En 1995 los Beastie Boys eran sinónimo de súper onda en cualquier parte del continente. En lenguaje youtuber, estaban buenardos. Un concentrado de todas las cosas que se pueden hacer bien, con elegancia, personalidad y espíritu libre, una de esas ilusiones que el arte es capaz de provocar cuando logra que su expresión parezca, al mismo tiempo, inesperada y oportuna. Su forma de vestirse, hablar, los diseños de sus remeras, Grand Royal, su sello discográfico para editar bandas amigas, el logo de Grand Royal, y la tipografía que usaban para escribir Grand Royal: todo era hermoso, colorido, perfectamente entintado, y lo más importante, en cada detalle se podía escuchar y oler su nueva música, orgánica y hecha con estilo.

Para Check Your Head, su disco de 1992, Ad-Rock (Adam Horovitz), Mike D (Michael Diamond) y MCA (Adam Yauch) se habían encerrado en un lugar poco pretencioso para aprender de una vez a tocar sus instrumentos. Mike lo hizo bien con la batería, Horovitz nada mal con la guitarra, aunque nunca abandonó demasiado su raíz hardcore, mientras que Adam Yauch, con su contrabajo, y como cada vez, indicó el camino que la banda debía seguir, agregando la libertad del jazz y el misterio del soul a su noventero collage sonoro.

“¿Por qué no sonar como The Meters?”, se preguntaron en ese momento de quiebre, y sonaron funk, como nunca. Su actitud era la de “se van todos la mierda, podemos hacer todas las cosas que nos gusten”, así que ¿por qué no poner una canción de rap pegada a una canción de hardcore? Agregaron otros dos antojos encantadores: una cancha de básquetbol y un rampa de skate, para divertirse, mientras experimentaban con instrumentos y samples.

En 1995 yo ya tenía Check Your Head grabado en un casete TDK, y el CD de Ill communication comprado en la disquería F86. Ambos eran gloriosos, hablaban el mismo idioma, pero mi preferido era el Check, más sustancioso y menos lounge. Desde el tema “Jimmy James”, con esa base sobrecargada, mezcla de samples de Jimi Hendrix y de The Turtles, que bancaba a cualquier rapero, ya fuera Rakim, Krs One, Q-Tip o Ice Cube, y su mensaje de renacimiento, hasta el conciliador y místico “Namasté”.

Para esa época, su clásico de 1986, Licensed to Ill, venerado por periodistas como Tabaré Couto, me sonaba como a una lata vieja rodando por una bajada llena de piedras, aunque después lograría apreciarlo. Sus discos nuevos eran algo totalmente diferente, y le permitían a cualquier nene de mamá, como yo, disfrutar y ser parte de la cultura hip hop, soñar con las calles de Los Ángeles y Nueva York, sin preocuparse por la mirada reprobatoria de L-Mental.

Pasaron los años y el grupo se volvió cada vez más famoso y convocante. Se volvieron cabezas de cartel de los festivales más importantes, pero además de su onda tenían su mensaje humanitario, defensor de causas como la liberación del Tíbet (lideraba por Yauch), y en contra de los bombardeos estadounidenses al resto del mundo. Un plus que los elevaba de la simple condición de estrellas de rock a artistas más cercanos a las realidades de muchos de sus fans.

Siguieron sacando rutinariamente discos más que decentes. La frescura y sorpresa todavía eran parte de su oferta, y seguir probando cosas nuevas en sus conciertos, como darles cámaras filmadoras a sus fans para que ellos mismos crearan perspectivas inéditas y genuinas de su propio show. Todo OK hasta principios de 2009, cuando en un comunicado de su sello discográfico EMI, la banda les hizo saber a sus seguidores que a Adam Yauch se le había diagnosticado un tumor cancerígeno (localizado en su cuello) y que debían suspender fechas de su gira.

El músico se mostraba optimista sobre su tratamiento, aunque la salida del que terminaría siendo el último disco, Hot Sauce Committee Part Two, se postergaría hasta 2011, y no habría, nunca más, presentaciones en vivo del trío de Nueva York.

Mi último recuerdo de Yauch es gracioso, como la mayoría. La revista Rolling Stone lo había retratado montado a caballo y vestido de cowboy, muy flaco y de barba blanca, recluido en un rancho de Tennessee, propiedad de su amiga Sheryl Crow, quien le había aconsejado ese remanso para mejorar.

Como sea, sumaba otro personaje a su mundo de ficción, que comenzó cuando inventó el nombre para su banda consagratoria, y que tuvo en Nathaniel Hornblower (un cineasta suizo) su álter ego más memorable, con el que creó videoclips icónicos del grupo como “Intergalactic” y “Some Noise”, siempre mezclando nostalgia setentera con futurismo.

Yauch falleció el 4 de mayo de 2012 a los 47 años, y su desaparición provocó una reacción, enorme e inmediata de los más diversos protagonistas y aficionados del mundo de la música y el arte. Era admirado por su labor, respetado y querido.

Durante los meses siguientes la prensa y los fans especularon sobre los próximos pasos de la banda, pero Mike D y Adam Horovitz mantuvieron un respetuoso silencio por largos años. En algún momento hicieron saber que sin Yauch no tenía sentido continuar con el grupo. Era su faro guía, pero además la magia ya no era posible. Así, decidieron seguir habitando el largo silencio, casi sin exposición pública salvo por esporádicas entrevistas, hasta que se supo que ambos estaban trabajando en un libro en el que contaban toda la historia del grupo.

Titulado simplemente Beastie Boys Book, el libro salió al mercado en 2018, se convirtió rápidamente en best seller y es el germen de Beastie Boys Story, el documental que vuelve a contar la fábula urbana, ahora en 3D, escrito por Mike D y Horovitz, y dirigido por Spike Jonze (Adaptation, I’m Here) para la plataforma digital Apple TV, y disponible en otras plataformas de descarga alternativas.

Una mano de Jonze

No hay testimonios de amigos de la banda, ni rivales aceptando el legado, ni el chofer del bus de las giras, ni madres quebradas por la emoción, ni ex novias, ni jóvenes valores que reconozcan su clara influencia, ni presentadores de televisión todavía espantados por su desfachatez, ni críticos de rock calvos con bibliotecas de fondo.

La consigna que define el tipo de relato elegido para Beastie Boys Story parece ser la misma con la que alguna vez la banda salió adelante, tras su primer momento de crisis y desencanto, luego de su alejamiento del sello Def Jam Records: “Ahora somos sólo nosotros tres”.

Y si bien ya no está Yauch para sumar sus rimas al cuento, Spike Jonze siempre ha sido alguien que sintonizó con sus búsquedas, y cuando los dirigió, inyectó su deformidad en videos para sus canciones como “Sabotage” o “Sure Shot”.

Lo que hay es el registro bastante crudo de varias noches en el Kings Theatre de Brooklyn en 2019. Luego de largos meses de ensayo, Mike D (54) y Adam Horovitz (53) se subieron a un escenario, ante un público en que se adivinan, además de fans, muchos amigos y personas cercanas, y con la voz en off de Spike Jonze, escondido por ahí y metiendo bocados, en un show que se asemeja al formato de los especiales de comedia de la cadena HBO. Efectivamente, el relato está plagado de momentos graciosos, con imitaciones, actuaciones torpes, pasos de comedia más o menos involuntarios, y el humor adolescente que nunca terminaron de abandonar por completo.

Organizado un poco como un cuento de fogata, intimista y asombroso, el documental es también graciosamente exagerado. El capítulo ocho, por ejemplo, es presentado en la pantalla gigante que los acompaña con la leyenda “El disco que lo cambió todo”. La narración definitiva que quedó registrada no dejó de incluir equívocos o pasos en falso. Si bien podrían haber corregido todo esto, la elección tiene perfecto sentido.

Además del abundante archivo fotográfico y audiovisual con el que acompañan cada anécdota, lo más valioso es la dinámica de Mike D y Adam Horovitz, que se mueven, se miran y coordinan sus intenciones tal como lo hacían en sus shows. A medida que pasan los minutos, su presencia sobre el gran escenario se comienza a agrandar, y lo que al principio era un speech más o menos solemne o divertido se convierte en un baile con el típico swing de los mejores Beastie Boys.

A Jonze no se le escapa nada de eso. Su talento para captar los detalles más insignificantes con movimientos de cámara, planos y enfoques es lo que hace a este documental una verdadera joya, y consigue volver a inflar el espíritu jodón de la banda, que ahí está, todavía.

Para los fans, aquí no hay historias nuevas. Son las de siempre ‒tal vez con algunos detalles extra‒ contadas con la misma adultez con la que nos habían acostumbrado en sus últimos años, tal vez desde una perspectiva más despreocupada. Sus primeros pasos punk hardcore en Brooklyn, sus años culposos por el éxito de la canción “(You Gotta) Fight for Your Right (to Party!)”, sus excesos, su confianza en el productor Rick Rubin, y en el jodido de Russell Simmons, y su gira con Madonna, la casa gigante de Los Ángeles, los Dust Brothers y el fracaso comercial de su disco Paul’s Boutique, su vuelta a las raíces, el protagonismo de Money Mark, Mario Caldato Jr, el budismo de Yauch, Lollapalooza y su entrevista con Joan Rivers.

Para quien ya los conoce, la novedad es el enfoque redimensionado sobre sus años locos: antes se disculpaban por el machismo de sus primeras letras y sus borracheras sin hora, pero esta vez ‒si bien ya lo habían hecho, no tan públicamente‒ comparten sus sentimientos acerca de la decisión ‒errónea‒ de separar de la banda a Kate Schellenbach, quien además de su primera baterista, era su amiga, y parte fundamental en el origen de los Beastie Boys. Más tarde Kate formaría Luscious Jackson y firmaría con el sello Grand Royal, y en este documental recibe su reconocimiento: fue “la más inteligente y cool de nosotros”, dicen.

Del mismo modo, Mike D y, especialmente, Horovitz (blindado por su desfachatez de siempre) se permiten mostrarse frágiles a la hora de recordar la partida de su amigo Yauch, el de las mejores ideas, como la de la tapa del Paul’s Boutique o la base de loop sobre la que rapean en “Rhyming and Stealing”.

Son casi dos horas desde el comienzo, que incluyendo un montón de extras luego de los créditos, y pasan volando. Jonze consigue que te olvides por completo de que está ahí, pero cerca del minuto 36 te recuerda que es el director de ¿Quieres ser John Malkovich?, es decir, uno de los grandes maestros del cine a la hora de jugar con nuestras mentes.