La nueva edición del Festival de Cinemateca viene vibrante como siempre. Todas las funciones a las que asistí tenían el aforo completo. Aun con las limitaciones a la posibilidad de contar con invitados, en algunos casos la presencia de algún uruguayo en el equipo permitió charlar con representantes de la realización, y el clima humano en los pasillos es una belleza. Este evento importantísimo viene regalando a quienes pueden asistir, como todos los años, la mayor concentración de estrenos cinematográficos en Uruguay en un lapso de tiempo comparable, de la mayor diversidad de países y probablemente (si esto fuera cuantificable) con el mayor interés promedio por película. La calidad de las proyecciones (y muy especialmente del sonido) es la mejor de la plaza actualmente. Y la cosa sigue por nueve días más, hasta el 5 de diciembre.

Escribo este artículo habiendo visto 14 películas en el correr de la primera semana, menos del diez por ciento del total. Dos de las películas más fuertes que vi son brasileñas y, por desgracia, ya no habrá funciones en el marco del festival. Es el caso de la conmovedora, desgarradora y bellísima La vida invisible de Eurídice Gusmão (de Karim Aïnouz, Brasil/Alemania), que abrió el festival precedida por una cálida presentación del director, grabada en video, y con la presencia de la coguionista y del director de arte, los uruguayos Inés Bortagaray y Rodrigo Martirena. Y también de Breve miragem de sol (de Eryk Rocha, Brasil/Francia/Argentina), una especie de Taxi Driver carioca con un estilo formidable y una visión crispada del momento que vive la ciudad de Río de Janeiro.

Siguen los comentarios de algunas que sí se podrán ver. Sin perjuicio de lo lindo que es tirarse a ciegas a ver algún título y disfrutar el juego de un azar no demasiado azaroso (ya que es evidente el tino con que fue realizada la programación), aquí van algunos comentarios.

¡Ahora o nunca!

Entre hoy y mañana dan cuatro películas increíbles, una de ellas acompañada por un cortometraje que también recomiendo. ¡Corran, enloquezcan, no se las pierdan!

La audición (Das Vorspiel, de Ina Weisse, Alemania/Francia, Competencia Internacional). La historia involucra a una profesora de violín. La trama curiosea en todos los aspectos de su vida, al punto de parecer medio descentrada: su dedicación a un alumno talentoso pero problemático, los celos que ello suscita en su hijo, la relación con el marido luthier, un amante chelista, el fantasma de una carrera como violinista estropeada por el temor al fracaso, los desequilibrios de su intento de compensarlo en el éxito del alumno y del hijo, el vínculo con sus padres. Retrata con mucha precisión ese ambiente de conservatorios, instrumentistas de música erudita que encaran su labor con seriedad, dedicación y amor pero saben que no son grandes solistas y, en definitiva, desempeñan su oficio, ni mucho más pero tampoco menos que eso. El estilo despojado, clínicamente pulcro, hace recordar a Michael Haneke (tiene elementos de La profesora de piano, Caché, La cinta blanca y Amour) y a Christian Petzold, y no sólo por la presencia protagónica de la notable Nina Hoss. Las transiciones secas a veces cortan una acción en pleno desarrollo y nos tiran de sopetón en otra, casi con la impaciencia económica con que los profesores interrumpen la audición de un candidato cuando sienten que ya tienen los elementos para evaluarlo. La historia no llega a tener un centro que se pueda definir sin simplificarla brutalmente. Es un retrato psicológico de la protagonista, y uno particularmente penetrante. Obsérvese, por ejemplo, cómo ella reprocha la severidad y la exigencia casi crueles que su padre aplica al nieto (hijo de ella), pero que luego ella reproduce, en un remolino entre la herencia y la conciencia crítica. En ese sentido, aun las escenas que no aportan especialmente al desarrollo de la historia contribuyen a ese retrato, al mismo tiempo que van sumando para un momento de crisis. Es tremendo, porque ella parece disponer de todo para hacer todo bien, pero termina con la sensación de que está haciendo todo mal y su mundo empieza a derrumbarse por las consecuencias grandes de factores minúsculos. El final es inesperadamente duro, y también un poco ambiguo: ¿hasta qué punto ella vio lo que pasó en la escalera y, en caso afirmativo, qué puede hacer un ser humano con algo así? Lamento, me tengo que quedar con la vaguedad para no estropear la sorpresa. (Hoy, viernes 27, a las 17.15 y mañana, sábado 28, a las 20.40 en Cinemateca).

Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu, de Céline Sciamma, Francia, Panorama Internacional). Ubicada en el siglo XVIII, esta película es feminista hasta el tuétano. Se ocupa de un cuarteto de personajes femeninos y los varones son una presencia despersonalizada, poco visible. En la medida en que están a solas las jóvenes de edad similar, se atenúan las distancias motivadas por diferencias de clase, emerge la solidaridad, se despejan las opresiones, emerge un intenso y delicado amor lesbiano destinado, en el futuro, a quedar oculto cuando sea inevitable plegarse al orden social heteronormativo. El primer beso se da en una cueva vúlvica. Se lidia con la menstruación, el aborto es tratado en forma nada condenatoria y nada dramática y la señora que lo opera tiene algo de una bruja en la visión dignificada a lo Silvia Federici. Hay comentarios revisionistas sobre la jerarquía de la mujer en el arte y, sobre todo, una notable revisión crítica del mito de Orfeo y Eurídice. La historia está tremendamente bien urdida, las situaciones están planteadas con naturalidad y fuerte involucramiento emotivo. Las imágenes son preciosas, y son esencialmente de dos tipos casi antagónicos: interiores cálidos iluminados a fuego (velas, hogar) y exteriores playeros con un mar azulazo casi pop. Se maneja una simbología visual muy sugerente y rica, y en algunos casos pretextos naturalistas generan imágenes de sabor surrealista, que pueden evocar un poco a Salvador Dalí, René Magritte o Frida Kahlo. Hay dos instancias de montaje ideológico de Héloïse con la flor, primero a pleno y luego marchita. Hay un manejo muy sutil de miradas, reacciones, observaciones. La actuación de Adèle Haenel es increíble, y ese plano final de ella, que dura casi tres minutos, es uno de los momentos más conmovedores de este festival. (Mañana, sábado 28, a las 18.10 en Life Punta Carretas y a las 20.20 en Cinemateca). En la función de Cinemateca este largo estará precedido por el muy interesante corto uruguayo En busca del obsesor, séptima realización de la muy talentosa y creativa Lucía Nieto Salazar. Original, arriesgado, genera un clima muy especial e intrigante en esa especie de falso documental con toques de cine experimental y alusiones al terror.

Chico ventana también quisiera tener un submarino (Uruguay/Argentina/Brasil/Holanda/Filipinas, exhibición especial). Es raro que una película uruguaya empiece en un paisaje extranjero, entre campesinos que hablan un idioma que casi nadie podrá identificar (en los créditos finales sabremos que son filipinos). Más extraño aún es cuando, de sopetón, aparecemos en plena Montevideo, sin saber qué conexión tendrá una cosa con la otra. Dentro de la intrigante extrañeza general, iremos entendiendo paulatinamente las reglas de juego: en un crucero hacia la Patagonia un marino descubre una puerta que lo lleva al baño de la residencia de una mujer en Montevideo. No habrá intento alguno de explicación de ese elemento fantástico. Hay otra extrañeza superpuesta a esta: las reacciones de los personajes no llegan a ser normales, sobre todo en su pronta asunción, no cuestionadora, de los hechos sobrenaturales. Hurgan un poco, pero más para maravillarse y disfrutar que para buscar razones. Por su lado, los filipinos parecen alarmados por un hecho que debería parecer totalmente normal. Es la ópera prima del uruguayo Alex Piperno, quien muestra un dominio notable en ese terreno esquivo. Los planos (casi todos fijos) están compuestos con un rigor excepcional, y es como que cada fotograma podría entrar en una exposición de fotografía. Hay imágenes formidables en su constitución laberíntica, que funcionan como microcosmos de los atajos dimensionales que maneja la anécdota. Y hay momentos de gran ternura. La expectativa no se disipa en ningún momento. Es una obra especialmente sólida de la cinematografía nacional. (Mañana, sábado 28, a las 21.00 en Sala Zitarrosa).

Days (de Tsai Ming-liang, Taiwán, Competencia Internacional). El contenido anecdótico es ínfimo. La mayoría de esta película transcurre en acciones cotidianas, tomadas en planos extensos, casi siempre estáticos. Llamo “acciones” a cosas como cocinar o someterse a una sección de acupuntura, pero también a no-acciones como mirar la lluvia o dormir. Son dos personajes que se alternan. Los pocos parlamentos no tienen importancia, tan así que el director estableció que debe exhibirse sin subtítulos. Hacia la mitad, se delinea un esqueleto de anécdota en el encuentro entre esos dos personajes, que es un fugaz componente de ternura que colorea existencias deslucidas en una ciudad enorme. Es de esas películas planteadas como para habitarlas, más que para seguirlas: la capacidad de curiosear en los rincones de esos encuadres descentrados, en las minucias de los movimientos y actitudes de las personas, en los sonidos del entorno, en los colores, en el paso del tiempo, en cómo el cine, cuando es planteado con el virtuosismo y la sensibilidad de un Tsai Ming-liang, nos potencia y modifica la facultad de ver. Cada plano queda impreso a fuego en nuestra memoria aun pasados varios días de la función. Qué magia, o qué virtuosismo trascendente, la capacidad de ese actorazo que es Lee Kang-sheng de estar frente a la cámara y preservar la tensión, la concentración y la naturalidad con simplemente estar. (Mañana, sábado 28, a las 17.30 en Life Punta Carretas).

Dos comedias y un funeral

Hay dos comedias de procedencias de las que no solemos aguardar comedias: Ucrania y Palestina. Y tienen elementos en común: estética visual preciosista, humor quirky, estructura episódica, protagonistas que nunca se ríen y miran atónitos los absurdos y ridículos que se deparan cotidianamente. La más rica es Mis pensamientos son silenciosos (de Antonio Lukich, Competencia Nuevos Realizadores), combinación de road movie, dramedia familiar y el abordaje de una Ucrania con pocas perspectivas y autoritaria. El aspecto más sorpresivo tiene que ver con el inicio, ubicado en el siglo XVI. Durante buena parte del metraje asumimos que esa introducción fue un gesto alocado y descolgado, como la de Un hombre serio (2009, de los hermanos Coen). Sin embargo, en el correr de la película hay algunos motivos de esa introducción que se activan (dientes, la religiosidad de la madre) y el final cierra el inicio, medio milenio después. (Domingo 29 a las 18.00 en Punta Shopping y a las 20.30 en Cinemateca).

En De repente, el paraíso (It Must Be Heaven, Sección (Con)sagrados) el director Elia Suleiman se interpreta a sí mismo, un cineasta de Nazareth que viaja a París y a Nueva York y luego regresa. Consiste en una serie de sketches que son esencialmente pequeñas observaciones: la simetría casi coreografiada de un grupo de personas, un músico callejero que toca espantosamente mal, la limpiadora que está sacando el polvo a una pantalla gigante y parece estar fregando la cara de la modelo que aparece en la imagen. Suleiman sobrevalora un poco la gracia o la impresión de sabiduría inherentes a su presencia y su silencio. Es como un derivado de Buster Keaton, Jacques Tati y el Nanni Moretti de Caro diario (1994), pero cada uno de esos grandes directores fue notoriamente menos genial que su antecesor y este es otro escalón más hacia abajo. En todo caso, tiene lo suyo la visita al productor francés que rechaza su película (quizá la misma que estamos viendo) porque no es notoriamente palestina. (Mañana, sábado 28, a las 17.15 en Life 21, jueves 3 a las 20.40 en Cinemateca).

State Funeral (Sierguiey Loznitsa, Holanda/Lituania, Competencia Internacional). Esta película está íntegramente basada en materiales filmados por toda la Unión Soviética enseguida de la muerte de Iósif Stalin, en 1953. El material fue rodado para una película apologética de despedida del líder, que nunca se concretó. Simplemente vemos los hechos, sin más explicación: la exhibición de la momia del dictador durante cuatro días, las noticias que arriban por la radio a todos los rincones de ese neoimperio ruso, la llegada de delegaciones, cientos (o quizá son miles) de coronas de flores, lo mucho y lo poco que uno puede sacar de rostros de gente de la que no sabemos casi nada, las imágenes de personas evidentemente compungidas al pasar frente al féretro, los rituales, los discursos que recurren a eufemismos varios para lidiar con la idea de vida eterna en un cuadro materialista. Es el tipo de documento que desearía disponer cualquiera que fuera a hacer una reconstitución de época en una ficción sobre hechos pasados. Todo eso es curioso, pero aún más lo es el criterio de la película: las imágenes, sacadas directamente de negativos intactos, están restauradas al punto de que no se ve un único rayón, un único fragmento de polvo, y el sonido, más allá de la presencia de grabaciones de la época (discursos, músicas, transmisiones radiofónicas) fue trabajado como si se tratara de una película de ficción moderna, es decir, se agregaron ruidos para imágenes obviamente tomadas sin sonido, y todo suena rico y cristalino: pasos, murmullos, llantos, autos que pasan, las olas del mar, máquinas, caballos, los cambios de perspectiva sonora respondiendo a las distintas distancias de las cámaras. Es como estar ahí, una presencia real (falsa) dentro de la distancia y ajenidad casi imposible de esas imágenes (verdaderas). (Hoy, viernes 27, a las 17.30 y domingo 29 a las 18.00 en Cinemateca).

Uruguayos en el exterior

El cumple (Der Geburtstag, Panorama Internacional). Esta realización alemana del director uruguayo Carlos Morelli (de Mi mundial, 2017) es un drama familiar, con ribetes kafkiano-hitchcockianos en la sección central, pero que se disuelven y quedan simplemente como el nudo dramático que va a contribuir a mejorar el vínculo entre un padre trabajólico y ausente con su hijo de siete años. Está filmado en un bonito blanco y negro, quizá para potenciar ciertas alusiones expresionistas en la sección central. Por desgracia, el guion está basado en el artificio de hacer que gente razonable deje de serlo. ¿Por qué Matthias da tantas vueltas antes de aclarar la situación a Katharina? ¿Por qué se esconde de los vecinos de Julius? ¿Por qué miente a la Policía? El actor principal, Mark Waschke, hace lo que puede con esas situaciones imposibles, pero la dirección de los niños es medio hiperexplícita, hecho agravado por la música sobreexplicada. (Domingo 29 a las 20.40 en Punta Shopping, sábado 5 a las 18.30 en Life 21).

A los ojos de Ernesto (Aos olhos de Ernesto, de Ana Luiza Azevedo, Brasil, exhibición especial). El protagonista es un uruguayo que migró a Porto Alegre durante el período autoritario. Es una comedia agridulce, y en este orden, ya que, partiendo de lo agrio (Ernesto vive solo, está quedando ciego, se acaba de morir uno de sus mejores amigos, la plata de la jubilación le queda corta) desemboca en lo dulce, que tiene que ver con el reencuentro epistolar con un amor de juventud y, funcionando como catalizador, el vínculo afectivo con una joven gaúcha de vida desordenada. El aspecto más rico de la película tiene que ver con el complejo juego de espejos: Bia (la joven) ayuda a Ernesto a escribir las cartas a Lucía (el amor de juventud) y contribuye a dar un poco más de calor y osadía a la correspondencia. De esa manera, es ella la que, en parte, logrará reseducir a Lucía. Por otro lado, hay claramente una atracción de Ernesto por Bia (quien tiene una edad cercana a la que tenía Lucía cuando vivió, antes de la dictadura, su historia con Ernesto). Pese a la sublimación en un vínculo de tipo paterno-filial entre Ernesto y Bia, queda en el aire el hecho de que las palabras que Ernesto dirige a Lucía se las está diciendo (dictando) también a Bia. Y esta, a su vez, proyecta en el vínculo entre los dos veteranos parte de sus aspiraciones amorosas frustradas (su novio es un imbécil). Aparte de los aspectos tiernos y afectivos, hay episodios bastante graciosos. En el Festival de Punta del Este esta obra amena ganó el premio del público, y Jorge Bolani ganó el premio oficial como Mejor Actor. (Viernes 4 a las 20.15 y a las 20.30 en dos salas de Cinemateca).