Los espectadores ingresan a la sala para encontrarse con un espacio escénico moderno. Como fondo, paneles, funcionales a las necesidades de la puesta, unas mesas y bancos movibles, y en un costado algunos instrumentos que anuncian música en vivo. La obra comienza con la energía bien arriba, música, baile, un despliegue de movimiento aparentemente alegre que se corta de manera abrupta.

Entonces, en escena, se dibuja un cuadro familiar clásico: una pareja y sus dos hijos. La historia que van a representar, entre diálogos, canciones y relatos personales, se enmarca en la crisis económica de 2002.

La joven dramaturga, conocida por Terrorismo emocional (2018), pertenece a una generación que ha sido, culturalmente, definida por esa crisis. En Llamaste a Walter demuestra que aún tiene algo que decir al respecto, y lo hace con un enfoque que pasa de una estética realista al musical con toques de absurdo. Trías ha encontrado un lenguaje teatral que le es propio, y a través de él expone sus ideas como para generar cierto impacto, delineado desde la construcción de un tipo de familia muy nuestra y fácilmente reconocible dentro del marco de la crisis económica de 2002.

Los personajes son un padre desempleado que procesa la situación yendo de la depresión a la esperanza de obtener la salvación en la ayuda económica que podría venir del exterior; una madre profesional que intenta mantener a flote a la familia con escasos recursos económicos que no son suficientes ni para comprar una pizza, y dos hijos adolescentes que estudian en un colegio privado que sus padres ya no pueden pagar. A partir de este esquema, van sucediendo anécdotas vinculadas a la crisis. Cómo una familia comprometida con su tiempo, pero a la que no le ha faltado nada, ve precipitarse gradualmente sus privilegios. Lo van perdiendo todo: los libros, los discos, esas cosas que pueden parecer irrelevantes a primera vista pero que son un símbolo material de las personas que habitan esa casa.

Toda la historia va procesándose a través de la mirada de la adolescente. Una joven –la propia Josefina Trías– con sueños de escritora, que describe esa “barranca abajo” a modo de análisis y con un discurso definido por el humor irónico. Ella es la cronista de un tiempo no tan lejano pero que, sin embargo, parece haber sido olvidado.

Probablemente la obra tenga efectos distintos para los espectadores según estos hayan vivido o no la crisis. Tal vez –no estoy segura– sea una obra dirigida a una generación específica: la de aquellos que eran adolescentes durante la crisis y que comprendieron, a través de sus padres, la inestabilidad en la que vive la gran mayoría de las personas que dependen exclusivamente de sus ingresos. Para los mayores, los que perdieron sus empleos, sus casas, sus vidas tal y como las conocían, la obra puede surcar una delgada línea entre la parodia y la denuncia. Eso dependerá de la recepción. Es posible que la propuesta busque no dramatizar cuando quiebra el nivel de tensión mediante recursos simples y livianos, aunque así corre el riesgo de eludir la ambigüedad punzante que exige el tema.

Desde esa perspectiva, parece que la puesta en escena va en un sentido de levedad, mientras que el contenido de la obra, instalado en el microuniverso de una familia, resalta el proceso de despojamiento para poner en evidencia hasta qué punto somos vulnerables por ser dependientes de un sistema económico neoliberal.

Llamaste a Walter apela a la idea de que los humanos somos parte de un sistema al que estamos atados y en el que no existen garantías totales. Todas nuestras comodidades, nuestros gustos, nuestros placeres cotidianos pueden convertirse, con suerte, en un plato de fideos de la noche a la mañana. La llamada se convierte, entonces, en el único recurso de salvación: la posibilidad de rescate que, en la obra, está siempre en el ámbito de una esperanza que no se concreta.

Las actuaciones están muy bien. Todos en escena realizan un trabajo que importa y realzan la obra. Y entre todos hay que subrayar la actuación de Josefina Trías en el rol de la hija. Se podría decir que en ella se recuesta la clave sensible de toda la puesta, ya que a través de su cuerpo, de sus tonos y de su presencia capta completamente la atención del espectador.

Llamaste a Walter puede ser divertida, sí, pero todo el tiempo nos recuerda que los rinocerontes siempre amenazan nuestra existencia.

Llamaste a Walter. De Josefina Trías. Dirigida por Vachi Gutiérrez. Auditorio Vaz Ferreira (subsuelo de la Biblioteca Nacional). Jueves, viernes y sábados a las 21.00; domingos a las 19.30. Hasta el 14 de noviembre. Localidades en Tickantel.