Entre la rica tanda de películas incorporadas al sitio de streaming +Cinemateca en noviembre, está Historias extraordinarias, primer largo de ficción de Mariano Llinás, una obra maestra del cine argentino (y del cine latinoamericano –y mundial– del siglo XXI).

Se suele decir que su título fue una respuesta a Historias mínimas (2002). Es pertinente ponerlas en diálogo. Aquella excelente obra de Carlos Sorín parecía empeñada en demostrar lo que puede haber de encantador y conmovedor en los eventos chiquitos, con gente común y poca cantidad de eventos dramáticos. Los personajes de las tres anécdotas que transcurrían entrelazadas (un veterano que perdió su perro, un comerciante enamorado de una clienta, una mujer pobre seleccionada para participar en un programa televisivo) interactuaban con las personas que iban encontrando en función de expectativas trazadas a corto plazo.

En Historias extraordinarias también tenemos tres historias que se alternan, pero estas se proyectan muchas veces hacia un pasado de varias décadas y hacia lugares lejanos (hay una secuencia que transcurre en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, y otra tiene lugar en África). Las historias contienen elementos excéntricos, del tipo que la mayoría de nosotros no vivimos. Un personaje (designado como X), luego de ser testigo involuntario de un asesinato, termina matando a alguien y, para ocultarse, se confina meses al hilo en la habitación de un hotel. Otro personaje, Z, funcionario en una oficina pública, encuentra, en los diarios de su predecesor en el cargo, las evidencias de un plan complejísimo de tráfico de animales salvajes. Es decir, no son cosas imposibles, pero sí altamente improbables, y están llenas de giros inesperados. ¡Y la película dura cuatro horas!

Si tomáramos la actitud artística de Llinás en esta película como un manifiesto, entonces lo es de la rebelión (que podemos vincular con Jorge Luis Borges) contra la idea de que un cine argentino –o latinoamericano, o tercermundista– tiene que ajustarse al nicho marginal de lo pequeñito, lo callado, lo simple, lo modesto. La propia historia empírica de realización de la película acentúa el contraste entre ambición y recursos. Se hizo con un presupuesto mínimo de 33.000 dólares, financiados por el canal de televisión por suscripción I.Sat y el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires. Ese monto equivale a poco más de 40.000 dólares actuales, un costo ridículo para un largometraje, y más para uno de ficción con esa duración y esa cantidad de eventos. La película fue rodada con una cámara digital de definición subideal, pero está filmada con suficiente pericia como para lucir “como una película” y cautivar con la solidez de su estilo. Funciona como un ejemplo de lo que es posible hacer cuando uno carga las energías en la inteligencia de la idea y la complementa con tozudez, esfuerzo e imaginación. Estrenó en el festival Bafici, donde ganó el premio del público y el premio especial del jurado. Luego se exhibió en la prestigiosa salita de cine del Malba, donde se convirtió en objeto de culto y se mantuvo más de un año en cartel todos los domingos, sumando unos 30.000 espectadores. Suele ser reverenciada como un clásico, una pieza significativa en la historia del cine argentino.

Ese éxito tiene que ver con lo atrapantes que son las historias, con lo convincente de las actuaciones, con la belleza de la realización. Pero dicho así, la cosa parece más fácil de lo que es. Historias extraordinarias tiene otras características desafiantes además de la duración.

La película está seccionada en 18 capítulos. Son tres historias, y cada capítulo nuevo salta a una historia distinta del capítulo anterior, aunque se evita un ordenamiento previsible tipo 1, 2, 3, 1, 2, 3, etcétera. (el inicio, por ejemplo, es 1, 2, 3, 2, 1, 3). Toda la película está dominada por una subnarración en voz over. Las voces se van alternando cuando cambiamos de un episodio al otro (una de ellas es la del uruguayo Daniel Hendler). Hay una total prescindencia con respecto a la vieja premisa de que el cine debe ingeniárselas para mostrar todo lo que pueda con imágenes, evitando, en lo posible, contar con palabras.

Es un texto muy formalizado, redactado de manera sencilla pero precisa, “literaria”. Su comportamiento es fluctuante. A veces describe la imagen tal como la vemos, y duda, junto a nosotros, con respecto al significado de tal o cual gesto, como si estuviera poniendo en palabras nuestro propio acto de mirar (y también condicionándonos a mirar de esa manera y no de otra). En otras ocasiones, se muestra omnisciente y nos dice qué está pensando determinado personaje. Se dirige al espectador, por ejemplo, recapitulando detalles de una historia que quizá, al haber sido dejada de lado hace más de media hora, podemos habernos olvidado, o facilitándonos una oportuna síntesis. A veces toma decisiones narrativas, por ejemplo, cuando propone “Un final posible para la historia de X”, poniendo en evidencia el carácter ficticio, arbitrario, del cuento. En otras ocasiones las decisiones narrativas parecen ser un hecho dado, decidido por una fuerza mayor: “Vuelve la historia de Z, finalmente”. A veces luce por el poder de síntesis, pero luego se permite desplegar la elocuencia para descomponer en muchas etapas el proceso psicológico de un personaje. Las etapas de la muerte de un león envenenado se despliegan en casi dos minutos de texto.

La presencia casi constante de esa voz tiene como contrapartida la falta de importancia de los diálogos. Estos están, incluso, mezclados más bajo que lo normal, como si fueran un mero agregado secundario de realismo sónico, sin disputar, salvo aquí y allá, la posición central que los diálogos suelen asumir en el cine narrativo. X, Z y H, los protagonistas de cada una de las tres historias, nunca hablan. Podemos verlos desde lejos preguntarle algo a alguien, pero sin escuchar su voz. Hay una única excepción, casi al final, cuando X (el personaje actuado por el propio Llinás) dice: “Siempre de viaje”. De alguna manera, esa frase está recapitulando el extenso plano inicial de la película, cuatro horas antes, de X caminando por la carretera.

Lo de viaje tiene que ver con otro aspecto curioso de esas “historias extraordinarias”: al mismo tiempo que se asumen totalmente como “historias” (con suspenso, sorpresas, causalidad), esquivan un rasgo central de nuestra noción de lo que es una historia –y sobre todo en el cine–, que es la sensación de cierre. Dos de las historias involucran la posibilidad de un tesoro (el oro robado a un sheik árabe, la plata acumulada con el tráfico de animales), pero el desarrollo de los cuentos sencillamente los deja de costado. La historia de H empieza con un enfrentamiento entre dos poderosos integrantes de un club, que se describe en el capítulo III. Sin embargo, de a poco el asunto de la apuesta y los personajes que apostaron van quedando totalmente olvidados, y el centro pasa a ser el vínculo entre los hombres contratados para favorecer a una y otra parte en disputa. Las historias están también llenas de digresiones, y algunas de ellas terminan constituyendo episodios independientes de las tres líneas narrativas principales, vinculados a alguna de estas con un pretexto mínimo. La película es como Las 1001 noches, es decir, una celebración del fabular.

El hecho de que la subnarración en voz over constituye un relato casi autosuficiente no implica que la película sea un mero cuento oral ilustrado. Importa mucho la tensión entre la narrativa oral y la imagen. Uno de los juegos en la apreciación de Historias extraordinarias es acompañar esa modulación entre redundancia, “agregar color” (que es como redundar, pero sacándole un jugo anímico al relato, como hacen los buenos relatores en los eventos deportivos), complementariedad, independencia (la imagen muestra algo y la voz habla de otra cosa). Hay veces en que la voz relata un diálogo, y cuando termina, el tal diálogo empieza en pantalla (pero la escena se corta ahí). Y hay unos gozosos momentos de silencio verbal, que nos permiten abandonarnos a estar en el presente fílmico, en la contemplación de lo visual, de los ruidos y la música.

El tratamiento visual está lleno de cosas interesantes. Todo el episodio violento que atestigua X en el capítulo I está tomado en un plano único, con los personajes a lo lejos y en un encuadre fijo que se extiende por cinco minutos y medio. Más adelante, X recapitulará lo ocurrido e irá sacando conclusiones que nos llevarán a revisitar los mismos eventos, que ahora se van a mostrar en planos más breves, más cercanos y desde distintos ángulos. La suma de esas distintas versiones cinematográficas de un mismo evento funciona como una reflexión práctica sobre el découpage, la manera en que la selección de ángulos y valores de encuadre disminuye la ambigüedad de la imagen para conformar un relato más unívoco. Hay una secuencia de montaje especialmente imaginativa, para contar el paso de los días de X en la habitación del hotel en el capítulo V. La masacre del molino (capítulo VII) está mostrada toda con fotos fijas.

Llinás expone una curiosa familiaridad con el mundo burocrático e institucional, mostrado en su aburridísima cotidianidad, y acentúa sus kafkianos absurdos y despropósitos. Vemos una serie de espléndidos paisajes de distintos rincones de Argentina. Hay una gran fineza en la descripción de una variedad de personajes y situaciones. Aparte de sus componentes emotivos y existenciales, algunos episodios implican también un armado tipo puzle (como en la falsa hipótesis referida a Lola Gallo), que puede evocar a novelistas “intelectuales” como Isaac Asimov o Umberto Eco.

Al durar cuatro horas, y al ser tres historias totalmente independientes una de otra, uno podría preguntarse: ¿por qué no hacer tres largometrajes de 80 minutos cada uno, cada uno con su relato? No hubiera sido lo mismo. Hay un componente de Historias extraordinarias que se vincula con la saturación, el agotamiento, el exceso. En parte se trata de un gesto estético, del manifiesto de una postura. Aunque las historias no tienen nada que ver unas con otras, componen juntas una visión más completa que las enriquece mutuamente, les agrega significado. Historias extraordinarias está recargada de cuentos de personajes que consumen un tiempo inmenso (meses, años, décadas, toda la vida) obsesionados con hacer algo medio absurdo, como el arquitecto Salamone, cuya obra vital consistió en desperdigar por el interior argentino decenas de costosos monumentos art déco que hasta hoy están ahí, interviniendo con su estética modernista y su ostentosidad la geografía de unos puebluchos olvidados. Esta película es un poco eso también: un monumento algo perverso, un poco deforme. Esto no deja de ser, junto a tantos otros, uno de los factores que la vuelven fascinante.

Historias extraordinarias. Dirigida por Mariano Llinás. Con Llinás, Walter Jakob, Klaus Dietze. Argentina, 2008. +Cinemateca.