Qué decir de sus ingeniosos juegos de palabras o de su gestualidad infinita. De las picardías potenciadas por su reconocible tono de voz, que podía fusionar broma, absurdo y realidad en una misma entrega, mientras descollaba con su virtuosismo y su humor físico y verbal. Marcos Mundstock, fundador y figura clave de Les Luthiers, murió ayer a los 77 años, dejando a la posteridad incontables escenas de gloria.

Había nacido en Santa Fe, en una familia de inmigrantes judíos que provenían de la región de Galitzia (antes Polonia, ahora Ucrania), y que siempre reivindicó como parte de su formación. “Mis padres llegaron a la Argentina a principios de los 30, mi papá era relojero, había aprendido su oficio en Lviv. ¡Y claro que me influyó la cultura que traían! En mi casa se escuchaba música clásica, también yidish e italiana. De esa mezcla me viene el gusto por tantas cosas. Además, a mi papá le encantaba contar chistes, en casa se cultivaba el humor judío, la autoironía. Cuando nos instalamos en Buenos Aires, ya había dos teatros en yidish y pocas ciudades tenían tanta vitalidad cultural”, contaba.

Fue actor, guionista y locutor, y se dedicó a reunir elementos que naturalmente no debían estar juntos, entre ironías y juegos semánticos, que también podían abarcar refranes populares (como, en vez de “una golondrina no hace verano”, “una golondrina no hace un carajo”, disculpándose, claro, con Gustavo Adolfo Bécquer).

En 1967 fundó Les Luthiers junto con Jorge Maronna, Daniel Rabinovich y Gerardo Masana (que falleció muy joven, en 1973, y luego le siguió Rabinovich, en 2015), con quienes compuso cientos de canciones utilizando instrumentos tradicionales e incorporando otros informales, creados a partir de materiales de la vida cotidiana. Durante sus más de 50 años de carrera y más de 7.563 presentaciones (estimadas por el periodista Álex Grijelmo durante el último Congreso Internacional de la Lengua Española), Mundstock solía relatar los textos introductorios de cada acto apelando a su voz de locutor profesional y a su habitual énfasis humorístico, que tantas veces dedicó a uno de sus personajes clave, el músico ficticio Johann Sebastian Mastropiero, que fusionaba los nombres de Bach y otro personaje que él había inventado antes, Fredy Mastropiero, con el que despuntó en los reveses del mundo clásico, y al que iba incorporando varios seudónimos (Peter Illich, Wolfgang Amadeus, Etcétera Mastropiero, Johann Severo Mastropiano).

Admiraba a Woody Allen, los Monthy Phyton y al Negro Fontanarrosa, que era el “asesor creativo” del grupo, después de que lo maravillara la perfección de lo que vio sobre el escenario (“Me dije que ese era el humor que me gustaba. Al día siguiente busqué en el hotel a Mundstock, a quien había conocido alguna vez”; así comenzó su amistad, a mediados de 1979), colaborando con recordados números como “La gallina dijo eureka”, “Canción para moverse” o “Cartas de color”. Durante los 80, Les Luthiers consolidaron su proyección internacional, y con los años ganaron importantes reconocimientos (el Premio Príncipe de Asturias, entre otros), con puntos altos en su historia, como cuando se presentaron en el teatro Colón junto con Daniel Berenboim y Martha Argerich.

Mundstock, además, tuvo ciclos en la televisión y varias participaciones en el cine. Interpretó al escritor y guionista Martín Saravia en la última película de Juan José Campanella (El cuento de las comadrejas, de 2019), pero en marzo del año pasado decidió retirarse por sus problemas de movilidad. “Mirando hacia atrás, podría decir que hicimos un humor lo suficientemente abstracto y sin localismos para que no tenga fecha de caducidad. Voy a ser inmodesto. Creo que inventamos un estilo. Sin ser una cosa de otro mundo, no nos parecemos a nadie”, decía. Para él, lo original de Les Luthiers eran sus chistes con conceptos y sus juegos con el lenguaje, “algo eficaz para hacer reír a 2.000 personas en un teatro con la historia absurda, por ejemplo, de un tipo que se duerme en la conferencia de un semiólogo”.

“¿Que cómo sería el texto de mi epitafio?”, se preguntó una vez, y respondió: “Marcos no está, todavía lo estamos esperando”.

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