El desarrollo de la tecnología hasta límites impensados, la construcción de una sociedad hedonista, el valor de la belleza como centro de la felicidad y el profundo aburrimiento, casi spleen, son algunos de los ingredientes de Valor facial, de Stefanie Neukirck, estrenada en la Sala Hugo Balzo del Auditorio Sodre.

Se trata de una comedia distópica en la que lo superficial y la frivolidad aparecen como el denominador común de la sociedad. El sentido de la vida se ha reducido a la inmediatez. La insatisfacción es un estado permanente. El comportamiento humano se ubica entre un deseo inalcanzable y la desesperada compulsión de resolverlo, con recursos externos, para sellar, por el momento, el vértigo del vacío.

La tecnología se ha convertido en el deus ex machina posmoderno que viene a rescatar a los personajes del abismo, a aliviar su agonía en la creencia de que allí encontrarán la solución. Una tecnología que siempre está a disposición para saciar la vorágine hambrienta de las personas atrapadas en el ciclo del mercado de consumo, y que responde a sus aparentes necesidades. Pero el mercado no sólo ofrece objetos, sino también recursos humanos, como la idea de un hijo, por ejemplo, que se transforma en la oportunidad de llenar las horas y desviar la atención para aplacar el aburrimiento.

Frente a la evolución tecnológica, surgen humanos anclados en sus propias obsesiones, incapaces de ver al otro. Estos aspectos, que podrían ser los ingredientes de una tragedia, se resuelven en la puesta por medio de un hábil uso del humor, que rompe la tensión del espectador.

Valor Facial es el nuevo producto que puede dar respuesta a ese vacío. Por un módico precio, será capaz de “cambiar tu vida”, si tu vida está definida por la apariencia. Valor Facial transforma tu cuerpo, no tu identidad.

El tema de la obra retoma, así, la cuestión de la alienación humana como resultado de la estructura económica. Los personajes parecen tener una vida, parecen tener vínculos, pero el centro de su comportamiento está definido por lo que creen necesitar. El sistema totalitario se ha transformado, no precisa un aparato represor externo. La manipulación de los impulsos individuales toma el lugar de los “dictadores” de sus vidas. El mercado necesita la tiranía de la insatisfacción para existir y para que las propias personas defiendan su existencia. En este planteo, la creación de la “inteligencia artificial” para hacer más fácil la vida aparece como una trampa en la que la inteligencia humana ha quedado anulada.

Los personajes que se insertan en esta lógica ingresan en una vorágine de la que no pueden escapar. La desesperación de encontrarse ante su propio abismo es la consecuencia inmediata que acabará por destruirlos.

La obra propone una visión desoladora del universo humano porque, al modo de una caja de Pandora, instala en escena a un personaje que promete ser el signo de la esperanza. Un personaje definido por la razón de los hechos, al que le importa el otro. Sin embargo, está solo, sin salida probable y enfrentado a la total deshumanización del resto. El final, en el que parece renacer un Gregorio Samsa multiplicado, atraviesa la escena de una amarga sensación.

Algunos rasgos de la puesta quedan, sin embargo, en la nebulosa. La recurrencia de un personaje que aparece en las sombras, en un costado, tal vez una especie de Geppetto creador de formas mecanizadas de lo humano, queda desdibujada en el contexto general.

La puesta en escena se ve enriquecida por una magnífica actuación de Bettina Mondino, que impone su capacidad lúdica en todo momento. Por otra parte, Fernando Amaral juega su papel con soporte técnico y destreza actoral, fundamentales en el desarrollo de la obra.

Valor facial. De Stefanie Neukirck. Dirección de Diego Arbelo. De martes a sábados a las 21.00 y domingos a las 20.00. Sala Hugo Balzo del Auditorio Nacional Adela Reta. Hasta el 17 de octubre.