El verano se iba. La normalidad todavía no era nueva, y la gente hacía su vida al ritmo que la uruguayez, por entonces, permitía. Gabriel Peluffo, el doctor Peluffo, llegaba a la entrevista, dejaba las preocupaciones del médico más o menos en la puerta y se ponía el traje de rockero entusiasmado. No era para menos. Un par de meses atrás, Mecánica popular (MMG, 2019), el nuevo disco de Buitres, se había metido entre balances, botellas de sidra, planes de vacaciones, corderos a las brasas y gorritos de Papá Noel a sacudir, a fuerza de rocks crudos, las raíces de los arbolitos de Navidad. Para mejor, se venía el Montevideo Rock, un buen lugar para probar esas canciones nuevas ante los fanáticos y el respetable público más crítico y adusto.

Todavía no lo sabíamos, pero unos días después esa realidad se vino abajo, y quedó esto que estamos pasando, que se sabe bien cuándo empezó, pero ningún aventurero puede decir cuándo termina. Y entonces algunos planes (los de Peluffo, los de todos) se fueron guardando en sobres de papel, fondos de cajones. La nueva normalidad hizo que el show de hace meses se vaya a dar recién mañana, sin público presente, en una modalidad de festivales a la que, parece, nos tendremos que acostumbrar.

El año pasado, ya tan lejano, había sido de festejos, y las tres décadas de vida de los Buitres se celebraron con dos conciertos en el Antel Arena, a todo trapo. Antes, después de Canciones de una noche de verano (MMG, 2014), el hasta entonces último disco de la banda, Peluffo se entreveró en tangos y milongas con Christian Cary, Guzmán Mendaro y Julio Cobelli, y firmó en solitario De barro y asfalto (Bizarro, 2017), y Gustavo Parodi puso en diez la perilla del distorsionador y se largó a tocar en escenarios pequeños junto a Los Chanchos Salvajes, con quienes publicó Enfocar y El hombre, la bestia y la virtud, dos compendios de punk y hardcore tan urgentes como sarcásticos.

Pero había algo más: Mecánica popular, un disco a medio camino entre la epifanía y el destajo, un álbum de canciones de pogo, baladas y medios tiempos que juega en el campo clásico del “sonido Buitres”, ese licuado de la discoteca de Parodi, de Buddy Holly, Trashmen y Ramones, el viejo rock escrito en bares de Madrid, y algunos sonidos de guitarras de la antigua modernidad que remiten a Dinosaur Jr., L7 y Sonic Youth.

Hay quienes dicen que algunos artistas trabajan toda su vida sobre la misma obra. ¿De qué habla, entonces, un hombre que ya dijo de todo lo que quería decir? De lo mismo, pues. Del amor, la amistad, los sueños, y del pasado, cuando ya es más largo que el futuro. “Sigo siendo aquel muchacho que se vuelve a equivocar”, canta Peluffo, como podría cantar, con mucho menos talento, cualquiera de nosotros. Ahí, quizá, esté el secreto de los Buitres. Aquella escuela de todas las cosas. No importa cuándo, siempre están esas canciones para echarte una mano, y siempre es tiempo para una nueva canción. Esa seña de identidad, esa construcción de una individualidad que es, a la vez, un espejo.

A poco de celebrar 30 años, Buitres vuelve con un disco nuevo, que no se me ocurría que estuviera en los papeles. ¿Fue así?

Hace tres años me enfoqué mucho en la música. Hice un proyecto paralelo, solista, y de alguna forma nos metimos a revitalizar a Buitres. Nos sentamos y dijimos: “Bueno, muchachos, ¿vamos a seguir o no?”. La pregunta que uno se tiene que hacer cada tanto.

Buitres nunca fue una banda que les cantara a los tópicos del rock, siempre tuvo cierta madurez, y le tocó, además, cargar con el fantasma de Los Estómagos, que es un grupo generacional: no hay pibe que quiera armar una banda que no empiece con “Solo” o “Frío oscuro”. ¿Cómo se convive con eso?

A Buitres le costó mucho los primeros cinco, seis años. Creo que los ex integrantes de Los Estómagos tendríamos que estar tocando sus temas, porque a esta altura del partido, y no por una cuestión económica, sino exclusivamente artística, Los Estómagos es un hermoso lugar adonde ir. Y te lo dice el integrante que, más bien, era el intérprete. Yo ahí era el que tenía que interpretar. Y ahora estamos hablando de nuestro último disco, que siento que es mi culminación. Como creador estoy haciendo una cosa que me recontra copó, y fue un viaje desde todo punto de vista: intelectual, de lectura, de estudio, para así poder sacar algo de los temas con lo que mis compañeros traían.

¿Te cuesta más componer ahora que hace 25 años?

No. Me parece que son etapas completamente diferentes. A veces, con la obra, paso por momentos hipercríticos. La creación va mucho en los espacios que le des a la inspiración. A tener momentos para poder trabajar. El insumo más importante es tu vivencia, y vos tenés que canalizar lo que vivís. Para poder hacerlo tenés que estar concentrado y sincronizado con la música. Las cosas salen de determinadas conversaciones con tus compañeros, de hacerte los momentos; me parece que es eso. Lo que ahora sé es reconocer esos tiempos. Antes era algo más puntual, “ah, vino el momento y escribí”, y ahora no. Sé que puedo buscarlo y, a través de un método más consciente, saber que puedo llegar a un estado de concentración.

Pasame la receta.

Es que no es algo mágico. Creo que es una capacidad que tenemos, y hay que saber explotarla.

Aquello de que la inspiración te agarre trabajando...

Claro, pero después hay una parte de la que yo durante mucho tiempo dudé demasiado, que es la faceta onírica de la inspiración. Y, en realidad, toda la literatura que leo, y el cine que más me atrae, tiene mucho del contexto onírico. David Lynch, [Mario] Levrero, [Adolfo] Bioy Casares… son tipos que escriben sobre la base de experiencias oníricas. Y empecé a darle más importancia a eso, y a usar métodos que me permiten concentrarme para poder escribir. Y tengo a Pepe Rambao, que para mí es un referente intelectual, a quien le hago muchas preguntas, y sobre todo le muestro para que me corrija los textos, las ideas.

Levrero, Bioy... ¿Eso es lo que fuiste a buscar?

Estuve leyendo mucho sobre procesos creativos, libros de contactos epistolares, sobre todo de Felisberto Hernández, de Levrero. Entrevistas en las que los artistas explican los procesos creativos. Leí mucho de eso; [Juan Carlos] Onetti, Bioy Casares, donde los tipos cuentan cómo llegan a esos lugares. Me enrosqué en eso. En el cine también vi películas relacionadas con el proceso creativo, y me sirvió un montón. Aparte, yo tengo que escribir sobre la música que hacen mis compañeros. A veces tengo que inventar la melodía, y hacer el texto sobre la melodía es más difícil.

Y no se puede cantar cualquier cosa sobre una melodía de Buitres.

No, no se puede. Puedo decir cualquier cosa, porque mis compañeros me lo permiten, pero la banda, en este momento, a través de sus textos, está expresando algo que tiene que ver con la identidad de sus integrantes.

Buitres nunca se erigió como portavoz generacional, y quizás ese sea el secreto de que sus canciones sobrevivan el paso del tiempo y el recambio de público.

No, está bien. A veces, uno corre el riesgo de encriptar demasiado el mensaje y que no se entienda qué quiso decir. Acá no; nosotros nunca explicamos las canciones, y está buenísimo lo que recibimos de parte de la gente, el sentido que les da. No hay temas muy explícitos, o no es una tendencia, y sin embargo hay cosas que se entienden a la par que pueden admitir varias lecturas.

“Santa Rosa” admite varias.

Sí, el desafío de “Santa Rosa” fue el de quedarme en ese lugar, en 1985, cuando iba a los bailes de Checho Barreto, o darle una vuelta. Y la vuelta es la segunda estrofa, la segunda parte de la canción es ahora.

Es una canción que dialoga perfectamente con “Soy del montón”.

Ahí va, pero “Santa Rosa” es ahora. Ahí hay una cuestión generacional, no debe haber tipos de más de 30 años, que tengan familia, que no digan “me quiero ir al baile aquel”. ¿Qué pasó con las historias de amores pasados? ¿Se guardan en el cajón? ¿Qué pasó con eso? Quedó suspendido, no sé qué pasó. ¿Cuánto más tengo que seguir deseando?

Si bien ustedes tienen una relación de amistad, es cierto que los egos pesan. ¿Cómo se convive con eso?

Los egos existen y son difíciles de manejar, el asunto es reconocerlo. Y todos tenemos que tener una faceta conciliadora, porque si no es imposible. De todas maneras, no hay nada en nuestra relación que haya sido terminal ni nada por el estilo porque, honestamente, por cómo somos nosotros, no estaríamos juntos. Es una relación familiar, como de sangre. No quiere decir que no tengamos problemas, y ya sabemos que cada uno es insoportable a su manera. Con Gustavo hace 38 años que estamos juntos, ni su esposa puede decir lo mismo. Y con Pepe también son muchos años; él tocó en Estómagos. Con Orlando, quieras o no, hace 14 años que estamos. Y después tenemos un tipo muy joven, como Kako, que estaba naciendo cuando la banda empezó. La interna está buena, hay que saber manejarla. Lo que está bueno, en nuestras carreras solistas, es que te relacionás con un montón de gente, y ahí cumplís otro rol, sos más responsable, y tenés que ser muy conciliador. Y entonces, si sos conciliador acá, ¿por qué no serlo en la banda? Ahí es como con tu hermano, con el que jugaste a la bolita. Es una relación mucho más cercana. Y uno aprende a portarse mejor con sus compañeros. Hablo por mí, pero son nimiedades. Si hubiéramos tenido alguna cosa importante ya se habría terminado.

¿Ves los shows después?

No. Me parece que el show es lo que pasó. Eso que estoy viendo no es la verdad. Son como las fotos. Hay que estar ahí. Y lo que pasa con la banda es lo que está pasando con la gente. Y la banda ha aprendido que los shows pasan por diversos climas, y uno tiene que dar el máximo. Y no quiero ver los shows para atrás, porque te volvés hipercrítico. Agrandás los errores y, si fue bueno, te parece que no vas a poder hacer otro similar. Y prefiero pensar que el próximo show será el mejor.

Buitres se presenta este martes desde las 21.00 junto con Los Buenos Modales, Elefante y Once Tiros. Este lunes, desde las 22.00, tocarán Peyote Asesino, Chopper, La Vela Puerca, Cuatro Pesos de Propina y Niña Lobo. Ambas jornadas se transmitirán por TV Ciudad y UniRadio.