La historia del rock no registra resurrección más gloriosa. Hay bandas que sobrevivieron a la muerte de uno de sus guitarristas e incluso fundadores, pero cuando el que pasa para el otro lado es el cantante, el futuro suele ser mucho más desolador. Para comprobarlo basta con hacer un breve repaso del devenir de algunos grupos que perdieron su voz, la mayoría en el pico de creatividad y fama.

Nirvana sin Kurt Cobain tuvo la dignidad de dejar de existir. Además del cantante, el rubio era el guitarrista y compositor, así que listo, a otra cosa. The Doors sacó un par de discos intrascendentes sin Jim Morrison, metió el chiste con la canción “The Mosquito” y chau. Queen hizo varias giras con Paul Rodgers y luego con Adam Lambert a cargo de la voz. Para no ser catalogado de robo a mano armada con micrófono le encontraron la vuelta sintáctica de venderse como “Queen + el vocalista de turno”... Por último, allá abajo en la escala decreciente de dignidad: en 2005 a los australianos de INXS se les ocurrió que para encontrar un sustituto de Michael Hutchence era buena idea armar un... reality show.

Y allá arriba aparece AC/DC, que en febrero de 1980 perdió a su cantante y apenas medio año después ya estaba colocando un álbum nuevo en las bateas, Back in Black, con otro vocalista. Como si fuera poco, el disco terminó de definir su estilo y se convirtió no sólo en su mejor álbum, sino también en uno de los más grandes del género, llámese hard rock o rock a secas.

Además, el disco también se metió en el podio de los números: hasta hoy sigue siendo el más vendido de la historia del rock, con una estimación que suele rondar las 50 millones de unidades, y es el segundo más vendido de cualquier género, detrás de Thriller (1982), de Michael Jackson. A esto hay que sumarle toda la incalculable gente que bajó el disco o lo compró en la feria adentro de un sobrecito con la tapa mal impresa y descolorida.

Alto voltaje

Por si hay algún despistado: AC/DC surgió en Australia por 1973, a cargo de los hermanos Malcolm (1953-2017) y Angus Young (1955), miembros de una numerosa familia proletaria escocesa que en 1963 cayó a la tierra de los canguros en busca de un mejor futuro. En medio de todas las derivaciones del rock más clásico y convencional (glam, psicodélico, progresivo y afines), los Young decidieron formar una banda para volver a las raíces y dejarse de cosas raras. Para eso sólo precisaban una batería, un bajo, dos guitarras y una voz.

El nombre del grupo, que proviene de la sigla en inglés de “corriente alterna, corriente directa –continua–”, que la podemos leer en muchos transformadores, y el disfraz de colegial del menudo e hiperactivo Angus, a cargo de la guitarra líder, es lo que a simple vista llamaba la atención. Pero más allá de los detalles de color, levantaron como nadie la bandera del rock más puro.

Su estilo es directo, va al ritmo del más primigenio rock & roll con un pulso de fuerza bruta arrolladora, por eso se suele catalogar como hard rock, aunque la banda nunca aceptó demasiado ese mote (es sólo rock and roll). El fallecido Malcolm, cabeza creativa del grupo y uno de los guitarristas rítmicos más certeros del universo, era un relojito que podía tocar durante diez minutos los mismos dos acordes exactamente igual, como una máquina, pero a su vez con swing, al punto de que las canciones de AC/DC se pueden bailar (no en vano Angus tiene su número de striptease en cada concierto).

Otra característica de la música del grupo es su economía: saben utilizar y ubicar los elementos dentro de la armonía. Es una banda que juega con los espacios, dejando aire para la batería y el bajo. El ejemplo más famoso es la canción “Highway to Hell”, con el legendario riff de tres acordes rasgados por etapas. Esto, más el swing, es lo que los diferencia del estándar del heavy metal, el estante más erróneo en que se suele meter a AC/DC. Nada más alejado de su estilo que la cabalgata rítmica constante típica del metal. Es un estilo minimalista al extremo, que a golpe de oído parece fácil pero justamente es lo contrario, porque es mucho más fácil darle color con diez tipos tocando vientos.

Cerrado por duelo

Ronald Belford Scott, más conocido como Bon, que había nacido en 1946 también en Escocia, fue el encargado de darle voz a AC/DC. Era un cantante barriobajero y carismático, de la vieja escuela, dueño de una voz un poco rasposa y chillona, cargada con la dosis perfecta de lascivia requerida por cada uno de los textos que escribía.

Las letras del grupo son tan directas como su música y básicamente rondan en torno a tres obsesiones, cada una con una dualidad que va y viene dentro de una metonimia de manual: las mujeres y el sexo, el diablo y el infierno, y el rock y el rock. De hecho, AC/DC debe ser el grupo que tiene más canciones con las palabras “rock” y “hell” en sus títulos. No es precisamente una banda que valga la pena escuchar mientras se repasan esos libritos de letras traducidas que te venden en la misma feria en la que compraste el disco trucho.

Bon Scott apareció muerto dentro de un auto el 19 de febrero de 1980, en Londres, luego de una de sus tan comunes juergas. Se supone que le pasó lo mismo que a Jimi Hendrix: exceso de alcohol y un vómito que nunca llegó a destino. Con 33 años, el cantante dejaba su vida de lado y también el disco Highway to Hell (1979), hasta ese momento la obra cumbre de la banda.

Gracias a la producción de Robert Mutt Lange en ese álbum, sonaron mejor que nunca, con guitarras más pulidas pero igual de contundentes, y un trabajo en los coros que hacía cada estribillo más memorable que el anterior; sobre todo en la canción homónima, que se convirtió en un himno radiable y los llevó a tener éxito en Estados Unidos, la meca para cualquier banda de rock anglosajona.

Luego del duelo lógico, los hermanos Young no lo pensaron ni medio segundo: había que seguir. Probaron a varios cantantes y se quedaron con Brian Johnson, un inglés nacido en 1947, de clase obrera como ellos, fanático de la cerveza fuerte y de los autos rápidos, que en ese momento, con 32 años, estaba casi decidido a arrancar para las ocho horas. El enrulado Brian, propenso a las boinas, integraba Geordie, una banda medio pelo de Newcastle, bastante cuadradita, que coqueteaba con el glam rock. Su voz era –es– bien gutural, mucho más raposa, aguda y chillona que la de Scott (similar a la Noddy Holder, de Slade), no muy tolerable para quienes tienen un oído gourmet. Por eso no suele haber medias tintas sobre él: están quienes lo aman y quienes... El famoso crítico yanqui Robert Christgau supo escribir que Brian canta como si tuviera “una picana eléctrica en el escroto”.

Foto del artículo 'Hombres de negro: a 40 años del disco Back in Black, la obra maestra de AC/DC'

Me suena

Compass Point era un estudio muy concurrido en los 70 y 80, en medio de Nassau, la capital de las Bahamas. Allá fue AC/DC con su novel cantante, todavía con la mayoría del material por terminar, por lo que Brian tuvo que dar una mano bastante grande con las letras y las melodías. El disco que parieron ahí debía ser un homenaje a Bon Scott, por eso fueron tan directos con el título y con la tapa como con su música. Portada completamente negra, con el nombre de la banda y del disco que apenas se ven –el vinilo original tenía las letras también negras y sólo resaltaban con relieve–: Back in Black (“volver de negro”). A los de la discográfica Atlantic les pareció que era muy oscuro y que nadie en su sano juicio iba a sentir ganas de comprarlo.

Para completar el paisaje sombrío, las campanas del infierno, que le dieron la bienvenida a Bon Scott después de que enfiló para ahí por la autopista, es lo primero que suena en el disco, seguido de un arpegio de guitarra amenazante y misterioso. “I’m a rolling thunder, a pouring rain. / I’m comin’ on like a hurricane” (soy un trueno rodante, una lluvia torrencial. / Avanzo como un huracán) son los primeros versos que salen de la gola huracanada de Brian. No hay mejor forma de arrancar que con “Hells Bells”, que se convirtió rápido en uno de los cuatro himnos del grupo incluidos en el disco negro y que desde entonces nunca faltan en los conciertos.

“Shoot to Thrill”, la segunda del álbum, es otro himno. Cinco minutos de testosterona rockera para que el cantante macho alfa despliegue todo su alarde de falocentrismo, porque tiene el arma lista y va a disparar a voluntad para estremecer, para matar (guiño, guiño). La canción tiene, en otra muestra de economía musical, un break que arranca calmo, donde la progresión armónica sigue siendo la misma del estribillo pero va subiendo la intensidad gracias a los punteos de Angus, los acordes sueltos de Malcolm y el jugueteo de toms del baterista, Phil Rudd, otro relojito que sabe economizar.

El segundo lado del vinilo empieza con “Back in Black”, la canción más famosa de AC/DC, dueña de uno de los riffs más memorables de la vida y que concentra lo mejor de la banda australiana en cuatro minutos y 15 segundos. El riff, otra vez basado en una progresión básica de tres acordes en posición abierta (Mi, Re Re Re, La La La), deja espacios al final que son llenados primero por un punteo descendente de Angus, hijo del de Pete Townshend en la versión de “Shakin’ All Over” del legendario Live at Leeds (1970), y luego por un bordoneo ascendente de ambas guitarras.

El riff tiene swing y el pulso rítmico es casi funky, por eso suele ser una de las canciones más trilladas a la hora de musicalizar un baile del caño y afines. Sobre ese riff Brian canta una melodía casi rapeada, llevada de los pelos, que está lejos de ser pegadiza, para no sacarles protagonismo a las guitarras, que son las verdaderas estrellas de la banda. El estribillo no dice casi nada, simplemente “hey!, hey!, hey!, hey!” y el título de la canción. Lo que importa es la música, el irresistible ritmo; ahí está todo, por eso en el solo Angus despliega toda su artillería sobre la escala pentatónica menor, armando pequeños discursos melódicos perfectamente citables.

El cuarto y último himno del disco –en orden de aparición– es “You Shook Me All Night Long”, con una progresión entrecortada –casi folkie– de tres (obvio) acordes sobre la que Brian compara a su amante con un auto y desparrama tanta lascivia como su antecesor. El estribillo, que nació de “You Shook Me”, un blues grabado por Muddy Waters y medio mundo, es uno de los más intensos e insistentes de AC/DC, y sirvió hasta para musicalizar los compilados de goles uruguayos en el exterior.

Inmortal

Pero Back in Black no es sólo sus himnos: tiene seis canciones más que completan la decena de un disco perfecto, con el néctar de AC/DC: lleno de solos afilados, ritmos crudos e imparables, riffs pegadizos; una música que si la escuchás al mango cuando estás tristón se te pasa todo. Además, con un sonido de guitarra seco, directo y valvular, que no es ni muy distorsionado ni muy limpio, está en la medida justa. La banda nunca lo pudo repetir en forma exacta, así como Brian nunca más cantó de forma tan sublime.

“What Do You Do for Money Honey” tiene un estribillo épico, aunque su letra sea la vulgaridad de preguntarle a una mujer qué hace por dinero .Y qué decir de la apresurada “Givin’ the Dog a Bone”, probablemente la oda a la fellatio más directa de la historia del rock. Pero no todo es guarangada: “Let Me Put My Love Into You” es lo más parecido a una “balada” que cultivaron los australianos, con lo más cercano a una metáfora amorosa que podemos encontrar en su discografía: “Let me cut your cake with my knife” (dejame cortar tu pastel con mi cuchillo).

“Have a Drink on Me” –otro homenaje a Bon– y la zeppelinera “Shake a Leg” nos guían hacia el cierre con “Rock and Roll Ain’t Noise Pollution”. La intro bluseada de Angus da paso a Brian, que se manda una última pitada a su pucho para reivindicar el género, dedicado a los vecinos malhumorados que se quejan del volumen.

40 años después, Back in Black sigue ahí, intacto. No suena a 1980, es ajeno a cualquier moda o estilo, puede ser de hoy o de anteayer, porque, como dice la última canción, el rock and roll no es contaminación sonora y nunca morirá.