En las líneas iniciales de un artículo tributo a un artista recién fallecido, suele quedar muy bien que se adjunten cuatro o cinco palabras que esquematicen lo esencial de su contribución. Sin embargo, en el caso de Alan Parker es complicado encontrar algo así, ya que se contó entre los directores que realmente disfrutaban actuar en un rango amplio de temáticas y tonos, lo que dificulta una apreciación autoral de su obra.
Tomemos, por ejemplo, sus dos primeras películas: Bugsy Malone (1976), su ópera prima, es un filme de gángsters con tono cómico y ligero, apta para todo público, en la que los personajes adultos están actuados por niños o púberes. Las bandas mafiosas se enfrentan con ametralladoras de las que sale crema chantilly en vez de balas, y hay escenas musicales cantadas y bailadas. Ya Expreso de medianoche (1978) lidia con un estudiante estadounidense que, por vender hachís para costear su viaje mochilero, termina con una condena de varios años en una terrorífica prisión en Turquía. Es una película oscura, violenta, netamente adulta. A nadie se le ocurrió buscar constantes temáticas o ideológicas entre ambos films, y, sin embargo, llamaron la atención lo suficiente como para que el nombre de su director no quedara sencillamente en un dato técnico. Bugsy Malone fue seleccionada para el festival de Cannes, ganó tres premios BAFTA (el “Oscar británico”) y tuvo una taquilla razonable. Expreso de medianoche también fue lanzada en Cannes, ganó dos Oscar, cuatro Globos de Oro (incluyendo el premio a mejor película dramática) y cuatro BAFTA (entre ellos el de mejor dirección), aparte de haber tenido una gran taquilla.
Inicios
Parker nació en 1944 en un barrio obrero de Londres, y llegó al cine en forma progresiva y casual. Al terminar la secundaria se empleó como cadete en una agencia de publicidad, pero su talento para la escritura pronto lo llevó a establecerse como redactor en el departamento creativo: en 1968 se convirtió en director de cortos publicitarios y tuvo mucho éxito. No parece haber llegado a la dirección a partir de una afición por el cine, como sí fue el caso de sus compañeros de generación estadounidenses, los justamente llamados movie brats, Francis Ford Coppola, Peter Bogdanovich, Martin Scorsese, George Lucas, Steven Spielberg. Pero la práctica publicitaria implicó familiarizarse con múltiples vetas del cine establecido, ya que los cortos de Parker fueron (al menos los que le dieron su reputación) casi todos paródicos: uno encuentra referencias a Ben Hur (1959), El sheik (1921), Love Story (1970), cine bélico, de gángsters, y otras películas de época. Todos tenían un componente de humor, el empeño por contar en forma muy compacta una pequeña anécdota, y frecuentemente asumían un lenguaje llanamente clásico, haciendo énfasis en el desempeño de los actores y el funcionamiento como comedia (en forma concomitante con vender el producto). Luego de trabajar con diversas agencias, Parker fundó su propia empresa productora.
En 1970 los productores británicos de publicidad David Puttnam y Alan Marshall estaban ensayando la transición hacia la producción de largometrajes. Habiendo captado el talento de Parker, lo convencieron para escribir el guion de su primer proyecto, Melody (1971, dirigida por Warris Hussein). Picado por el bichito del cine, Parker se tiró a autoproducir (hipotecando todos sus bienes) el largometraje No Hard Feelings en 1973, que finalmente fue comprado por la BBC para transmitirlo por televisión. Su siguiente película para televisión, The Evacuees (1975), ganó el BAFTA y el Emmy a mejor película dramática televisiva, preparando el terreno para Bugsy Malone (que fue producida por Puttnam y Marshall, en conjunto con productoras hollywoodenses).
Invasión inglesa de publicistas
Parker fue tan sólo el primero de una significativa tanda de directores cinematográficos ingleses, oriundos de la publicidad y marcados por ese antecedente, que se establecieron con mucho éxito en Hollywood entre 1976 y 1983. Los otros fueron, en orden de llegada, Ridley Scott, Adrian Lyne, Hugh Hudson y Tony Scott. Salvo Tony Scott, estos directores fueron lanzados por Puttnam y Marshall, lo que es un fenómeno muy significativo. Las películas que realizó este quinteto entre 1976 y 1990 ganaron una decena de Oscar, incluyendo fenómenos culturales como Alien (1978), Blade Runner (1982) y Thelma y Louise (1990), de Ridley Scott; Carros de fuego (1981, de Hudson), Flashdance (1983), Nueve semanas y media (1986) y Atracción fatal (1987), de Lyne; Top Gun (1986), de Tony Scott; y Expreso de medianoche y Fama (1980), de Parker.
Por un lado, es lógico que esa generación de ingleses se haya formado en publicidad, ya que había poca chance de profesionalizarse en otro ámbito, pues el cine británico pasaba por una profunda crisis: la producción nacional menguó de tal manera que la categoría del BAFTA mejor película británica se suspendió luego de 1968 y recién se retomó en 1992. Por otro lado, el cine estadounidense, que había pasado por una crisis análoga, se recuperó y hacia 1975 entró en un momento de fuerte energización económica, justamente de la mano de los movie brats. Ese nuevo contexto, que se conoce como Nueva Hollywood, fue el que atrajo a esos talentosos directores ingleses y el que les ofreció condiciones para proyectarse al mercado mundial.
A fines de los años 60 e inicios de los 70, el cine más moderno que se hizo en Hollywood había tenido una fuerte tendencia contracultural, con influencias del underground, del cine verdad, del cine independiente, del rock y las nuevas olas europeas. La Nueva Hollywood pautó el fin de esa veta e integró una nueva tendencia cultural conservadora, que asumió alegremente valores establecidos y de una estética comercial, industrial, tecnológica, no militante, en la cual la pulcritud visual y la cercanía con lo publicitario que esos ingleses representaban encajaron muy bien.
Tengo un recuerdo vívido del momento en que se lanzó Expreso de medianoche: la película seguía teniendo cierto espíritu contracultural (a fin de cuentas, el protagonista era un joven que vendía drogas y los villanos eran los milicos de una dictadura de derecha tercermundista) y todavía no era la nueva derecha reaganiana de Top Gun. Luego del período glorioso en que las músicas de las películas de acción hollywoodenses eran el funk muy suingueado de Lalo Schiffrin o Herbie Hancock, o el modernismo de Jerry Goldsmith, me resultó una pérdida terrible comerme el plástico meloso que Giorgio Moroder tocó en sintetizadores para Expreso de medianoche. Pero, quitando eso, era realmente deslumbrante apreciar la potencia de los encuadres, lo novedoso de esas imágenes oscuras con la luz azulada difuminada por el humo, el swing rítmico, la fluidez y la complejidad del montaje.
Aparte de esto, a la larga, hay algo que destaca a Alan Parker de su barra de publicistas ingleses. Quizá debido a su tendencia dentro de la publicidad, vinculada a lo cómico y lo narrativo, en sus películas no se ve una sola imagen en que sintamos que nos está vendiendo algo, que el decorado se ambientó para que sea “la casa en que todos quisiéramos vivir”, o que se maquilló a la actriz o el actor para que fuera “la novia (o el novio) que todos quisiéramos ostentar”. A la larga, en forma concomitante con su creatividad y su exquisitez estilística, fue un narrador excepcional y un muy buen director de actores.
Las películas
Sus 14 películas barren un rango amplio de tonos y referentes, pero sin ser ilimitados. Todas las historias se ubican en el siglo XX (casi siempre en décadas anteriores a la realización) e involucran a protagonistas estadounidenses o británicos, salvo Evita (1996), en la que Madonna interpreta a la primera dama argentina. Las cuestiones psicológicas y morales solían importarle a Parker más que la acción física, si bien llegados los momentos de las peleas, los bailes o las fantasías delirantes, se daba maña para captarlos con atención en la belleza y/o la violencia de los cuerpos y movimientos. Parker solía ubicarse en posiciones antiautoritarias, anticonservadoras y, fiel a sus orígenes familiares, sus protagonistas muchas veces fueron de clase trabajadora.
Cinco de sus películas (más de un tercio) son musicales, aunque son totalmente distintos unos de otros, al punto de que es perfectamente factible que un mismo espectador quede fascinado con alguna de ellas y sienta cero interés en alguna otra. Bugsy Malone es lo más parecido a un musical tradicional, en el que los personajes de pronto se ponen a cantar y bailar acompañados de una banda invisible. Fama lidia con la evolución de un grupo de jóvenes durante el bachillerato en un colegio público neoyorquino dedicado a las artes escénicas. Pink Floyd: The Wall (La pared, 1982) es como una sucesión de clips (con un hilo conductor narrativo) construida sobre el álbum conceptual aludido en el título, y fue un film que pegó fuerte entre quienes lo vieron durante la adolescencia. The Commitments (Camino a la fama, 1991) es una comedia deliciosa sobre un grupo de dublinenses que se propone hacer un grupo de soul. Y Evita es una muy competente traslación a la pantalla de la ópera-rock (¿rock?) de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice.
Mi preferida es Angel Heart (Corazón satánico, 1987), un fascinante cruce de neonoir con terror, en el que Mickey Rourke (en el que quizá sea su mejor rol) es un detective privado medio pacato, contratado por un empresario que resulta ser el diablo en persona (Robert De Niro), para tratar de ubicar a un artista que le vendió su alma pero luego hizo trampa sirviéndose de un rito vudú. La película construye un clima especialísimo y el final es desolador. Pero también está Shoot the Moon (Donde hay cenizas..., 1982), un drama contundente y desgarrador sobre la separación de una pareja (Albert Finney y Diane Keaton). Es el antecedente más importante que conozco para la reciente Marriage Story (2019, de Noah Baumbach). Misisipi en llamas (1988) es una película de detectives combinada con denuncia social sobre el racismo en el sur de Estados Unidos en la década de 1960. Tiene elementos de acción y un final gozosamente catártico contra el Ku Klux Klan. The Road to Wellville (Cuerpos perfectos, 1994) es una comedia formidable en la que Anthony Hopkins hace el papel del doctor John Harvey Kellogg (el que inventó los copos de maíz), obsesionado por mejorar la salud.
Parker murió la noche del jueves a los 76 años, a consecuencia de una enfermedad no especificada. Conjeturo que esa dolencia puede haber sido el motivo por el cual cesó su carrera cinematográfica cuando todavía no tenía 60. Su última película fue La vida de David Gale (2003), que tiene la reputación de ser un bagayo, indigno canto de cisne de un tremendo cineasta.