Es martes y la noche está más fresca de lo habitual en febrero, pero la concurrencia del Club Malvín no parece darse por enterada. Fue mi tablado de la niñez y, desde que tengo memoria, el “Festival de parodistas” es uno de los formatos que más le rinde. El parodismo tenía entonces todo lo que puede atraer a los gurises: canto, baile, humor físico, chistes. A la mayoría de las murgas se les entendía poco y nada, y encima me tocó crecer en los 80, una década dorada para la categoría con el duelo Gaby’s-Klaper’s, Adams, Walker’s, Sandros, Caras y Caretas... La oferta era enorme y el público respondía. El auge y reverdecer que tuvo la categoría murgas –especialmente en la segunda mitad de la década del 90– parece tener su mecanismo aceitado en otros tablados de la capital, con el del Velódromo como principal exponente. Pero la maratón parodística (cuatro conjuntos en la misma noche) no se queda en Malvín: el tablado de la plaza Primero de Mayo ofrece también su festival en esa noche ideal para “saquito por si refresca”, y también está repleto.
La categoría actualmente ofrece algunas variantes respecto de la imagen cuasi hegemónica que el parodismo instaló en el imaginario colectivo desde mediados –también– de los 90. Es que, en cuentagotas, le ha llegado su recambio (y no sólo el generacional de jóvenes componentes pintunes para bailar en la primera fila): letristas, técnicos de varios rubros y una intención de incluir cada vez a más mujeres sobre el escenario. De los cinco conjuntos que concursan actualmente en la categoría, sólo uno –Nazarenos– no incluye una mujer en su elenco.
Los Muchachos, conjunto que este año celebra sus diez años en carnaval, accede a recibir a la diaria en su bañadera, transporte que este cronista supo habitar como componente algunos carnavales atrás. En aquel momento no había mujeres integrando el conjunto y había dos facciones bien determinadas en una foto que suele repetirse en cada bañadera: la división entre “los del fondo” (más bulliciosos y tendientes a soltar algún que otro improperio, por decirlo elegantemente) y “los del frente”, más calmos y procurando reponer energías entre tablado y tablado.
Mi recuerdo choca con la tecnología. Apenas subo al bondi, los del fondo, los del frente y los del medio se sumergen en la pantalla de sus celulares donde, entre Instagram y Whatsapp, reparten el tiempo que dura el trayecto hasta la siguiente actuación. El ánimo es distendido; el conjunto hizo una sólida primera pasada por el Teatro de Verano y aún le queda una semana para regresar a concursar. El aire es de disfrute, quizá, porque, si bien parece que el carnaval empezó hace un montón, en realidad no estamos ni en la mitad.
Nadia Grajales y Lucía Rodríguez son las muchachas de Los Muchachos. Al entrar al Malvín, Lucía reconoce que le encantaría “no tener que estar contando a las mujeres en los conjuntos”. “Me recibieron como a uno más. La convivencia es bárbara, es un muy lindo grupo”, dice, y agrega: “Arriba del escenario hay que lucharla. Las mujeres tenemos que pagar derecho de piso para hacer reír y para demostrar que podemos decir las mismas cosas que los varones. Sí: hay que remarla. Te vas abriendo camino, y ayuda tener buenos compañeros”. Le consulto por todo el universo añadido a los conjuntos, especialmente a los más populares, y Lucía sonríe. “Estoy encantada, nunca había salido en un conjunto con hinchada. Cada ensayo era como un tablado. En redes recibí mensajes muy lindos desde que me integré”, dice, sonriente, aunque reconoce que lidia con la culpa de no estar en las noches junto a sus hijos: “El más chico me espera despierto, y vuelvo a la una y media de la mañana a casa”. Unos minutos después, estará encarnando a la princesa Eduarda, de la parodia “Princesa y mendigo”, y el tablado celebrará cada intervención suya. Es que Nadia y Lucía no entran pidiendo permiso, y entienden que es natural la participación de las mujeres en el carnaval, especialmente en aquellas categorías en las que ha predominado la presencia masculina.
Los Muchachos no tienen un único capocómico o capocómica, y hay fuerte énfasis en la labor colectiva que, aun siendo así, permite momentos de destaque. Es así que Gastón Rusito González logra una imitación formidable, desde lo físico, del presidente electo, Luis Lacalle Pou, y Danilo Mazzo, un histrión formidable que además es un estupendo cantor, se mete al público en el bolsillo.
Hacer tablados en ese plan más relajado permite también probar nuevos recursos, ocurrencias que luego se incorporarán al repertorio, a los que los carnavaleros denominamos popularmente “mechas”. No hay reloj, no hay tanto apuro y encima gozás de la aprobación del público. Si hay un punto ideal en el carnaval es este, lejos de la tensión de la primera ida a concursar, lejos del hastío de la última semana.
En el Primero de Mayo nos encontramos con Zíngaros, que también espera para actuar. Las charlas son amenas, y distantes de un grupo de seguidoras y seguidores que esperan tras una valla para ver a sus ídolos de zafra. Una niña tiene pintado el nombre del espectáculo de Los Muchachos (“Terraja”) en la cara y el nombre de su integrante favorito. Un matrimonio luce sombreros identificados con Zíngaros. Ariel Pinocho Sosa no puede dar dos pasos sin que le pidan una foto, y accede siempre con una sonrisa. La misma que le dedicará a Rusito/Lacalle cuando, minutos después, este lo intercepte en la platea durante la actuación.
Mientras el conjunto comienza a cantar el tema despedida alusivo a su primera década de vida, me encuentro a Víctor, componente histórico y fundador de Los Muchachos, hoy abocado a tareas de coordinación. Fuimos compañeros en el conjunto. Reconoce que hay cosas que son distintas y no lo ve mal. “Antes, si había un rival en el tablado, entrábamos mirando torcido. O si había un festival para recaudar fondos no se invitaba al conjunto que podía pelearte un premio. Eso ya no corre. Los mismos gurises nuevos no lo entienden. Todos queremos ganar. Si se da, bien, y si no, también. Lo más importante es que la gente disfrute de lo que hacés. Para eso trabajamos, ¿no?”.