Gesticula muda delante de la cámara. Parece que aparta ramas imaginarias para abrirse camino en la maleza. Superado ese espasmo ralentizado, que pendula entre la angustia y el autocontrol, Joan Didion logra emitir, coherentes y precisas, sus palabras. En ese momento tiene 82 años. Quien la entrevista es Griffin Dunne. Director de películas como Quiz Show (1994) y Dallas Buyers Club (2013), Dunne no es un novato. Pero ahora es diferente. Ahora está frente a una mujer que entre la piel y los huesos sólo aparenta tener unas venas gruesas como mangueras. Azules y fibrosas, esas tuberías subcutáneas parten de las manos y se pierden debajo de la blusa. Su entrevistada es, además, su tía. “Leyenda viva” de las letras estadounidenses, tiene la lucidez de una doctora de la Universidad de Harvard –lo es– y el aspecto de una prisionera recién liberada de un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial. El resultado de esos encuentros es el documental Joan Didion: el centro cede (2017), disponible en Netflix.
La película habla de Didion, pero también habla de ese Estados Unidos caótico, esperanzado y contradictorio que está en su libro de crónicas Arrastrarse hacia Belén (1968). Son los 60 y son también la contracara de los 60. Una selección puede leerse en español en Los que sueñan el sueño dorado (2003). Historias “de amor y de muerte” que ocurren en esos lugares “donde el futuro siempre es atractivo, porque nadie recuerda el pasado”.
La antología también incluye páginas de El álbum blanco (1979). Ahí lo puso en duda todo. Contó la década siguiente al fin de la esperanza. Los 60, dirá en el documental de Dunne, terminaron para casi todos el 9 de agosto de 1968, cuando cuatro seguidores de la secta de Charles Manson asesinaron a la actriz Sharon Tate y otras cuatro personas en la mansión que Tate compartía con su esposo, Roman Polanski, en Los Ángeles. Didion entrevistó y perfiló a una de las acusadas. De ella habla en ese libro. También de Jim Morrison y de las Panteras Negras, como antes había hablado de su fascinación por John Wayne y luego habló de la guerrilla salvadoreña (Salvador, 1985).
Sus crónicas son textos en los que comienza mostrando al detalle “uno de esos días que le hacen a uno rechinar los dientes con su tedio y sus pequeñas frustraciones” y más adelante, al tamizar su mirada y la reportería minuciosa con el cernidor de su escritura, terminan siendo un retazo de la historia. Un estilo que la coloca en un olimpo donde reinan Tom Wolfe, Jimmy Breslin o Gay Talese.
Pero quizá su mejor pulso lo logra en las dos obras que más le costó escribir: Noches azules (2011), sobre la muerte de su hija Quintana, y El año del pensamiento mágico (2005), sobre la muerte de su esposo. En el documental de Dunne se dice que en esos dos trabajos Didion no sólo escribe sobre lo indecible. Lo hace con el distanciamiento de quien está haciendo periodismo. Por eso no son libros de autoayuda. Son reportajes sobre el alma humana.