Lucas Sugo está en Rivera. Ahí es donde vive, y donde, presumiblemente, vivirá siempre. Ahí, en esa ciudad de la frontera, es donde creció, donde se hizo cantor, y a donde vuelve después de girar, tocar, hablar en cualquier parte. Ahora, forzosamente, no sale de Rivera, pero no le cuesta mucho. Le duele, dice, cuando no puede abrazar a sus hijos, cuando siente que extraña el mimo del público.
Hace unos días, en San José, recibió el premio Graffiti al artista popular del año, que, a partir de esta edición, la decimoctava, lleva el nombre de Omar Gutiérrez. Es el quinto aerosol que se lleva el artista en lo que va de su carrera, pero asegura que este tiene un significado especial. “Es el segundo año consecutivo que lo gano como artista popular. Tiene ese plus, esa carga linda del afecto de la gente que sigue sosteniendo la historia. Nosotros, los del interior, teníamos la posibilidad, y la tenemos hasta el día de hoy, de vernos en Omar Gutiérrez, porque queda eso. Nos vemos en sus actitudes, en su proceder. Eso hace que uno tenga un sentimiento de orgullo de ser del interior y ver que hay gente que logra cosas. Omar Gutiérrez siempre será un referente, nos abrió la puerta. Y tiene el agregado de que el premio es el voto popular. Creo que mejorar lo que viví esa noche es imposible. Como decimos todos los artistas, es un mimo al alma, pero con esa connotación de ser popular, y todavía con el nombre de Omar Gutiérrez, que para nosotros es tan grande, todo es fantástico. Sin duda, este premio lo voy a atesorar en forma especial”.
La popularidad de Lucas Sugo no es un invento. Desde que dejó de ser el cantante de Sonido Profesional, en 2013, y se mandó como solista, se cansó de llenar los lugares en los que se presenta. En poco tiempo tachó de la lista todos los escenarios posibles: tres veces el Teatro Solís, cinco el Teatro de Verano, cuatro el Auditorio del SODRE, dos el Antel Arena, y una vez el Atilio Paiva Olivera, en Rivera. “Te falta el Centenario”, le digo, más para picanearlo que otra cosa. “Bueno, había un proyecto para hacerlo el año que viene, pero lo pusimos en pausa por la pandemia. Es el último escalón que me faltaría subir en el paisito querido”. Touché. Y además Argentina, Paraguay, Bolivia, España, Australia, Estados Unidos. Lo que se dice un pasaporte bien usado.
En el estadio, igual, ya cantó. Interpretó el himno en oportunidad del amistoso entre Uruguay y Panamá, en junio del año pasado, en una jornada digna de una road movie. Ese día amaneció en Asunción, Paraguay, y viajó a Encarnación, donde lo esperaba una conferencia de prensa. Después del mediodía se subió a un avión directo a Montevideo, donde probó sonido, se bañó, cantó y, tras el pitazo inicial, emprendió el camino de regreso. A la una de la mañana estaba otra vez en Paraguay, haciendo bailar a miles de seguidores. “¿Viste cuando te pasa algo contundente en la vida, que demorás en bajar las revoluciones? Ni sentí el cansancio. Son de esas cosas que no se olvidan, y que quedan como anécdota para comentarle con orgullo a los nietos, si Dios quiere”.
Hay, al menos, dos Lucas Sugo, y uno de ellos atiende una videollamada. Hay, paso más, paso menos, 500 kilómetros entre mi casa en Montevideo y el flamante estudio de Lucas Sugo. El paseo virtual por la sala muestra parlantes, jirafas, una consola que se adivina de última generación, llena de botones y lucecitas, una guitarra, un escritorio y, tal vez, la pieza de hardware más importante del lugar: una papelera. Ahora está vacía, pero allí es donde van “las cosas que no germinaron”. Que son muchas, asegura con ademán exagerado.
En esa papelera caen, miércoles a miércoles, los descartes de su obra. Porque cada miércoles, Lucas Sugo llega temprano al estudio y se pone la obligación de trabajar. Un mate o dos para toda la mañana, y a componer lo que salga. “Antes era de eso de que si uno siente sacudones emocionales positivos o negativos, viene la inspiración y escribe. Después me di cuenta. ‘Esperá un poquito: ¿por qué no le pegás un sacudón a la inspiración y le decís vení que estoy acá?’ En estas instancias uno va exprimiendo, exprimiendo, y la inspiración aparece, y la pasamos bien los dos. Como dicen en Brasil, ‘si la suerte llega que te agarre trabajando’”.
Eso es lo que hace, entonces, Lucas Sugo, todo el tiempo. O casi, pero de eso hablará más tarde, cuando llegue el momento de la guitarra. Trabajar mucho, cada día. En varios quioscos. La pandemia por el coronavirus le cortó las alas a varios proyectos, pero él se las ingenió para meterle músculo a otros, porque más vale maña que fuerza. “¡El coronavirus fue un boleo, hermano!”.
Así, mientras pasaba para más adelante un Gran Rex en Buenos Aires (ya agotó uno, exactamente un año atrás) y un Luna Park, idas y vueltas por el interior argentino, Paraguay, otra vez España, y Estados Unidos, y Australia, y el desembarco en destinos nuevos, como Chile y Perú, se puso a laburar en lo que podía. Enumera: DVD del espectáculo del Antel Arena, que ya está en Youtube; la publicación del EP Sentimiento y pasión, y la grabación de otro que está por salir; las canciones “Mensaje enviado” y “Contigo quiero”, y una que estrenará en unos días, con videoclip y todo. “Largamos muchísimas canciones”, dice, “además del feat que tengo con folcloristas, que no puedo decir cuáles. Pero este año, flojo, lancé más de 30 canciones”. Flojo. Y a esto hay que agregar los Baile en casa, shows transmitidos vía streaming, que en diciembre tendrán su quinta edición.
“Cuando se asentó el polvo de la pandemia estaba la propuesta de hacer como un autocine, estaba la del streaming, que me la ofrecieron, pero yo venía con otra idea, que era la de Baile en casa. Transmisiones en vivo, con buena calidad de audio e imagen, con contenidos trabajados antes. Generar ese combo, vender publicidad y dárselo gratis a la gente. La última duró más de cuatro horas, con contenidos variados. Estuvo el Gaucho Influencer para darle humor, estaba la banda, sin aglomeraciones, cuidando mucho la distancia, y generamos contenido artístico. Apunté para ese lado, hubo empresas que se sumaron, y la última transmisión terminó con más de 170.000 visualizaciones; ahora tiene más. Eso fue hace dos meses, y paré porque empezaron brotes muy fuertes (de coronavirus) en Rivera, y me parece que tenía que parar”.
Y le dedicó más tiempo a Sentimientos Producciones, su propia productora, con la que, además de llevar adelante su carrera (hoy en día no tiene compromisos con compañías discográficas), planea promocionar a “artistas de varios colores musicales”. “Los sueños”, asegura, “no se suspendieron. Todo esto que pasa lo tomo como un botón de pausa. Estaría desesperado si viera el stop. Dios nos libre y guarde. Pero el botón de pausa está ahí, pronto y engatillado para que sigan los sueños. Hay una dosis de optimismo para el mañana”.
Quiero tocar la guitarra todo el día
Dice Lucas Sugo que no se vio tentado a escribir una canción sobre la pandemia, la distancia forzada y los abrazos postergados, porque ya la tenía. Aparece la guitarra, entonces, y canta.
“Cuando por las noches me visitan los fantasmas / que hacen realidad esta tormenta que es mi alma, / Faltas, ay, faltas. / Cuando al terminar otra jornada llego a casa / y al abrir la puerta me recibe la nostalgia / Faltas, ay, faltas. / Y cuando mi almohada, cómplice, /se entrega a mis brazos que se ven / extrañándote. / Y un montón de sueños que ahora están archivados, agonizan ya, / cómo faltas”.
“Por ahí viene la mano. Esa es una canción que escribí cuando nos separamos con mi ex pareja. Ella tenía su familia en Paysandú, y se fue para allá con los pichones. Creo que, con mis hijos, tenemos un récord Guiness: no hubo un día en que no nos comunicáramos. Hasta el día de hoy, desde hace siete, ocho años. No hay día en que no estén presentes. Y hace años, un día que corté con ellos, me vino esa canción. Está la trampa de que es una canción que la gente puede interpretar que es para una relación de pareja. Golazo, que cada uno se sienta identificado. Pero tiene eso por detrás, habla de eso. Hace a una realidad vivida, de extrañar a un ser querido”.
La guitarra se queda en los brazos de Lucas Sugo. Corrijo, de Lucas Alberto, el otro Lucas, el hombre que es Lucas Sugo cuando no es el que canta, el que firma autógrafos, el que habla en las entrevistas. “Estas épocas de pandemia me sirvieron para atender un poquito a Lucas Alberto. Estaba inmerso en el Lucas Sugo. Llegaba a mi casa y estaba pendiente de la próxima gira, las próximas grabaciones, la próxima canción, y me olvidaba de jugar con mis perros. Me olvidaba de mimarlos y recibir mimos; me olvidaba de comer una tangerina en el patio de casa; de decirle ‘¿cómo te fue?’ a mi mujer, tomando mate y mirando el informativo. Me olvidaba de muchas cosas que ahora reviví. Me olvidaba de Lucas Alberto. Antes agarraba una guitarra y pensaba qué canción poner en el repertorio, qué arreglos colocarle. Con la guitarra estaba frío, todo programado, direccionado a lo laboral. Y en la pandemia no, agarraba la guitarra y cantaba”.
Y entonces toca los acordes y canta los primeros versos de “De música ligera”, de “Loco (tu forma de ser)”. “¡Ese soy yo! Me crie escuchando eso. Ahí empecé a darle instancias de guitarreadas a Lucas Alberto, para que disfrute un poco. Sin buscar el arreglo perfecto. Yo soy muy minucioso, pero si ahora no hago un trabajo sobre el escenario y puedo atender a Lucas Alberto con esas chiveadas lindas, no lo hago más. Y lo disfruto. ¡Si yo cantaba porque era una necesidad! Nací para cantar, para expresarme con la música. No sé si nací para cantar bien, para triunfar, para ser famoso, pero sé que nací para cantar. Me pasan muchas cosas, y ahora las estoy disfrutando. Es raro, ¿no? Te digo que extraño el escenario, la sensibilidad que genera en mí el afecto, pero también te digo que hay cosas positivas dentro de lo malo, que hacen que esta situación inestable sea un poco más llevadera”.
Parece que los dos Lucas eran como esos personajes de los dibujitos animados, el angelito y el demonio, que venían a perturbar el razonamiento del gato Tom, de la Pantera Rosa o de quien fuera. “Ahora Lucas Sugo y Lucas Alberto están contentos, bien atendidos, y no se pelean, están tranquilos los dos. Ahora hay armonía y ubicación existencial. Si estás bien ubicado en un lugar, podés ir a otro. Yo puedo ir a buscar felicidad; sé dónde estoy parado y dónde la puedo encontrar. Ahí uno no se pierde. Están esos artistas, que tienen cierta sensibilidad aguda, que si se pierden van por caminos que no comparto mucho, algunos de esos caminos no tienen vuelta. Yo prefiero así, en este entorno espiritual donde estoy a gusto y veo que edifica”. A fin de cuentas, como dice el tango, la fama es puro cuento. Y Lucas, cualquiera de los dos, sigue tocando la guitarra.