Estrenada a inicios de 1920 en Berlín, El gabinete del Dr. Caligari es una de las películas más influyentes y decisivas en la historia del cine.

Surgió en un momento irónicamente propicio para un país devastado por la Primera Guerra Mundial y por las condiciones punitivas establecidas en el tratado de paz de Versalles. Lo positivo (para el cine alemán) es que durante el conflicto bélico Alemania prohibió la importación de películas de los países aliados, lo que amplió la demanda de cine propio. En 1914, el año en que empezó la Primera Guerra Mundial, Alemania produjo 25 largometrajes. En 1918, el año en que la guerra terminó, la producción ya era de 130.

El gobierno republicano establecido en 1918 insistió en la política proteccionista, aunque en forma más flexible que antes. La altísima tasa de inflación estimulaba el consumo, beneficiando la taquilla, mientras que la devaluación del marco favorecía la exportación y dificultaba la importación. En ese momento, la cinematografía alemana contaba con la mejor infraestructura técnica del mundo después de Estados Unidos, e incluso, en terrenos como los estudios de filmación y los efectos especiales, quizá superara a la mismísima Hollywood. La calidad, los valores de producción y el bajo precio de las películas alemanas pronto pudieron más que los resentimientos antigermánicos. Ese momento de gloria mundial para el cine alemán cesó en 1927, cuando la economía nacional se estabilizó y, además, se empezó a imponer el formato parlante.

Justo al inicio de ese período, junto a superproducciones para consumo masivo, surgió, en un ámbito más elitista y “artístico”, El gabinete del Dr. Caligari. Era algo radicalmente novedoso, ya que traía al cine, en forma ostensiva, los elementos del movimiento artístico llamado Expresionismo. Su historia grand-guignolesca, sus escenografías radicalmente estilizadas, las actuaciones grotescas, el clima de pesadilla y los elementos ambiguos de la narrativa produjeron una impresión poderosa.

El título de la película refiere a un “gabinete magnético”, un tipo de espectáculo de feria en el cual un mesmerizador (alguien supuestamente capaz de manipular el “magnetismo animal”) ejercía su poder sobre un “sonámbulo”. Los gabinetes magnéticos fueron especialmente populares en Italia, y por eso los personajes centrales de la película tienen nombres italianos: Caligari, el mesmerizador, y su sonámbulo, Cesare. Cuando ellos instalan su gabinete en un pueblo alemán de mediados del siglo XIX empieza una oleada de crímenes que, pronto descubriremos, son perpetrados por Cesare, bajo el dominio de Caligari.

La historia fue concebida por dos jóvenes sin antecedentes en cine, Carl Mayer y Hans Janowitz. El productor Erich Pommer se interesó en ese guion efectivo, barato y exportable, y asignó para dirigirlo al experimentado Robert Wiene (1873-1938).

Caligari fue una película muy difundida y se asumió de inmediato como un hito histórico. Luego, varios de los involucrados clamaron para sí mismos el mérito de haber adoptado el estilo expresionista. El guion no tenía indicación alguna en ese sentido. Puede haber sido Wiene, o puede haber sido Pommer, o su socio Rudolf Meinert. También pueden haber sido los tres magníficos escenógrafos, Hermann Warm, Walter Reimann y Walter Röhrig. Los dos últimos eran pintores expresionistas y estaban vinculados a la revista de vanguardia Der Sturm.

Expresionismo

El movimiento expresionista surgió en las artes plásticas en distintas ciudades germanas durante la primera década del siglo XX, aunque el término “expresionismo” se estableció recién hacia 1913, como parte de la manía de los “ismos” que caracterizó esa etapa del modernismo artístico. Siguiendo los antecedentes de Vincent van Gogh y Edvard Munch, los pintores expresionistas adoptaron los colores fuertes y no naturales, dispuestos en forma plana, con las proporciones, formas y perspectivas distorsionadas. Hubo también un expresionismo en literatura, teatro y música, caracterizado por una afición por lo morboso, lo enfermizo, las emociones súper intensas.

Las escenografías de Caligari fueron realizadas en forma muy barata. Fueron esencialmente estructuras no muy grandes hechas con chapas de madera, telas y cartón, pintadas a mano. Son ambientes llenos de ángulos puntiagudos, pensados como si fueran cuadros (de ahí que casi no haya movimientos de cámara). Una ventana rectangular puede tener los barrotes inclinados y no paralelos, las paredes convergen hacia arriba, las sillas tienen respaldos larguísimos y no parecen posarse sobre el mismo plano que el piso. Muchas de las sombras dramáticas que contribuyen a ese grafismo están, alevosamente, pintadas en las paredes y pisos. En algunos ambientes las paredes están absurdamente decoradas con figuras orgánicas que sugieren tentáculos, como dispuestos a atrapar a los personajes. Una ventana puntiaguda señala el lugar donde está el cadáver, sugiriendo un enorme cuchillo. Ese criterio pone de relieve los aspectos formales abstractos de las imágenes: los banderines triangulares de la feria son la inversión de los techitos de los edificios tradicionales al fondo. Todo es angustioso, imposible, inquietante en esas escenografías, incluso la naturaleza: los árboles del bosque parecen tan tensos y torcidos como el cuerpo de Cesare, quien se pasea frente a ellos con los brazos extendidos como ramas.

Los rostros cubiertos por maquillajes pesados, los pelos desgreñados o peinados en forma grotesca y las ropas extrañas contribuyen a integrar a los actores al mundo de las escenografías. Sobre todo Werner Krauss (Caligari) y Conrad Vaidt (Cesare) emplean el estilo teatral expresionista conocido como Schrei (“chillido” o “grito”). El doctor Caligari parece (a los ojos actuales) un personaje de dibujito animado, con sus inclinaciones exageradas, sus expresiones faciales súper explícitas, sus movimientos espasmódicos, la diferencia acentuada entre gestos amplios y veloces y largos momentos de rigidez crispada o en los que parece moverse en ralentí. Era un estilo que requería un gran virtuosismo en el uso del cuerpo, y muy especialmente Veidt parece un bailarín en el control estricto de la forma del cuerpo. Cuando se despierta por primera vez, el plano cerrado de su rostro nos permite apreciar los minúsculos movimientos de cada músculo facial, distribuyendo en 15 largos segundos la simple acción de abrir los párpados.

El expresionismo surgió en sincronicidad con las teorías freudianas referidas al inconsciente, los sueños y el id, que la película procesa con un interesante matiz adicional: la historia está contada en flashback. Al inicio, Francis, el héroe, dialoga con un señor y le dice que va a relatar su pasado, que visualizamos (y que, curiosamente, incluye un flashback dentro del flashback, quizá el primero en la historia del cine: la origin story del doctor Caligari). Cuando concluye el relato y volvemos al marco del diálogo del inicio, nos percatamos de que Francis y su amigo son internos en un manicomio, en el que reconocemos, entre los demás locos, a varios de los personajes del cuento que acabamos de visualizar. Caligari no es otro que el director del hospicio.

Ideología

Hay quien considera que ese recurso del relato-marco abarató un poco la actitud vanguardista de la película, al justificar el estilo expresionista como “la mirada del demente”. Pero la cosa no es tan simple, ya que el manicomio, aun cuando lo vemos en el tiempo presente, sigue teniendo características expresionistas. Y cuando el director del asilo dice que sabe cómo curar a Francis, hay una curiosa afectación en su gesto que no asegura sinceridad, e incluso puede sentirse como levemente siniestra.

Mayer e Janowitz dijeron que concibieron el guion motivados por sus convicciones pacifistas. Quizá se refirieran a la idea de un líder manipulador que envía a un subordinado hipnotizado a cometer crímenes sangrientos. En 1947 el crítico Siegfried Kracauer abrazó esa noción, señalando a la película como una alegoría de aspectos de la nación alemana que explicarían el ascenso al poder de Adolf Hitler (ocurrido 13 años después del estreno). Esa premisa ganó un asidero adicional debido a que Werner Krauss, el actor que interpretó a Caligari, se volvió nazi y protagonizó la más infame de las producciones antisemitas, Jud Süß (1940, dirigida por Veit Harlan), mientras que Veidt, que hacía de Cesare, fue un decidido opositor, adoptó la nacionalidad británica y se autoexilió en Estados Unidos (donde, paradójicamente, hizo carrera haciendo roles de oficial nazi).

Influencia

El éxito de El gabinete del Dr. Caligari habilitó una oleada de películas expresionistas en Alemania. Algunas usaron escenografías caligaristas (se pasó a decir así), otras se expandieron hacia otros terrenos, terminando por definir un movimiento muy amplio, que incluyó varias obras maestras, siendo las más recordadas Nosferatu (1922, de Friedrich Murnau) y Metrópolis (1927, de Fritz Lang). El movimiento expresionista no sobrevivió a 1927, cuando cesó ese auge de difusión mundial del cine alemán. Pero esos siete intensos años fueron, justamente, el momento en que Hollywood se terminaba de consolidar como un sistema que capitaneó un modo específico de hacer cine que dominó el mundo, y el expresionismo funcionó como una importante alternativa y, aún más importante, el ejemplo de que eran posibles las alternativas. Además, el expresionismo dejó una marca fuerte sobre la propia Hollywood (en el cine de terror, el thriller, el film noir, en Orson Welles, en los dibujos animados de la Warner, en Tim Burton).

Aparte de la influencia del movimiento expresionista en sí mismo, Caligari fue la primera película que alcanzó cierta repercusión y que sugirió la posibilidad de trasladar al cine algunos de los estilos del modernismo artístico. Es decir, además de reafirmar la posibilidad del cine como “arte” (algo que ya venía siendo elaborado en otras cinematografías), lo instauró en su potencialidad como arte moderno, una pata más de todos aquellos ismos.

Robert Wiene mantuvo una carrera estable, pero no despegó en proporción a la obra maestra de la que es el principal signatario. Erich Pommer se convirtió en el principal productor alemán hasta 1927, Carl Mayer hizo un carrerón como guionista, y Hermann Warm se convirtió en un escenógrafo estrella.

Hay montones de versiones de la película disponibles para ver en línea. Las hay con mejor y peor calidad de imagen, íntegras o truncadas. No sobrevive ninguna partitura original, sin embargo. Existen algunas musicalizaciones nuevas compuestas en un estilo convincentemente expresionista, pero hay también algunos intentos new age o euro pop bastante incongruentes. La mejor restauración disponible fue realizada por la Fundación Friedrich Wilhelm Murnau en alta definición, mayormente a partir de los negativos originales. Uruguay cumplió un rol en esa restauración, ya que el entintado tomó como referencia dos copias preservadas en el Archivo Nacional de la Imagen - SODRE, las más antiguas e íntegras de las que se tenga noticia. En el enlace ladiaria.com.uy/U7G se la puede ver con una convincente reconstitución de los intertítulos originales en alemán (con caligrafía y telón de fondo expresionistas), subtítulos opcionales en español y una música muy adecuada tocada en órgano.

El gabinete del Dr. Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari). Dirigida por Robert Wiene. Con Werner Krauss, Conrad Veidt, Lil Dagover. Alemania, 1920.