Fernando Martín Peña, el gran crítico argentino, historiador, investigador, difusor, coleccionista y etcétera, es también el coordinador del área de cine del Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires). Suspendidos los ciclos y funciones presenciales que se hacen regularmente en la cálida sala de cine de la institución, Peña decidió emprender un ciclo online de tres semanas llamado “La vuelta al western en 25 films”. El método es el mismo que usó hace un par de meses para la versión virtual del festival Bazofi. El ciclo es gratuito y el trámite para inscribirse es muy sencillo. Hay que entrar al canal de YouTube llamado Prensa Malba, suscribirse y ya está. Las películas se exhiben en un horario acotado: sólo están disponibles a partir de ese horario y son dadas de baja poco después, ya que el objetivo es evocar la experiencia compartida en simultáneo que caracteriza la ida al cine, y que se materializa, en alguna medida, en el chat de YouTube, que permite a cada uno cambiar ideas con otros espectadores o con el propio Peña.
El ciclo empezó el jueves 9 y se extiende por este fin de semana y el que viene, con tres o cuatro películas por noche de jueves a domingo. La programación completa está en ladiaria.com.uy/U4z. A la hora que aparece marcada en el programa se trasmite la presentación de Peña, que recomiendo mucho, porque además de contextualizar, el tipo es un crack para abrir el apetito del espectador, llamando la atención, en forma muy directa, simple, vívida y sensible, sobre virtudes y peculiaridades de cada película. La función propiamente dicha empieza 15 minutos después del horario marcado.
El western es un género maravilloso, que aparte de su efecto en la construcción del mito fundador de determinados aspectos de Estados Unidos (parcialmente extensibles a otros territorios colonizados), se destaca, sobre todo, por la posibilidad de construir historias basadas en estructuras sociales y tecnológicas relativamente simples, sin la mediación, a veces narrativamente molesta, de burocracias, democracias o complejas estructuras empresariales o jurídicas. Esos pueblitos son microcosmos fácilmente aprehensibles, y los conflictos se resuelven en forma personal, con miradas, alianzas sencillas y, cuando hace falta, piñas o disparos. Además, digan lo que digan, siempre va a ser más fotogénico un caballo en una pradera que un automóvil en una avenida.
Muchos pueden disfrutar de un género cinematográfico por la reiteración de determinados esquemas narrativos. Pero, más allá de ese placer medio primario, la gran ventaja de un género muy difundido es que las películas se pueden beneficiar de las oportunidades de economía narrativa. Se puede inventar miles de historias y crear espectáculos maravillosos basados en un universo archiconocido de diligencia, tren, saloon, whisky, prostitutas, póker, la tirita de cuero para atar la cartuchera al muslo, duelos, ganado marcado, íntegras familias de rancheros, estancieros corruptos, pistolero solitario, sheriff, deputies, linchamientos, indios, caravana, caballería, fuerte y mexicanos. El western tiene la fama de basarse en paisajes espléndidos y acción física ‒persecuciones a caballo, tiroteos o vaqueros sucios rompiéndose a botellazos en el saloon‒, pero estos elementos ocupan sólo una pequeña fracción del metraje, dejando mucho espacio para misterios, ambigüedades, dilemas, suspenso e interpelaciones removedoras. Quedé especialmente fascinado con Decision at Sundown (Día de justicia, 1957) de Budd Boeticher. En los primeros 20 minutos se caracterizan con cierta nitidez una buena veintena de personajes, y hasta el final estaremos descubriendo detalles sobre su psicología y sobre su pasado, hasta componer un cuadro singularmente complejo y ambiguo, donde nada era lo que parecía y no termina pasando nada de lo que se esperaba. Por desgracia no vuelven a dar esta obra brillante en este ciclo, aunque está programada otra de Boetticher (The Man from the Alamo), de 1953, lanzada en Uruguay como Masacre en el álamo, y que figura en este ciclo con su título argentino ¡Por la patria! (Viernes 24 a las 20.00).
Los 25 westerns en verdad son 26, estrenados entre 1916 y 1973. La programación es amplia, pero no pretende cumplir como una introducción al género. Peña asume que la mayoría conoce los principales mojones históricos del género, o puede acceder fácilmente a ellos. No hay ninguna película con John Wayne, el cowboy por excelencia. Tampoco hay ejemplares del período “primitivo” o constitutivo del género (antes de 1916), ni tampoco de los primeros años del parlante (un momento poco prestigioso en que el western fue un género medio chatarra, producido por pequeños estudios con bajo presupuesto). Pero abundan los títulos de la época áurea (los años 1940 y 1950), hay algunos del período revisionista (fines de los años 50, años 60), complementados con cuatro euro-westerns y dos películas de animación también europeas (una checoslovaca y otra francesa).
Algunos de los títulos son clásicos consagrados. Los cultores vieron ‒o al menos escucharon hablar de‒ esa obra maestra que es The Ox-Bow Incident (Conciencias muertas, 1943, de William Wellman, con Henry Fonda, Dana Andrews y Anthony Quinn), una de las películas más amargas, desilusionadas y oscuras que haya producido Hollywood en su período clásico. Ese alegato sobre un linchamiento y la irracionalidad de la turba dispuesta a decretar a priori la culpabilidad ajena resonaba fuertemente en su momento con ocurrencias concretas en los estados del sur de Estados Unidos, y sigue produciendo escalofríos. Hay que ver ese plano quieto, avergonzado, en que el personaje de Henry Fonda lee la carta alegato: su amigo baja la cabeza y, en el encuadre, el ala de su sombrero nos tapa los ojos de Fonda, lo que nos lleva a concentrarnos totalmente en su voz y sus palabras. Una curiosidad: el personaje del viejo está interpretado por Francis Ford, hermano mayor de John y uno de los pioneros del western. (Domingo 19 a las 20.00)
Los depravados (The Bravados, de Henry King, 1958) es una producción clase A en CinemaScope y Technicolor, con Gregory Peck. Empieza como un misterio sobre un forastero callado que llega a un pueblo con intenciones nada claras, sigue como una historia de persecución y venganza y termina lidiando con el arrepentimiento. Bien se podría decir que el punto culminante no es un enfrentamiento armado, sino que transcurre, en forma puramente verbal, en un confesionario. En el ínterin, hay muy buenas líneas, como cuando el verdugo le dice al otro: “Espero que nos veamos de vuelta. No profesionalmente, por supuesto.” O cuando uno de los bandidos tranquiliza a su compañero asustado: “Nunca vas a oír la bala que te va a matar”. (Domingo 23 a las 22.30, función de cierre del ciclo).
Entre otros westerns prestigiosos y consagrados está Warlock (Pueblo embrujado, de Edward Dmytryk, 1959), en el que también están Henry Fonda y Anthony Quinn. El primero interpreta a un sheriff pasado de radical en sus métodos por mantener la ciudad “limpia”, y el segundo es un personaje conturbado, con una devoción casi enfermiza hacia el amigo, que él piensa que es la única persona que no lo menosprecia por ser tullido (domingo 26 a las 20.00). One-Eyed Jacks (El rostro impenetrable, 1961) fue la única película dirigida por Marlon Brando. Él también actúa, lo que de por sí vale como recomendación. Además, la trama es interesante, el showdown está muy bien y es el único western que haya visto que transcurre en un paisaje playero. (Jueves 23 a las 23.00 y domingo 26 a las 17.00).
Quizá lo más importante sean los pequeños tesoros semiocultos sobre los que Peña nos llama la atención. Uno de ellos es Terror in a Texas Town (El vengador de su padre, 1958, con Sterling Hayden). Fue dirigida por Joseph H Lewis a sabiendas de que sería su última película antes de retirarse. Por ese motivo, no tenía nada que perder trabajando con un guionista (Dalton Trumbo) y un actor (Nedrick Young) vetados por la lista negra macartista. Es una producción baratísima, pero con escenas dialogadas magníficamente construidas, algunos comentarios políticos para los buenos entendedores y una trama que involucra la necesidad de que los pequeños rancheros se unan para combatir el estanciero poderoso que los aterroriza. El matón (interpretado por Young) mal contiene el asco que siente por el ricachón perverso que le paga, pero, aun sin creer en absoluto en la causa para la que trabaja, ejecuta fríamente su deber asesino y asume su papel de enfrentarse a los buenos, consciente quizá de que es su naturaleza, o su lugar en el mundo. El duelo final se da entre un pistolero y un granjero armado con un arpón. (Sábado 18 a las 18.00).
Hell’s Hinges (Las Bisagras del Infierno, 1916) es la película más antigua de la muestra. Está actuada y codirigida (junto a Charles Swickard) por William S Hart, en un momento en que era la estrella de cine más taquillera del mundo, haciendo siempre películas del viejo oeste. Cosa rara, es un western militantemente cristiano. El centro del conflicto es que llega un nuevo párroco a un pueblo dominado por la violencia y la promiscuidad. Blaze (Hart) es uno de esos vaqueros violentos, pero queda cautivado, a primera vista, con la pureza y convicción religiosa de la hermana del párroco, llamada Faith (“fe”). Se desata un enfrentamiento cruento entre los defensores (armados) de la religión y los otros, los malos, cuya actitud resonaría fuertemente, en la época de la película, en comparación con la imagen villanesca que se construía de los anarquistas y otros agitadores sociales ateos (entre los cuales la película ubica, para reforzar la comunicación de su perversión moral, a unas mujeres lascivas de piel oscurita y exóticamente vestidas (¿mexicanas?). Entre visiones de cruces que emanan rayos divinos y una verdadera masacre callejera, la ciudad termina ardiendo cual Sodoma, propiciando, eso sí, unas imágenes de rara belleza, acentuada por el coloreado de la copia. (Mañana a las 18.00).
Y hay mucho más en esta muestra, excelente oportunidad para contemplar la diversidad del viejo Oeste cinematográfico, con estrellas que van desde Tom Mix hasta Raquel Welch, pasando por Gary Cooper, James Stewart, Rock Hudson, Joseph Cotten, Jack Nicholson y Franco Nero. Imposible aburrirse.