Todos vimos de esas películas en que empeñosos agentes del FBI ven su trabajo bloqueado por el mezquino, indolente y barrigón jefe de la Policía local, motivado por el conservadurismo territorial provinciano, la pereza o la corrupción. Y todos vimos también los filmes que adoptan el punto de vista opuesto. Es el caso de The Highwaymen, en que dos veteranos Texas Rangers prueban, escena tras escena, la superioridad de la “vieja escuela”, basada en la experiencia y la intuición, que contrasta con la inoperancia de los insolentes tecnócratas de la Policía federal y su despilfarro de recursos materiales.
Nadie asigna demasiada importancia a esas alternativas, que conviven en Hollywood y que un mismo espectador puede disfrutar alternativamente. Hay diferencias más serias. Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967) romantizaba a la famosa pareja de bandidos estadounidenses, muertos por la Policía en 1934, como representantes de una juventud rebelde, enamorada y que, si causó daño a alguien, lo hizo empujada por un sistema represivo y enajenante. Su acribillamiento definía un final trágico.
The Highwaymen es como la antítesis de aquella película. Los protagonistas son Frank Hamer y Maney Gault, quienes armaron la emboscada en que mataron a Bonnie y Clyde. El título se refiere a que, para realizar esa operación, Hamer, un ex ranger ya retirado del servicio público, fue asimilado, en forma interina, a la Policía de carreteras. Bonnie Parker y Clyde Barrow están casi abstraídos. Los vemos siluetados, o muy de lejos, o de espaldas, o fuera de foco, o en detalles que omiten sus rostros. Bonnie incluso tiene algo de creepy: su figura, de paso cojo, con guantes de encaje, zapatos altos y ametralladora en mano, no activa tanto los significantes de juventud irreverente, sino los que asociamos a las viejas, y a una muy mala, ya que en dos ocasiones la vemos liquidar a policías heridos, ya anulados, con disparos de rifle a quemarropa en la cara.
La idolatría de tipo robinhoodiano que la pareja suscitó se explica por la gente que, reducida a la miseria durante la Gran Depresión, generó una imagen negativa del sistema bancario, frente al que esa juguetona pareja de jóvenes asaltantes de bancos parecía realizar una pequeña justicia simbólica. La película insiste, en forma históricamente correcta, en que esa leyenda no tenía asidero, ya que Bonnie y Clyde robaron pocos bancos y se concentraron en afanar estaciones de servicio y quioscos.
Es sabido que Barrow y Parker fueron sencillamente acribillados. Los seis policías que los atraparon descargaron unos 130 balazos en su auto en cuanto se detuvo en el lugar de la emboscada. Una vez que, para la sensibilidad actual, eso podría calificarse como “gatillo fácil” o ejecución extrajudicial, la película incluye planos de los bandidos echando mano de sus armas para contraatacar y muestra que los oficiales recién en ese momento empiezan a disparar, lo que ya puede tomarse como legítima defensa. Esto es improbable y ni siquiera fue alegado por los policías perpetradores, ya que, a unos metros de distancia, desde afuera del auto, en un día soleado, hubiera sido casi imposible que pudieran distinguir dónde tenían las manos los bandidos.
La película ostenta exactitud histórica en los aspectos en que realiza una discusión virtual con el clásico de Penn. En otros detalles es un invento total, lo que se explica por la historia de esta producción. El guion, escrito hace más de un decenio, estaba destinado a un proyecto que volvería a reunir, para los roles de Hamer y Gault, a la dupla Paul Newman y Robert Redford, que tenían, respectivamente, 80 y 70 años. Esto implicó envejecer a los personajes, ya que el Hamer real tenía sólo 50 cuando mató a Bonnie y Clyde. Esto habrá sugerido la idea de “dos veteranos de los míticos Texas Rangers, una división hacía mucho desbaratada, traídos de vuelta a la acción luego de un extenso retiro como último recurso para capturar a la invencible pareja de malhechores”. En la realidad, cuando fue convocado a esa misión, hacía poco más de un año que Hamer había dejado los Rangers y meses desde la disolución de ese cuerpo de seguridad. Y Hamer nunca formó una dupla con Gault, sino que hizo la investigación en solitario y convocó al ex colega puntualmente para la emboscada del 23 de mayo.
Newman se murió en 2008 y el proyecto original no se pudo hacer. Pero el guion se preservó tal cual, tan así que, en un primer momento, Kevin Costner, que tenía más o menos la edad del Hamer histórico de 1934, sintió que no era lo suficientemente veterano para hacer ese ficticio Hamer envejecido. La cosa se demoró mucho, Netflix compró la idea y, ya con 64 pirulos, Costner agarró viaje.
Me hubiera encantado ver esta historia dirigida por Clint Eastwood. Además de ser un maestro contando esas historias de veteranos y un narrador estupendo, tendría mucho más sentido ver una película que asume la defensa de la old school realizada en un estilo old school. John Lee Hancock tiene una sensibilidad posclásica, que prioriza la velocidad del montaje y los ángulos impactantes por sobre la claridad expositiva. La escena inicial, que cuenta la fuga de Eastham (inicios de 1934), quedó casi incomprensible. Una acción sencillísima, que dura tres segundos –Ma Ferguson se acerca a su despacho y mira el titular del diario– está fraccionada en cuatro planos, ninguno de los cuales aporta algo a los demás.
Cada maldito desplazamiento en auto, aunque sea un paseo, se muestra desde varios ángulos, y siempre, en algunos de ellos, el vehículo pasa cerquita de la cámara para producir un efecto de velocidad y dinamismo. La música de Thomas Newman es ingeniosa en su incorporación de elementos de folk, pero los inserta en un clima ambient etéreo, que nos deja, todo el tiempo, con la sensación de estar en una secuencia de montaje o en estado onírico. Woody Harrelson brilla, como siempre, pero no hay demasiado encanto en su vínculo con Hamer/Costner, y los chistes de viejos (que uno tiene que detenerse a orinar a cada rato, que pierden el aliento al correr, que Hamer ya no inspira confianza al volante) son medio patéticos.
Así que la película no sirve para mucho y aquello para lo que sirve lo hace a medias: aprendemos un poquito de historia, desaprendemos otro poquito; como entretenimiento, es aburrida y, como reflexión moral, social o ética, está cohibida por la pretensión de entretenimiento.
The Highwaymen. Dirigida por John Lee Hancock. Con Kevin Costner, Woody Harrelson, Kathy Bates. Estados Unidos, 2019. Netflix.