Alfredo Fressia es uno de los poetas uruguayos vivos más destacados y sólidos, que también se ha desempeñado como periodista, ensayista, traductor y docente de literatura y francés. Su obra poética, que comenzó con Un esqueleto azul y otra agonía, en 1973, se compone de cerca de 15 títulos, que han sido publicados en varios países de América Latina y Europa, incluyendo traducciones al francés, portugués e italiano. Pese a haber sido amigo personal de Néstor Perlongher, uno de los principales referentes de la poesía neobarroca, y haber participado en los primeros movimientos gays en su exilio en San Pablo (donde reside desde 1976), integrando antologías y recopilaciones de poesía homoerótica, su obra se resiste a clasificaciones taxonómicas y aborda diversas temáticas, como la soledad en las grandes ciudades, la construcción de la identidad individual, y las reflexiones en torno a la naturaleza de la creación poética, con un amplio repertorio de recursos formales y estilísticos utilizados en forma mesurada y sintética.
Recientemente ha publicado Sobre roca resbaladiza (ver recuadro), un libro que podría catalogarse como ensayo autobiográfico, aunque en sí no sea una autobiografía entendida como el relato de una vida: se trata de una exploración en torno a la poesía echando mano a la experiencia vital del autor. Aprovechando esta novedad editorial, conversamos mediante mensajes de audio, entre Montevideo y su casa en San Pablo. Pese a las circunstancias de una entrevista no presencial, Fressia transmite la calidez de siempre, con su hablar un tanto abrasilerado luego de pasar la mayor parte de su vida en el país norteño, y el inocultable placer que le provoca reflexionar y hablar sobre poesía.
En primer lugar, quisiera que nos contara sobre su último libro, que podría definirse como autobiográfico, pero en el que la poesía tiene más protagonismo que el poeta. Y que nos explicara cuáles fueron las motivaciones personales o literarias, cómo fue el proceso.
Es un libro que tiene una parte autobiográfica, claro, y naturalmente una parte de reflexión que acompaña a la autobiografía. Pero es la autobiografía de un poeta, entonces, las reflexiones siempre llevan a consideraciones sobre poética, que es un tema poco abordado, y eso es una pena. Yo pienso que los poetas se interesan en la poética, obvio. Pero los lectores, la gente de la literatura, también debería interesarse en la poética. En el libro cuento que en el IPA [Instituto de Profesores Artigas], al que entré en 1968, en aquel tiempo Carlos Real de Azúa era quien daba Teoría Literaria. Y en general se abordaba la narrativa, se abordaba el ensayo, se abordaba la ficción en términos muy generales, el arte dramático, el teatro... Pero no la poética. Carlitos tenía ese poder, esa intuición... Por eso, de repente, en el aparente desorden de sus clases –porque a veces interrumpía la clase para irse, o para decir “voy a buscar un papel al auto” y no volvía–, de pronto decía una frase, un concepto, una idea que te remitía a algo y te iluminaba profundamente en relación con la poética. ¡Era lo máximo que había!
También había unos protocenáculos, reuniones determinadas más bien por la casualidad, que ocurrían, por ejemplo, en el Sorocabana. Y me acuerdo de que en esa época vino esta gente de Tacuarembó, [Eduardo] Darnauchans, Víctor Cunha, con su amigo Eduardo Milán, naturalmente... y otros de aquí. Y entonces había un cierto intercambio de lecturas, de poesía. Ellos venían muy entusiasmados con los concretistas brasileños, que a mí no me interesaban mucho... Había discusiones, charlas, era un lugar que instigaba, ¡pero un poco! Todo era en términos muy modestos. Realmente no había espacios de estudio de la poética. Tampoco había talleres, que casi que se iniciaron con la dictadura, cuando desaparecieron esos espacios en la academia, en un café, etcétera, y ahí se inició ese esplendor de los talleres. Yo no los conocí; mis talleres eran leer solo, por mi lado.
El libro es una reflexión biográfica que, al ser yo, el sujeto de la biografía, un poeta, siempre acaba en temas poéticos. Y además no me interesaba hacer realmente una autobiografía. ¿Qué puede haber de interesante en mi vida, en una vida banal? Bueno... relativamente banal, claro, yo sé que visto de cerca nada es normal, y que depende de la narrativa que se dé a los acontecimientos, pero no me parecía que pudiera interesar a nadie, excepto a mí. Hay recodos en mi vida que me resultan muy interesantes, pero ¿qué puede interesar de eso al público lector? En cambio, en la medida en que está volcado hacia la poesía, hacia la poética, el libro puede tener algún interés que puede ir más allá de lo anecdótico, de lo mío, personal, que es de interés escaso, digamos.
Yo tenía textos de los últimos tiempos que me parecían importantes y que fui separando. Pero empecé a escribir sin saber muy bien cómo iban a ir, hasta que aquellos textos que había separado entraron, incluso en el tono. Todo mi discurso de 2018 y 2019, y los pocos textos que precedían, se adecuaron. Entonces me tranquilicé y seguí escribiendo, aunque con momentos de corte. Pasé por los temas de género, temas relativos hasta a la venta de poesía, que no es un tema de poética y, al mismo tiempo, en cierto sentido lo es. Y así se fue construyendo el libro, en un momento un poco difícil de mi vida. Salió una edición en Buenos Aires, aunque yo quería que saliera primero en Montevideo. En general me gusta que mis libros salgan primero en Montevideo, pero no siempre se puede. En este caso la edición argentina estuvo pronta en octubre del año pasado, y fui a Buenos Aires a presentarlo. En marzo estuvo en Montevideo y por la pandemia recién pudo salir ahora. Me parece importante que un poeta que llega a una edad avanzada, al fin de su vida, y todavía está lúcido, se siente y escriba sobre esa materia, la poética, que ocupó toda su vida.
“Tengo exactamente esa impresión: el poema ya existe. Y cabe al poeta encarnarlo, ponerlo sobre el papel”.
Cuando habla de poesía, la describe como algo que parece tener voluntad propia. En una entrevista dijo: “Yo no sé de dónde vienen los poemas”. Y en el libro escribió que la poesía es casi un personaje que aparece cuando quiere. Le pregunto dos cosas. ¿Cuál es entonces el rol del poeta, de la voluntad del poeta, del trabajo y la formación del poeta? Y por otro lado, ¿cree que ese carácter inasible, escurridizo de la poesía incide en la falta de reflexión en torno a ella, como señalaba?
Yo hablo de esa articulación ambigua, equívoca, que existe entre el poeta y el poema. Para decirlo claramente, tengo la impresión de que, con mucha frecuencia, el poema preexiste al poeta. Claro que soy muy consciente de que soy yo el que estoy escribiendo. Pero siempre tengo esa impresión; la vieja impresión de la musa que te dicta el poema. Obviamente, sé que no es esa musa. Es más, en nuestras generaciones, la tuya y la mía, esa musa sería más bien psicoanalítica. Sería la mejor lectura de una eventual musa. Pero yo insisto, y no debo ser el único, en esa respiración del poema que me es ajena, y llego a pensar que es lo que precede al poema. En el libro cuento de cuando estuve en Manantiales, con este muchacho [Pablo] Atchugarry, maravilloso escultor, y hablamos justamente sobre aquella idea renacentista que pasa por Miguel Ángel, de que la estatua ya está en el bloque de mármol, y que cabe al escultor sacarla. Pero la estatua ya está. Y yo tengo exactamente esa impresión: el poema ya existe. Y cabe al poeta encarnarlo, ponerlo sobre el papel. Todo esto con las limitaciones, sabiendo muy bien que es uno el que escribe, en efecto, el poema. Pero coexiste esa especie de perplejidad frente a este sentimiento de que el poema me preexiste, y la conciencia racional de saber muy bien que soy yo el que está escribiendo. Y ese juego entre esos dos puntos de vista lo tenés en [Paul] Valéry cuando él dice que el primer verso nos es dictado por la musa. Es maravilloso, porque la musa todavía existe en Valéry y es capaz de dictarle el primer verso, nada menos, y el resto del poema es transpiración del poeta. La doble postulación está hasta en eso, por eso hablo de esa articulación ambigua y hasta equívoca, porque es una cosa y es la otra. Ese sentimiento de que el poema no es totalmente escrito por uno, que de algún modo él baja al papel, sin saber qué papel tiene, y por otro lado la conciencia de saber que sí, que es uno el que está escribiendo. Me ocurre mucho cuando escribo poemas con metro y rimas prefijados. Me sorprende: ¿cómo vino este verso, cómo puede ser? Yo me releo poco. Pero cuando me releo, me sorprendo; digo: ¿de dónde vino esto? Esa imagen de repente me gusta, de repente no tanto, pero sobre todo me sorprende: ¿cómo fue posible? Esa doble articulación no tendrá nunca solución.
En el libro hablo de momentos en la historia, en la diacronía; tenés momentos en los que realmente hay un poder religioso del poema, un poder oculto. El ocultismo acompaña a la poesía desde siempre, aunque tiene su apogeo en el siglo XIX, cuando era impresionante la presencia del ocultismo. La fecha de publicación de uno de los libros fundamentales de Allan Kárdec, fundador del espiritismo como se entiende del siglo XIX para acá, fue 1857, el mismo año en que salió Las flores del mal de Baudelaire. Y del proceso a Madame Bovary (1856), aunque eso ya es narrativa, es otro campo. Entonces, en ciertos momentos hay una lectura de la base religiosa, en la cual la diosa, o la musa, si querés, es la que te dicta, desde los griegos. Y momentos de laicización; momentos en que laicizamos la poesía. Yo pienso que en este momento hemos laicizado bastante la poesía. Pero las grandes preguntas sin respuesta continúan allí, se mantienen los mismos enigmas.
“Yo siempre escribí como quien se protege del vendaval. En ese sentido, sí, la poesía tiene de inasible lo que tiene de inasible todo para un ser un humano que contempla el mundo”.
En ese carácter, como decís, inasible o escurridizo de la poesía, tiene algo que ver la ignorancia en que uno vive, esa especie de perplejidad frente al mundo. Uno viene al mundo sin saber cómo ni por qué, y también se va sin entender por qué; piensa que protagoniza una vida cuando en realidad son las circunstancias que lo llevan para un lado y para el otro, casi que vapuleado... Por algún lugar del libro digo que yo siempre escribí como quien se protege del vendaval. En ese sentido, sí, la poesía tiene de inasible lo que tiene de inasible todo para un ser un humano que contempla el mundo, y para el cual tiene respuestas que son revelaciones a las que uno adhiere, o son la doxa ideológica cada vez más laica a la cual uno puede acudir, pero siempre en el territorio de lo no comprobable, del enigma. Pero no por la ausencia de estudios de poética; la poética sólo profundiza ese lado enigmático. Cuanto más estudiás poética, más te das cuenta de cómo es imposible definir la poesía. Se puede relevar muchas características de la poesía, pero dar una definición, decir: bueno, de qué estamos hablando. Es el gran tema de la poética y hay tantas respuestas como reflexiones.
Me gustaría preguntarle por el momento quizá más autobiográfico del libro: su relación con los primeros movimientos que en aquel momento se llamaban “de reafirmación homosexual”, en los que participó durante los años 70. Usted hace un análisis de todo el devenir de esas identidades y esos movimientos para terminar en una reflexión sobre el cuerpo y la poesía. ¿Qué piensa de los intentos de categorizar la literatura en relación con estas identidades, cuando se habla de poesía gay, o poesía lesbiana, o poesía femenina, por ejemplo? ¿Piensa que estas identidades pueden afectar la forma final en que se realiza el texto?
Supongo que se puede hablar de todo: se puede hablar de poesía uruguaya, de poesía argentina, peruana... Por nacionalidad, por tipos raciales. La poesía negra, que tiene una herencia muy marcada con África, por ejemplo, y que incluye el tema de la rebelión contra la injusticia sufrida... No, no hay ningún problema con esas taxonomías, personalmente no me interesan mucho, pero algunas se imponen. Por ejemplo, a mí me parece que hay una poesía que es femenina. En principio es difícil definir lo que es femenino, así que es mucho más difícil definir lo que es poesía femenina. Pero hay algún detalle que uno nota, que dice: “esto no lo escribió un hombre, lo escribió una mujer”. Y la poesía gay... Bueno, hay que ver qué significa la palabra gay, porque ahora parece que gay es aquel joven que antes se llamaba homosexual, atlético y bien educado, cuando no hay una identidad en ese sentido. Hay comportamientos que se repiten, pero no una identidad. Aun así es indiscutible que hay una cultura gay, eso sí; ese gusto por ciertas cantantes que observo. Aunque yo soy de otra época, por supuesto. Está el gusto que todos los poetas gays neobarrocos han desarrollado, como la parodia, la hipérbole; eso es una cosa de la que hablaba bastante [Néstor] Perlongher y tenía razón; eso existe, es un hecho. Dije taxonomías, que puede parecer peyorativo, pero son modos de entrar en los enigmas de cada poesía, de cada poeta, de cada obra poética. A mí me interesa poco de eso, lo reconozco; está ahí, es un hecho objetivo, pero no es lo que más me interesa. Prefiero teorizar –como lo hago en el libro– el tema de la construcción de la masculinidad, que es el tema de uno de los ensayos. Ahí me interesa más, y sin duda tiene relación con temáticas abordadas en mis poemas. Yo sé que en casi todos mis libros hay una parte en la que se trabaja el tema del amor masculino, de los amores masculinos. Pero esas taxonomías me interesan sólo en la medida en que me ayudan a entrar en el laberinto de una obra poética; ahí pueden ser muy útiles...
La siguiente pregunta tiene que ver con su faceta de activista, y justamente con ese ensayo del libro al que alude. Me refiero al resurgimiento de esta nueva derecha que tiene un discurso bastante agresivo hacia estos movimientos en cuyos inicios usted participó, y hacia toda la agenda de derechos. Y representa en gran medida un desafío importante para toda una generación de artistas e intelectuales LGBT+ que se había acostumbrado a manejarse quizá con otra libertad. ¿Le parece que haya algo en la experiencia de generaciones anteriores, como la suya, que pueda resultar útil?
Yo soy bastante optimista. Por una vez en la vida, porque no suelo serlo. Un amigo me decía que esos movimientos son el vaivén de la historia. Esa marea alta y marea baja. Me decía: “ahora viene el fascismo, los valores de la familia, de una cierta narrativa de la familia, y Dios como valor ahistórico, que es típica del fascismo y que se reencuentra mucho en el discurso de [Jair] Bolsonaro y de otros fascistas”. Y naturalmente, feministas, LGBT, minorías en general pierden espacio. Pero mi amigo también me decía: “acordate que en el vaivén, cuando la marea baja, hay cosas que quedan adquiridas para siempre”. Yo me siento muy libre; siempre me sentí muy libre para escribir lo que quería, incluso en tiempos muy duros. Los 60 fueron tiempos de marea alta, había libertad sexual; yo nunca tuve dudas en cuanto a mis comportamientos sexuales, no pasaban por un tamiz de moral. No me parecía que fuera el caso. Me sentía muy libre. Digamos en los últimos 60, y en los primeros 70 vino la reacción. Pero para nosotros, para el resto del mundo no. Al contrario, en una sociedad que empezaba a globalizarse los movimientos siguieron adelante. Naturalmente, en América Latina y en particular en nuestro caso, en Uruguay, hubo un retroceso, pero que duró diez años y después hubo conquistas importantes, que vivimos durante 30 años. Y que ahora vuelven a entrar en peligro con la ideología del fascismo, que está ahí. Está aquí en Brasil; Uruguay no me parece que haya llegado a eso, pero el peligro siempre es inminente. Cuando aparece el huevo de la serpiente uno nunca sabe qué puede pasar. Pero, por ejemplo, en Argentina no parece. Del lado del Pacífico depende, también... México parece tener una libertad en ese sentido, que siempre tuvo. Porque en el fondo los comportamientos continúan exactamente iguales, simplemente se tornan evidentes en algunos períodos... Evidentes y con una validez que los otros momentos, los de marea baja, le retiran... En ese sentido, hay que estar siempre atento. Claro que a mi edad ya no es un tema que me concierna, pero estoy preocupado por los jóvenes. Y lo que yo veo es que los movimientos LGBT pueden eventualmente fortificarse. Frente a un enemigo tan importante y que va a retirar espacio, pueden ocurrir la radicalización y la potencia. Fijate lo que pasó con los movimientos raciales en Estados Unidos, con un fascista como [Donald] Trump, que por su lado es radical, a su modo, payasesco, tal vez, pero radical. Y hubo un movimiento de reacción tan grande que ganó en una semana lo que lleva generalmente años. Que todo el mundo, clases medias, blancos, wasp, tomen conciencia... Y he observado, porque conozco algunas personas de allá, que han desarrollado una conciencia nueva. De modo que trato de dejar este mensaje de cierto optimismo en cuanto al mero ejercicio de la libertad. Y llama a que estemos atentos, en Uruguay, a algún huevo de serpiente que anda por ahí y que de vez en cuando se pone, y queda ahí en la mitad de algunos discursos que pueden llegar a ser problemáticos. Esperemos que tengamos la fuerza de reaccionar... Pero esto ya es un tema extraliterario...
Sí, claro. De todos modos, gracias por el mensaje positivo. Y por el resto de la entrevista. ¿Le quedó algo para decir respecto de Sobre roca resbaladiza?
Tal vez faltó que, cuando digo que el libro aborda poética, no es un manual de poética. Es una visión subjetiva de un poeta sobre la poesía... Pero bueno, como habrá faltado ese detalle, habrán faltado otros...
Y tiene razón. Seguramente, lo que contiene Sobre roca resbaladiza difícilmente pueda ser sintetizado en una sola entrevista. Se trata, además, de algo sobre lo que pocos hablan, ya que, como él mismo dice, en nuestra época hemos laicizado la poesía. Y olvidamos, a veces, que más allá de teorizaciones y metodologías, el acto creativo siempre se realiza en un terreno cercado por el misterio.
Sobre roca resbaladiza. Recuerdos y reflexiones de un poeta. De Alfredo Fressia. Montevideo, Yaugurú, 2020. 176 páginas.
Y las causas lo fueron cercando
En Sobre roca resbaladiza, la biografía de Alfredo Fressia no funciona como un factor que articula su reflexión, sino como una excusa, o quizá una llamada, una nota al pie. El hilo conductor son distintas problemáticas relacionadas con la poesía desde el proceso creativo, su realización en una obra, la posteridad, y también sobre la condición antropológica del poeta; cuál es su lugar en la confección de esa cosa tan evanescente que se llama poesía; cuál es el lugar que le cabe como individuo hacia el resto de la humanidad y cuál es su huella. Por eso, las experiencias vitales de Fressia con la poesía, más que como hilo conductor, funcionan como “notas al pie”. Lo que lleva la batuta en estas páginas es la poesía, y el poeta no es más que eso, una referencia.
El título ya anticipa que nos movemos en un terreno incierto. La poesía aparece aquí como un terreno indefinible y a la vez inexorable: “La poesía apareció siempre –me gusta lo de aparición– como el único modo auténtico de entender el mundo y los objetos, de penetrar en él, de responder a su llamada. Lo que denominamos realidad exige siempre una instancia previa, que la precede como una mediación. Pasar por la poesía es una forma de des-alienarse, de reencontrarse en el mundo. Por eso la poesía es siempre un descubrimiento, un cono de luz en lo imprevisto, en lo oscuro”.
Desde ahí, Fressia recorre sus experiencias, sin detenerse demasiado en ellas, contemplando esa presencia que ha estado allí durante toda su vida, y que la ha determinado. No hay una jerarquización de los hechos; lo verdaderamente importante es detenerse a contemplar. Hay una correspondencia entre cómo se presenta Fressia como persona, como individuo, en relación con la poesía, y el rol que le da al poeta en la creación. Más cercano a Platón (que planteaba la creación artística como una emanación del Absoluto que impregnaba al poeta y lo convertía en una especie de imán que atraía a su audiencia a ese estado de conciencia) que a Aristóteles (que la entendía como la aplicación de una serie de técnicas y procedimientos en forma racional, consciente y voluntaria por parte del creador), parece no conceder al poeta demasiadas posibilidades de encauzar voluntariamente el acto creativo.
Si bien no parece considerarlo un ente tan pasivo como en la visión platónica, en tanto Fressia le da una importancia necesaria al conocimiento, a la lectura, y al entrenamiento de la percepción y la sensibilidad, es evidente que en su concepción de la creación poética están presentes la necesidad del trabajo y la imposibilidad del método: “Escribo a cualquier hora, la poesía no acepta horarios. Y tampoco ritos, en mi caso. Ya escribí sentado en un ómnibus, dando clase... Son versos a veces apenas entrevistos, a veces ya perfectos, en todo caso la poesía se ‘escribe’ antes de ser escrita en papel. La poesía se escribe sola en nuestra cabeza. Puede tratarse sólo de una idea, o de una imagen, y eso va tomando forma, hasta que un día, en el mercado, en el ómnibus, donde sea, uno se da cuenta de que el poema quiere nacer. Y entonces sí es importante pasar al papel esa maquinaria que pide nacer. Porque si lo dejamos para después la criatura puede tener un parto difícil, o con partes amputadas, y eso lo percibimos inmediatamente en el poema que surgió”.
El momento más intensamente biográfico del libro corresponde a los años montevideanos previos a su exilio, su llegada a San Pablo, y su relación con la incipiente militancia gay. En relación con su obra poética, sus reflexiones sobre estos momentos aportan mucho sobre sus aristas eróticas, pero es el fragmento en el que menos habla de poesía y más se expone como ser de carne y hueso. En esos tres o cuatro capítulos, sus reflexiones sobre la construcción de la masculinidad, sobre las identidades trans, sobre el nivel de represión y de libertades sexuales o identitarias en Uruguay y en Brasil, y sobre lo que finalmente fue dejando esa crucial etapa en lo que ahora llamamos movimiento o comunidad LGBT+, tienen una vitalidad, agudeza y pertinencia enormes a la luz de las problemáticas actuales, culminando en una repentina vuelta a nuestros tiempos en el Brasil bolsonarista. Pero no nos confundamos. En el siguiente capítulo, “Poesía del cuerpo, cuerpo de la poesía”, queda claro que esta aparente digresión fue para regresar con más ímpetu a lo que verdaderamente nos ocupa.
Aunque Fressia cuenta su vida, Fressia importa poco. Desde un principio, nunca se propuso ser poeta: la poesía lo fue encontrando. Y en sí, es la verdadera protagonista de Sobre roca resbaladiza, mientras que él, el poeta, es apenas testigo o ejecutante de sus designios. Muchas veces Fressia, cuando alude a su experiencia personal y habla del rol del erotismo en su obra, suele decir que el amor no es lo suyo. No obstante, puede decirse que, sin proponérselo, encontró una compañera para toda la vida, hacia la cual nunca mermó la pasión. No resulta extraño, luego de confirmarlo, recordar que en entrevistas recientes Fressia haya declarado que prefiere el poema al orgasmo.