El clásico Festival de Cine de Gramado es el encuentro más importante de Brasil, que desde 1973 presenta una gran selección del cine local y latinoamericano, con una potente programación que ha proyectado nuevos realizadores y reafirmado la trayectoria de destacados referentes.
Hace menos de un mes, en una nota sobre César Troncoso por su regreso con la obra Marx in soho (aun queda una función, el 14 de octubre), recordábamos que él es uno de los pocos uruguayos que lograron franquear la frontera cultural que distancia a Brasil de los demás países de la región: trabajó en una decena de producciones brasileñas, pero también llegó al gran público con la telenovela de Globo Flor do Caribe (2013) y producciones como El vendedor de sueños (2016), que fue lo más visto en Netflix hace unos meses. Ahora, con la distinción como figura latinoamericana en la 48° edición del festival de Gramado, su consagración se reafirma.
Un quiebre en su carrera como actor
“Desde hace años tengo una relación muy fuerte con el festival”, dice Troncoso, en referencia a un vínculo que se inició en 2007, cuando se estrenó El baño del papa y se quedó con cinco premios: Kikito de oro, mejor actor, actriz, guion y película extranjera, además del premio a la excelencia de lenguaje técnico. Desde entonces, el actor continuó yendo al festival: entre varias películas, en Gramado subió al escenario a recibir premios por la brasileña Al oeste del fin del mundo (2014, rodada en Argentina), en la que interpretó a un ex combatiente de Malvinas que decide olvidar su pasado y perderse al pie de la cordillera, o Elis (2016), la biopic sobre la gran cantante Elis Regina en la que encarnó al empresario argentino Marcos Lázaro. Pero también participó con varias películas, como Las toninas van al este (que se presentó en 2016), Zanahoria (2014), Mi Mundial (2017), Benzinho (2018) y O avental rosa (2018).
“Siempre estuve en la vuelta del festival, también fui jurado de la sección latinoamericana en un momento. Pero, además de eso, Gramado es un punto de inflexión en mi carrera como actor y, por lo tanto, en mi vida: desde que gané el premio con El baño del papa comencé a tener continuidad de trabajo, y me empezaron a llamar de Brasil. Así que yo ya me siento muy reconfortado por el hecho de que Gramado exista, sin necesidad de que me entregue un premio. Ya eso es una ganancia. Porque, además, me mostró ante los brasileños, y esa posibilidad de tener continuidad de trabajo me permitió dejar el estudio contable y dedicarme sólo a la actuación”.
Esto es un gran halago, en un año en que, más allá de que el festival se pueda realizar con otras características, refuerza la necesidad de Brasil de mostrar y validar su cine, y apoyar a sus artistas frente a la covid y la embestida que el bolsonarismo hace a todo lo que tenga olor a cultura. César Troncoso.
Recuerda que el Kikito de cristal –así es como se llama la distinción a la personalidad latinoamericana– ha sido ganado por Natalia Oreiro, Cecilia Roth, Leo Sbaraglia y el franco-argentino Jean Pierre Noher, de modo que integrar esa lista, reconoce, “siempre es un orgullo”. Para Troncoso, los premios siempre involucran cierto grado de subjetividad, y el conocimiento que Gramado tiene de él, plantea, “también contribuye” a que lo hayan premiado. Pero no deja de lado las resonancias del contexto: “Obviamente, esto es un gran halago, en un año en que, más allá de que el festival se pueda realizar con otras características [ya que sólo se exhibió por televisión], refuerza la necesidad de Brasil de mostrar y validar su cine, y apoyar a sus artistas frente a la covid y la embestida que el bolsonarismo hace a todo lo que tenga olor a cultura”. Y va más allá. Dice que hacer este festival, en estas condiciones, es “un acto de resistencia que también hay que valorar como positivo, porque es lo que se está necesitando: darle espacio a la cultura en un país en el que la religión, el militarismo, la misoginia y la homofobia están tomando demasiados espacios”, por lo que, a nivel simbólico, apunta, este premio representa muchísimo.
Reconocimiento a Mariana Viñoles y su documental sobre los refugiados sirios
Un documental uruguayo se impuso en el rubro extranjero: El gran viaje al país pequeño, dirigido por Mariana Viñoles y producido por Micaela Solé, que retrata la vida de dos familias sirias refugiadas en Uruguay, se llevó los premios especiales del jurado, de la crítica y del público, y el rubro de mejor dirección (el de mejor película fue para la colombiana La frontera, ópera prima de David David).
Luego de que fuera distinguido en el Doc Barcelona como mejor película iberoamericana, en Gramado el film uruguayo fue el único documental que participó en la competencia de largometrajes extranjeros.
En viaje desde Melo, que es donde creció Viñoles y a donde siempre vuelve a votar (“para contribuir a que las cosas puedan cambiar algún día”, dice, en referencia a las elecciones municipales), admitió que recibir este triple reconocimiento es una gran alegría, más allá de que para ella ya era un privilegio el lugar que ocupó El gran viaje al país pequeño en la programación, ya que, los documentales, dice, “suelen quedar al margen de muchas categorías”.
La directora plantea que esta es una película que dura una hora y 45 minutos, “bastante larga para lo que ahora se pretende de un tipo de cine, y si bien apunta a que las escenas sean amables, también exige”, observa, así que el premio del público lo vivió como una gran sorpresa.
Cuenta que el proceso de realización de este séptimo trabajo fue muy largo y complejo, ya que tuvo que viajar a países y sitios que nunca imaginó, y encontrarse con personas que vivían “sufrimientos muy particulares mientras eran desplazadas por la guerra y emprendían ese viaje hasta aquí, que yo tuve el privilegio de acompañar de cerca”, explica.
Recuerda que, cuando se presentó en Doc Montevideo el año pasado, la sala “estaba altamente conmovida, y las primeras repercusiones fueron muy buenas. Ahora la película se estrenó en estas extrañas circunstancias, pero las opiniones y las críticas también han sido muy favorables, y muy positivas a nivel personal, porque cuando uno trabaja mucho, haciendo una película con un presupuesto irrisorio para lo que implica la producción”, advierte, estas devoluciones “traen una alegría que contribuye a que sigamos creyendo, que sintamos que tiene sentido hacer lo que hacemos”.