El año 2021 pinta muy bien para ser un beatlemaníaco. Todos esperamos ansiosos el estreno, a fines de noviembre, de The Beatles: Get Back, la miniserie documental de seis horas de largo en tres episodios, dirigida por Peter Jackson, sobre el proyecto homónimo del grupo británico en 1969. Los muchos adelantos que se vienen dando a conocer de esa realización son sensacionales.
Cuando uno pensaba que con eso ya teníamos bastante, surge, con menos bulla, otra miniserie documental: McCartney 3 2 1 (seis episodios de media hora cada uno), que gira casi toda sobre la obra de los Beatles y que es absolutamente estupenda. Hablé de beatlemaníacos, pero no hace falta tanto: con saber apreciar la música del grupo o tener curiosidad sobre la historia de la música popular o de la música a secas, ya hay mucho jugo para exprimir aquí.
La propuesta es sencilla. Esencialmente, la serie consiste en una conversación de Paul McCartney con el productor Rick Rubin (quien dirigió trabajos de los Beastie Boys, Public Enemy, Red Hot Chili Peppers y otros). Vemos a los dos todo el tiempo en un espacio amplio que parece ser un estudio de grabación, con una consola en el centro y algunos instrumentos desperdigados, a los que Paul acude eventualmente para ilustrar algo de lo que conversan. Es decir, aparte de lo que hablan hay un poco de música en vivo. En el equipo de sonido disponen de todas las canciones mencionadas en versión multipistas, lo que les permite, moviendo la perilla correspondiente, subir o incluso aislar alguno de los elementos de alguna grabación, para llamar la atención sobre cierto rasgo, o incluso para percatarse, con sorpresa, de alguna cosa que nunca se habían dado cuenta de que estuviera en la mezcla. Toda la parte en el estudio está tomada en un precioso blanco y negro, con una iluminación de tipo teatral y con múltiples cámaras que van variando su comportamiento (cámara quieta, plano/contraplano, movimientos de cámara alrededor de Paul y Rick, paneo por detalles de sus expresiones y gestos). Al más mínimo pretexto surgido en la conversación, el montaje nos trae imágenes de archivo, algunas desconocidas o casi, con un trabajo de restauración sensacional, y las que son en color aparecen en color. Esas inserciones son más que suficientes para romper la posible monotonía de las partes conversadas.
La charla sigue un rumbo que parece pautado por asociación de ideas. Podemos saltar de “All My Loving” (1963) a “Band on the Run” (McCartney and Wings, 1973) y de ahí a “Michelle” (1965), y así sucesivamente, pasando por referencias a otros músicos que influyeron sobre los Beatles y que también vemos u oímos. El tono es muy sencillo. Paul está casi todo el tiempo con una campera de jean y mascando chicle, y el muy simpático Rubin aún más informal, con su barba, short y descalzo.
Hay sencillez también en la actitud de Paul, y eso es medio especial. Por algún motivo, luego de la muerte de John Lennon (1980), Paul tendió a desarrollar una persona pública algo afectada, como si alguien lo hubiera convencido de que es un gran contador de historias con vocación de stand up y que esas gracias lo hacían más querible. Le dio por insistir todo el tiempo en un juego exagerado de gestos, pausas, miraditas, imitación caricaturizada del tono de voz de distintos personajes. Era algo que contrastaba mucho con todas sus imágenes de archivo de la época de los Beatles, en que se caracterizaba por hablar con franqueza, sinceridad, con una seriedad compenetrada y simple. Aquí, de pronto, regresó a aquel tono de los años 60, menos ansioso por seducir, más confiado en el valor (que es, obviamente, enorme) de lo que tiene para comunicar, sean ideas o emociones.
Otra cosa que cambió a partir de la muerte de Lennon parece estar condicionada por la ansiedad con respecto a que su martirizado compañero fuera a acaparar lo grueso de la carga mítica de los Beatles. Esto se traducía en comentarios siempre a la defensiva, siempre ansioso de mostrar que él (Paul) había metido cuchara en todo, que había tenido las ideas importantes, que también sabía, como su amigo asesinado, ser experimental, jugado, chistoso y rockero duro. Esto indujo a McCartney a volverse tacaño con los comentarios elogiosos sobre los demás Beatles. Fue el tenor, por ejemplo, del libraco Many Years from Now (1997, de Barry Miles), en el que repasaba, en forma más sistemática que aquí, sus reminiscencias y consideraciones sobre toda su obra compositiva con los Beatles. En McCartney 3 2 1 lo vemos totalmente distinto, y es un placer. Ya al inicio del primer capítulo, Rubin larga “All My Loving”, una composición esencialmente de Paul, y lo primero sobre lo que este llama la atención es el solo de George, con una palabra muy sucinta y muy exacta, referida a una elección poco común: “¡Country!”. Sobre todo, se detiene en la guitarra rítmica de John, con un rasgueo frenético que, ahora que lo dice, es realmente una idea insólita para esa melodía y esa letra. Comenta Paul, mientras imita el rasgueo sobre una guitarra imaginaria, que no es nada fácil tocar eso: “¡Vos probá hacerlo durante tres minutos! Esto dio vida a la cosa”. Y sigue un video de los Beatles en vivo en que un Lennon distendido y sonriente hace el tal rasgueo en la canción, como si fuera fácil. De la misma manera veremos, en distintas partes de la serie, consideraciones sobre valores varios de George Harrison, Ringo Starr y del productor George Martin.
Y aquí reside el mérito más especial de la serie: es un documental sobre música popular en que se habla de música. Debería ser un pleonasmo, pero en la práctica es algo muy poco común, ya que casi siempre quienes hacen ese tipo de documentales parten de la asunción de que el público sólo quiere el anecdotario, o hablar de las letras, con el adorno, en todo caso, de algún elogio vacío. Aquí los elogios, como en el ejemplo de arriba, no son vacíos, son sustantivos. Y no se asusten los no músicos: no es algo inaccesible o difícil. Es simplemente llamar la atención sobre esos sonidos que ustedes tanto disfrutan, emitir algunos conceptos que cualquiera puede entender y que contribuyen a aclarar qué tiene eso de especial, o qué tipo de procesos y de disposición llevó a que esas ideas se gestaran. Paul McCartney no sabe lectoescritura musical y tiene poquísimos conocimientos teóricos. Entonces no dispone de esas palabras que pueden asustar a los legos: lo que hace esencialmente es tararear, gesticular, agarrar el instrumento y tocar, o subir la perilla para que entendamos de qué habla. Ah, y cuando agarra el instrumento, sea guitarra, piano, teclado o bajo, agarrate. Su espectacular musicalidad está alimentada por la disposición de que no existe la música a media máquina: aunque sea sólo para mostrar un girito o ilustrar un comentario, Macca nunca se ahorra la garra musical. Se pone entero, con todo el swing, el ritmo, la entrega. Y esto fue algo que caracterizó a los Beatles (y a todo gran músico). No existe para él la mera “profesionalidad”: cada gesto musical brota de las vísceras.
McCartney tiene una inteligencia musical privilegiada, es un memorioso, fue testigo y participante de uno de los episodios más épicos de la historia de la música (la trayectoria de los Beatles en particular, el nacimiento del rock en términos generales) y es muy articulado. Se sale con algunas ideas curiosas: al ser los cuatro Beatles musicalmente ágrafos, y en una época en que no disponían de grabadores portátiles domésticos, no tenían forma de registrar lo que componían o arreglaban, y McCartney piensa que esto fue un factor que los indujo a buscar hacer cosas que fueran fácilmente recordables. Recuerda y hace comentarios sobre las influencias que ejercieron, sobre él y sus compañeros, Little Richard, The Kinks, Bob Dylan, Jimi Hendrix. Cuenta cómo indujo a Lennon a disfrazar algunos de los elementos de “Come Together” que eran demasiado parecidos a su modelo, “You Can’t Catch Me”, de Chuck Berry, contribuyendo a que un casi plagio se convirtiera en una canción súper original (y más aún con el aporte de Ringo).
Enumero algunos momentos o aspectos especiales. Paul recuerda y canta con la guitarra una coautoría con Harrison, inédita, que compusieron ambos cuando adolescentes, antes de que se juntaran con John. Recuerda cómo lloró cuando vio en vivo a Fela Kuti, dice que fue uno de los momentos más fuertes de su vida, y vemos un video increíble del genial músico nigeriano. Rubin señala un rasgo especial en los arreglos de “Dear Prudence” y “While My Guitar Gently Weeps”, y los ilustra subiendo y bajando las perillas del multipistas: en ambos arreglos se superponen como dos ondas contrastantes por un lado la melodía principal y la guitarra, que son baladísticas, líricas, y por otro lado una base especialmente pesada, cargada. Paul habla de la influencia decisiva, para su manera de tocar el bajo, de James Jamerson (uno de los Funk Brothers, que trabajaban regularmente como sesionistas para el sello Motown), y vemos un video de este mientras en la banda sonora (al parecer también pudieron hacerse del multipistas de esa grabación) de pronto todo lo demás se desvanece y escuchamos, aislado, el toque espeluznante del bajista estadounidense. Rubin cita un fragmento de una entrevista de Lennon con un elogio increíble a McCartney, y que nunca le había llegado, y Paul salta de alegría: “¡Vamos, Johnny!”.
Y a todo eso se agregan finezas varias de realización. Un ejemplo es el final. Luego de escuchar en detalle la parte de piano, tocada por Paul, en la coda psicodélica de “A Day in the Life”, Rubin y McCartney comentan largamente sobre el acorde larguísimo del final y cómo lograron generar ese efecto, que parece extender al infinito el emblemático LP Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), del que es el surco final. Se terminó, irrumpen los créditos, con la previsible elección de “The End”. Esta canción breve dura lo que duran los créditos, y cuando termina, emerge, del acorde final, un restito adicional del acorde infinito de “A Day in the Life”. Es como que se nos invita a seguir flotando.
McCartney 3 2 1. Miniserie (seis episodios). Dirigida por Zachary Heinzerling. Documental. Estados Unidos, 2021. En Star +.