Tenés 17 años. Con tu hermano y unos amigos empezás a hacer grafitis y el camino normal, casi inevitable, para alguien de tu edad y con esos gustos es que formes una crew. Tenés calle, pero no te sentís gangsta ni necesariamente político (más bien, sos un jugador prodigio de scrabble que siempre encuentra la palabra justa para dar con el casillero de triple puntaje). En muy poco tiempo vos y tus amigos logran colaborar en un par de videoclips que adquieren una insólita fama y pronto una gran compañía les toca a la puerta. Pero un día, así, de la nada, a tu hermano lo atropella un auto y todo se va a la mierda. Tu enojo trepa a tus letras como leche hervida. A la productora el material les parece un poco mucho, te dan 25.000 dólares de cláusula de rescisión y, de golpe, te encontrás, no en el primer casillero, sino fuera del tablero, como una ficha de ludo caída y pisoteada en la piedra laja. Desaparecés por un rato. Cinco años. Llegás a vivir en las calles. Un día decidís retomar la escritura. Con algunos equipos de mezcla apolillados componés unos mixtapes, pulís el material y pensás mostrarlo. Sin embargo, salvo por algunos nerds y ocultistas del género, ya nadie te recuerda y, de todas maneras, todo lo que tiene que ver con la vida compartida con tu hermano te duele demasiado. Como quien busca un trozo de piel sana para extirpar e injertarla en otra zona dañada del cuerpo, pensás en qué parte de tu pasado todavía hay buenos recuerdos, y ahí volvés a los cómics y a los dibujitos de los sábados de mañana. Fantaseás con esa resurrección, pero sabés que todavía estás dañado, como esa maldad que adviene naturalmente en todos los villanos cuando les pasa algo grotesco a sus rostros. Podrías haber sido The Joker, Deadpool o El Fantasma de la Ópera, pero elegís a Dr. Doom, un poco porque sus planes megalomaníacos (prácticamente cósmicos) se adaptan más a los tuyos, y otro poco por esta misma condición de científico, que se acomoda mejor a tus intrincadas rimas dentro de rimas. El disco sale y se convierte en un clásico del underground. Quieren que toques en vivo pero, como todo buen supervillano, no podés delatar tu identidad, y entonces aparecés con una máscara de metal. Pronto te das cuenta de que aquello es mucho más cómodo y usás la máscara de metal en todos lados, al menos en cualquier ámbito social, incluso cuando estás grabando, comiendo, o tomando una con los pibes. De alguna manera, todos respetan tu decisión y llega un momento en que tu cara es simplemente esa máscara, esa extraña M cromada que deja apenas ver tus ojos y tu mentón. En los 2000 unís fuerzas con otro productor underground de renombre y crean uno de los discos de hip hop más importantes de la historia. Todo el mundo quiere que sigan componiendo juntos, pero también le huis a ese tipo de fama. Igual, seguís con tus grabaciones, incluso encarnando otras personalidades de un multiverso que creás in situ, y a pesar de no tener una mansión ni bañarte en Hennessy, ya te convertiste en una especie de hidra de tres cabezas, el rapero favorito de tu rapero favorito, el mejor MC sin cadenas que hayan escuchado alguna vez. Aprovechando tu pseudoanonimato, en más de una ocasión mandás a gente a que rapee por vos en tus conciertos (basta que usen la máscara). Este juego que habría hecho lagrimear a Andy Warhol no le gusta a mucha gente, pero sos un supervillano. ¿Qué más se puede esperar de vos? Un día, con apenas 49 años, te morís y recién se da a conocer la noticia varios meses después. No se sabe cómo fue y nadie, salvo tu esposa, hijos o algunos allegados, saben cómo eras físicamente. Pero ahora estás en un ataúd. O capaz que no, y es sólo otro de tus planes malvados.

Podría ser una historia de ficción, pero no lo es. MF DOOM (nacido como Daniel Dumile) es quizás la muestra más pura de una calidad que trasciende todo el imaginario rapero. Su estilo era cansino, casi monótono, pero había algo en ese flow que funcionaba por adición, como un deslave de tierra que avanza engañosamente lento pero se lleva personas, autos y casas consigo. Las punchlines eran tramposas, era serio cuando parecía preparar un chiste y saltaba con un bizarro non sequitur cuando sentías que la siguiente palabra se venía cantada. MF DOOM era la quintaesencia del rap técnico, una intrincadísima matrioshka de rimas dentro de rimas y aliteraciones dentro de aliteraciones, que a simple vista parecía un completo caos pero de golpe adquiría una extraña e insospechada forma. Escuchar sus canciones es como ver una raspadura de hierro que de golpe toma formas imprevistas cuando se la coloca al lado de un magneto. Y más que nada, era una especie de mundo extraño, lleno de collages sonoros de un mundo infantil, pero a la vez serio, que adquiría una extraña rotundidad y coherencia.

Es difícil pensar en un álbum más importante para el rap de los últimos 20 años que el Madvillainy (el proyecto en conjunto con Madlib), unas de las pocas auténticas obras maestras que haya dado la música en este tiempo. Pero Madvillainy está lejos de ser un accidente perfecto, también están los fascinantes MM..FOOD (un disco entero sostenido bajo el leit motiv de la comida), el divertidísimo The Mouse and the Mask (creado para el canal de dibujitos para adultos Adult Swim) y el más reciente Born Like This.

MF DOOM murió, pero nos regaló no sólo una forma nueva de escribir canciones, sino una diferente manera de escucharlas. En algún lugar, enterrada o guardada, queda la máscara, emitiendo oscuras vibraciones.