El cine de acción puede contribuir a sublimar las necesidades de aventuras y movimiento físico que han disminuido por la emergencia sanitaria. En Netflix están disponibles las dos últimas películas indonesias protagonizadas por Iko Uwais, y son muy buenas alternativas dentro del género.

En las salas uruguayas nunca se exhibió un largometraje producido en Indonesia, pese a que allí se realizan unas 100 películas al año. Es una cifra que no debería sorprender en un país que ronda los 270 millones de habitantes y en el que estuvo vigente, durante décadas, un fuerte proteccionismo cultural. Al parecer, allí predomina un cine de carácter popular, con muchas películas de las que llamaríamos “de explotación”. De hecho, en Netflix se puede encontrar una buena cantidad de cine de horror indonesio junto a otras producciones del país que parecen ser dramas históricos o comedias románticas.

Conozco muy poco de ese cine y casi nada del país, más allá de unas pocas noticias y de un conocimiento mínimo sobre la música y los bailes de gamelán. Mi primer contacto cinematográfico con Indonesia se dio con el terrible documental británico El acto de matar (2012, de Joshua Oppenheimer), referido a la matanza masiva de opositores políticos y minorías étnicas perpetrada allí en 1965 y 1966. Según muestra esa película, y a diferencia de lo ocurrido en otras partes, esos crímenes nunca fueron “villanizados”, posibilitando una situación cultural en que los asesinos hablan de ello abiertamente y sin temor al escrache. Ese documental y su continuación de 2014, The Look of Silence, muestran, además, un país en que el crimen organizado tiene una presencia tan fuerte que convive en una simbiosis casi inextricable con las instituciones oficiales. Por supuesto que no se puede crear una imagen confiable de un país a partir de un par de documentales extranjeros, pero la visión que me dejaron las películas de Oppenheimer me resulta plenamente compatible con los mundos sórdidos retratados en las películas indonesias de Iko Uwais.

Este actor estuvo fuertemente vinculado con el reciente incremento del prestigio del cine de su país, que, curiosamente, también involucró al cineasta galés Gareth Evans. Contratado en 2007 para hacer un documental sobre las artes marciales indonesias, Evans conoció y filmó al joven prodigio, que entonces tenía 24 años y había ganado el campeonato nacional de pencak silat (nombre genérico para una serie de modalidades de artes marciales del país). Al constatar su belleza física, su presencia escénica y su carisma, Evans, que buscaba una forma de lanzarse como director de largometrajes de ficción, se percató de que estaba frente a una mina de oro y propuso a Uwais que dejara su trabajo regular como chofer de una empresa telefónica y estudiara actuación, para luego protagonizar su ópera prima. Tan fascinado quedó Evans con la perspectiva que se mudó con la familia a Yakarta, donde residió hasta 2015.

Durante ese lapso dirigió tres películas con Uwais, cada una más sensacional que la precedente. Merantau (2009) se convirtió en una obra de culto. La película contaba con la presencia de Yayan Ruhian, otro maestro de silat descubierto por Evans, quizá aún más formidable que Uwais como atleta, pero cuyo rostro, particularmente feo y extraño, lo habilitaba a papeles de villano o de compañero excéntrico. Además de actuar en roles secundarios, Ruhian fue el principal coreógrafo marcial de las películas indonesias de Evans, junto con el propio director y a Uwais.

Proyección internacional

La buena recepción de Merantau atrajo el interés de una novel empresa productora estadounidense, XYZ, que se planteaba explorar el nicho de películas “internacionales” (no estadounidenses) y “de género”. Con el apoyo de XYZ, asociado a la productora indonesia de Evans, el equipo de Merantau realizó The Raid (2011) y The Raid 2 (2014), que pusieron al cine indonesio en el radar mundial. Bien entendido, fueron “éxitos” en la medida en que pueden serlo películas habladas en indonesio y con grados de violencia demenciales. Pero la repercusión ameritó que la dupla Uwais y Ruhian figurara en un cameo en Star Wars: el despertar de la fuerza (2015) y luego, con mayor destaque, en otra ciencia-ficción hollywoodense, Beyond Skyline (2017, de Liam O’Donnell, actualmente en Netflix). Uwais ha aparecido en varias otras películas estadounidenses y es actualmente el protagonista de la serie Wu Assassins (Netflix).

Aunque seguramente esté facturando muy bien, nada de eso se compara con las dos The Raid. Por desgracia, Evans volvió a Gran Bretaña, donde, ya plenamente establecido, dirige otras cosas. Frente a decenas de miles de fans que reclamaban más entregas como The Raid, XYZ y Uwais acudieron a los Mo Brothers (seudónimo de Kimo Stamboel y Timo Tjahjanto), que habían dirigido una buena película de terror (Macabre, 2009) y un notable thriller de asesinos seriales, cercano al terror (Killers, 2014). No esperen encontrar en el trabajo de los Mo Brothers la excepcional meticulosidad compositiva y creatividad de Evans. Falta, además, Ruhian, que por algún motivo no participó en esos proyectos. Pero son lo más parecido a The Raid luego de las originales.

La anécdota de Headshot (2016) tiene elementos de la serie de Jason Bourne: un tipo es encontrado en coma en una playa, y al despertarse, meses después, no recuerda quién es ni casi nada de su pasado. Un grupo de matones lo persigue y él mismo se sorprende de tener unas habilidades fuera de lo común, en todo lo que tiene que ver con luchar, matar y sobrevivir. De a poco construiremos su historia: integraba un grupo de criminales de elite, que de niños habían sido secuestrados por un chino malísimo llamado Lee, que los educó en forma cruel, para luego convertirlos en armas mortales que le prestaran una obediencia sin fisuras. Abdi (así se llamaba) se atrevió a cuestionar esa vida de esclavitud asesina, y Lee lo mandó matar.

Foto: Captura

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La historia es tonta, pero viene al pelo para enfrentar a Abdi con una sucesión de otros luchadores casi tan temibles como él mismo. El último 40% del metraje consiste en Abdi acercándose al búnker de los malos, y peleándose, uno a uno, con sus secuaces, hasta el embate final con Lee. Headshot es acción pura, y su esencia son las peleas, sean con armas de fuego, armas exóticas, a mano limpia o (el aspecto más creativo) usando objetos cotidianos. Hay un enfrentamiento en una oficina en el que los antagonistas se golpean con un teléfono, una máquina de escribir, convierten en machete la lámina de una guillotina de troquelar papeles, se persiguen semiescondidos debajo de los escritorios. Y luego hay enfrentamientos en otros ambientes: prisión, galpón, ómnibus, oficina, selva, playa o búnker, y cada uno plantea problemas tácticos distintos.

Obscena y trascendente

Se trata de una especie de pornografía de la violencia, tan asumida y excesiva que puede tomarse como una experiencia trascendente, como las que solían enaltecer los surrealistas. Se vuelve un test para el aguante del espectador y un ejercicio de imaginación perversa, cercado, además, por un gusto especial por los ambientes sórdidos, con policías corruptos, paredes manchadas de humedad, letrinas sucias, y unos pocos inocentes que intentan llevar una vida civilizada, con la esperanza de que esta selva no los implique demasiado.

Ya están lejos los tiempos en que los grandes luchadores del cine asiático eran tremendos caras de piedra, a la manera de Bruce Lee. No sé qué tan lejos puede ir Iko Uwais actuando, pero en el rango de lo que se le demanda para un rol como el de Abdi, es perfecto: tiene habilidades y fuerza fuera de lo común, pero tiene un algo muy humano, simpático y querible en su manera de angustiarse, desesperarse, fatigarse, embroncarse, asustarse. El guion lo explota, además, en situaciones que lo ponen en problemas acuciantes, como el momento en que lo empapan de nafta y, cuando están por quemarlo vivo, la pelea se concentra en impedir que el oponente prenda el yesquero. También está la ya clásica escena de Headshot, en la que lo atacan mientras tiene las manos encadenadas a una mesa, y debe revolverse a pesar de ese escollo, a veces usando la mesa como escudo y como implemento agresivo.

El otro aspecto de estas películas es el cinematográfico-artístico: una especie de ballet-circo incisivo, coordinado y filmado con virtuosismo. Los Mo Brothers son más barrocos que Evans, y sienten una necesidad un tanto aburrida de andar girando la cámara alrededor de quienes pelean. Pero siempre cuidan la legibilidad de las situaciones de acción y saben valorizar las proezas físicas de los artistas marciales. En esa línea, hay momentos cinematográficos sensacionales, como cuando Abdi salta del ómnibus y se cae de espaldas a la carretera, y la cámara lo acompaña en el salto, y hace, a su vez, la vuelta carnero junto con él, transmitiendo/provocando la sensación vertiginosa.

Los fans de las películas de Evans también nos damos el gusto de reconocer en el reparto y volver a apreciar las habilidades físico-actorales de la bella Julie Estelle, del enorme Zack Lee y del sinuoso Very Tri Yulisman.

The Night Comes for Us (2018) fue el primer original de Netflix atribuible a Indonesia, y está dirigido por Tjahjanto, sólo uno de los Mo Brothers. La anécdota es igual de absurda que la de Headshot, con la desventaja adicional de ser deshilachada: no cuidaron ni siquiera de inventar motivos comprensibles para que los personajes tomen determinadas actitudes. Aquí el protagonismo lo tiene Joe Taslim (un actor importante en la primera mitad de la primera The Raid). Uwais tiene un rol secundario, y no es tan convincente apartado de su modo “muchacho del pueblo” y convertido en gángster elegante que se pelea de traje y con zapatos lustrosos. Las demás inversiones resultan mejor, con Zack Lee y Julie Estelle actuando del lado de los buenos (mejor dicho, de los menos malos, con los cuales simpatizamos). La violencia aquí es más pronunciada que en cualquiera de las películas mencionadas, con un gusto perverso por los personajes bañados en sangre de la cabeza a los pies, y un grado de gore que recupera los orígenes de Tjahjanto en el cine de terror.