto de la edición original y me mandaba los artículos, y yo los traducía a partir de esos manuscritos. Marc Soriano me enseñó un montón, porque era muy sabio, pero sobre todo, porque sobrellevaba una situación de salud muy tremenda de una manera admirable.
¿Estás leyendo algo que te tenga atrapada?
Me atrapa esta pantalla, donde leo muchísimo. No estoy leyendo cosas nuevas. Releo mucho. Agarro al azar de la biblioteca y leo. No leo como antes: leo una parte de un libro, “ramoneo”. He leído cosas que tenía en el tintero, pero no me comprometo como antes. Si tengo ganas, leo, y si no me interesa, interrumpo. Hay algo menos profesional. Leo como cuando empecé a leer, que no tenía mandatos. Una de las razones por las que estoy contenta de estar retirada es no tener tantos mandatos. Porque cuando uno está en eso es un mandato tras otro. Tenés que estar al día. Lo hice cuando estaba en el campo de trabajo y ahora me doy el gusto de no hacerlo.
Graciela sonrió con calidez durante todo el encuentro. Inquieta, pensó y repasó. Curiosa, hizo preguntas. En la intimidad doméstica sigue disfrutando de amasar palabras. Y montañas y praderas de lectores agradecemos sus años de creación, su trabajo de obrera de la palabra.