“Vuelve a cantar el coyuyo, / después de un año sin huella / Vuelve a renacer el grito / marrón de la chacarera”. La copla pertenece a la “Chacarera del exilio”, una de las primeras obras de Raly Barrionuevo y cuyo nombre se inspira en el “Rap del exilio” de Charly García. La anécdota define el arte de este cantautor que compone con los pies en el folclore, pero proyecta su música a otras sonoridades y logra mixturar zambas y reggaes, con la misma naturalidad que en sus canciones se mezclan la memoria y el futuro o la naturaleza y el contenido social.

Raúl Eduardo Barrionuevo nació en 1972 en Frías, provincia de Santiago del Estero, muy cerca del límite con Catamarca. Allí, absorbió los misterios del ritmo legüero poniendo a girar una y otra vez los vinilos de Los hermanos Ábalos, en un pequeño tocadiscos con forma de valija de cuerina blanca y tapa de acrílico verde. A los ocho años, Melchor, Gaspar y Baltazar, le obsequiaron una guitarra y al poco tiempo ya tocaba la zamba “Coplas del valle” de Ramón Navarro: “Esta zambita andariega / viene llegando / y se mete a la rueda, / como jugando”. Desde aquel seis de enero hasta ahora nunca paró de chasquear las seis cuerdas. Cantó en peñas y festivales, se radicó en Córdoba, donde fue parte de la movida universitaria de la ciudad, comenzó a grabar discos y se vinculó con artistas de la talla de Sixto Palavecino, Peteco Carabajal y León Gieco. Para cuando promediaba la primera década del siglo ya era una referencia del nuevo folclore argentino, prueba de ello es el premio Consagración que obtuvo en el Festival Nacional del Folclore de Cosquín, en 2002.

El coyuyo es ese insecto que en épocas de apareamiento suele amenizar las siestas veraniegas con su chirriante coro y que por aquí conocemos como cigarra o chicharra. Vive en los árboles donde las hembras ponen los huevos, una vez nacen los pequeños insectos se mudan bajo tierra hasta que alcanzan la adultez y vuelven a subir a las ramas donde mudan de piel, sueltan sus alas y comienzan otra vez, a puro canto, su ciclo vital. Raly Barrionuevo está por comenzar una etapa en su carrera. En 2020, luego de una decena de discos y de girar por cuanto festival provinciano existe en Argentina, desarmó su banda y aprovechó los tiempos pandémicos para terminar 1972, su último trabajo discográfico en el que versiona parte de la banda sonora de su infancia. Ahora, se apronta para volver a los escenarios solo con su guitarra, igual que cuando todo comenzó, como la cigarra.

Desde la rústica cocina de piedra y madera de su casa en la localidad cordobesa de Unquillo, el músico conversó con La Diaria antes de su presentación el 3 de diciembre en la Sala del Museo.

¿Cómo viene la previa de este nuevo comienzo?

Sabés por qué me tiene entusiasmado. Toqué muchos años con banda y hace dos años cuando terminé la temporada 19/20 de festivales decidí desarmar mi banda, estaba muy cansado. Los liberé a todos, les dije: “Hasta acá llegamos, no es que nos tomamos un stand by, yo paro”. Terminé un disco que tenía a medio hacer y lo presenté, pero el sueño mío era volver a tocar sólo con la guitarra, y este en Montevideo va a ser el primero. Estoy practicando mucho y muy entusiasmado viendo la lista de temas y cómo pasar esas canciones que antes las tocaba con banda a la guitarra, estoy muy copado con eso. Yo soy de armar un poquito pero me gusta ver qué pasa en el escenario, soy medio punk para tocar.

Estoy ilusionado porque mi historia con Montevideo es bastante cortita. Me acuerdo que hace muchos años he andado con una invitación que tuve de Jorge... ¿cómo es que se llama el de Níquel?, del Turco Nasser, pero hace mucho; tocamos en la Sala Zitarrosa y después me quedé con ganas de seguir volviendo, pero al final no se dio nada. Creo que Montevideo está más a tiro de la gente que vive en Buenos Aires, como yo no vivo ahí y tampoco voy mucho, mi vida se desarrolla en otro lugar. Está bueno romper esa distancia que puede generar vivir en una provincia del centro o del norte de Argentina. Contextualizo esto porque me parece importante desde qué lugar estoy yendo a Montevideo a cantar.

¿Esta vuelta a una música más despojada de alguna manera lo iniciaste con Hermano Hormiga, el dúo que tenés como Lisandro Aristimuño?

Totalmente. Hermano Hormiga me marcó un camino nuevo. Tanto Lisandro como yo veníamos de tocar con bandas grandes y volver a eso tan simple, tan básico, una silla, una guitarra y un puñado de canciones, ¿a qué otra cosa puede aspirar un cantautor que a una guitarra y un puñado de canciones? Lo dijo Jim Taylor, lo dijo Johnny Cash, Bob Dylan, León Gieco. Una guitarra y las canciones, como cuando teníamos veinte años, es eso. Y eso voy a hacer en Montevideo, vamos a ver qué pasa, mucho no puedo anticipar, lo que pase va a pasar ahí y no va a pasar en ningún otro lado.

Además, Lisandro Aristimuño de alguna manera te vinculó con Uruguay.

Claro. Porque hubo una historia muy interesante, muy fuerte, muy hermosa y muy genuina con respecto a una canción que escribió el Enano [Sebastián] Teysera que es “La luna de Neuquén”. Una canción que de alguna forma me involucró y que escribió por una piba que conoció por el Cabo [Polonio]. Él no tenía ni idea quién era yo y ella le mostraba mi música, al Enano le gustó mucho; después esa piba resulta que estaba enferma, falleció y eso a mí me emociona mucho porque yo creo que esa chica de Neuquén de alguna forma me vinculó con el Uruguay, con el Enano y ya no estando ella.

Sabés que grabé esa canción sin conocerlos. El Enano lo conoce mucho a Lisandro y un día vio que tocábamos juntos, de repente escuchó el nombre y dijo: “Ah, mirá, el chico que nombraba Agostina, toca con un amigo mío”. Entonces lo llamó y justo dio la casualidad que estábamos acá en casa ensayando. Yo escuché que Lisandro le dice: “Sí, ahí te lo paso”. Me dice: “Es Sebastián de La Vela Puerca, quiere hablar con vos”. Yo no tenía ni idea y me comenta toda esta historia de esta muchacha que había conocido, que le mostró mi música y que le hizo una canción en homenaje y me dice: “Yo siento que la tengo que cantar con vos”. Me emocionó mucho la historia, grabé la canción aquí en mi casa, le mandé la voz, salió el disco y que se yo, y un día dije: “Me gustaría conocerlo a este muchacho personalmente”. Agarré el auto y me fui. Y fue muy loco porque llegué a la noche, él me estaba esperando en la ruta, en Playa hermosa y había que entrar varias calles para adentro, llegamos de noche y ni nos veíamos porque estaba todo oscuro. Cuando llegué a la casa del Enano me di cuenta que éramos exactamente dos personas iguales viviendo en lugares distintos, los dos éramos dos solitarios viviendo en el campo, con un fogón y una gallina, éramos la misma persona.

Vos te definís como folclorista, más allá de que mixturás mucho tu música. ¿De dónde parte esa identidad?

Yo soy Santiagueño, del noroeste argentino, me he criado en ámbitos folclóricos. Vuelvo a Jorge Nasser porque me acuerdo que una vuelta hace muchos años que fuimos con un amigo, un súper músico que tocaba conmigo y es de Santiago del Estero también, Jorge nos pedía encarecidamente que tocáramos chacareras, zambas, músicas folclóricas de Argentina. Tocábamos nosotros una atrás de otra, sabemos millones. Entonces en un momento nos dice: “Che, ustedes tocan músicas de Santiago del Estero, ¿pero de dónde son ustedes? Nos miramos con el Mono Vanegas y le dijimos que éramos de ahí, y dice: “Ah, ustedes son del Mississippi” [Risas]. Es buenísima esa. A mí eso me encantó eso de ser del Mississippi mirando rockeramente a la cosa. De alguna manera, siento que lo soy y me he criado en ese ámbito donde me sé millones de chacareras, millones de zambas y qué sé yo. Luego la vida me ha dado la oportunidad de grabar con muchísima gente, como León [Gieco], La Vela Puerca, Las Pelotas, tantos músicos de muchas ondas. Creo que tener los cimientos tan fuertes de la música folclórica del norte argentino me ha dado la libertad enorme de abrirme a compartir otras músicas.

Siento que hay una gran generosidad entre los músicos de la región en general pero que ustedes los argentinos lo viven muy naturalmente. Eso del encuentro, de apadrinar artistas nuevos.

Total. León me hizo conocer el mar, por ejemplo, de eso no me olvido nunca, una vez le dije que no conocía el mar y él me invitó. Y no estoy hablando de música, es la actitud humana de León. Considero que él me hizo conocer el mar en todos los sentidos, en lo musical me explicó que había que hacer y qué no. Fue increíble y es como un padre para todos nosotros.

Imagino que también es una referencia por su búsqueda de mezclar el rock con el folclore.

¡Qué te parece! Con Ushuaia a La Quiaca hizo un rescate de músicas que nunca se hubieran conocido si León no hubiera hecho su trabajo. Es un tipo que se emociona, cuando le pasé 1972 me mandaba mensajes llorando como un chico, no lo podía creer. Y León fue el que me enseñó que nosotros somos eslabones de una gran cadena. Me encanta verlo así. Somos un eslabón y hay que hacerse cargo de eso y habilitar a los que vienen abajo siempre.

Tengo la impresión que tu propuesta, más allá del ritmo que estés tocando, más acá o más allá del rock, la melodía vocal siempre está en el folclore, es como el hilo de la cometa.

Es inevitable. Lo que pasa que la voz, quizás la voz de la gente que canta la música folclórica de cualquier lugar del mundo, no lleva solamente los años de vida de uno, lleva muchas generaciones a cuesta. Muchos saberes que los viejos nos han ido transmitiendo.

En esa transmisión vos no te nutrís sólo de Santiago del Estero, tenés influencias de la provincia de Catamarca ¿Cuál es la esencia musical de esa provincia?

Catamarca está apoyada en la cordillera de los Andes, ya marca otra geografía, ya hay música de alta montaña. Catamarca históricamente tiene las zambas más increíbles como también Salta y Jujuy más la música del altiplano, ligada a Bolivia. Pero Catamarca tiene mucha historia folclórica y muy fina. Toda mi familia es catamarqueña, yo he sido santiagueño por una cuestión laboral de mi madre. Catamarca tiene unas músicas tan increíbles, tiene cantos ancestrales en la montaña. Todos los años voy a visitar a las viejitas y los viejitos que cantan coplas y cantan unas coplas muy extrañas, muy tribales. En la parte del valle, de la capital, se cantan zambas. Toda esa historia la llevo en mi canto. Una vez un cantor, un hombre grande, me decía: “Vos sos santiagueño, pero te sale el catamarqueño cuando cantás zambas”. A mí me llama la atención eso.

¿1972 es la segunda parte del álbum Radio AM?

Exactamente. 1972 me había quedado grabado hace como ocho años y quedó ahí. Después hice un disco con canciones mías que es La niña de los andamios y ahora con la pandemia lo encontré y lo terminé. Pensaba que no lo iba a presentar en vivo, pero al final lo estamos haciendo. Apareció la hija de Adolfo Ábalos y ella es la que está tocando en 1972, toca igual al padre, así que la estamos pasando muy bien.

¿Qué te impulsó a cantar esas canciones?

La otra vuelta fui a una disquería en Buenos Aires que conozco al dueño y le pregunto que hay para llevar nuevo. Me muestra y me dice: “Llevate este de Paul McCartney, Kisses on the bottom. Son unos estándares de jazz cantado por él, las canciones que escuchaban en su casa”. “Ah, Radio AM”, le digo yo [Risas]. Es como que en algún momento pasa eso. Caetano Veloso lo hizo con Fina Estampa, las canciones que su madre cantaba en español. Es como sanar parte de la historia, porque todas las canciones de 1972 son las canciones que unieron a mis viejos, pero que en algún momento también lo separaron. Si ves la tapa del disco es una foto de ellos dos cortadas con una tijera que yo la pego con cinta scotch. Y a través de estas canciones intento y siento que estoy sanando historias familiares muy antiguas.

¿Qué son para vos los Hermanos Ábalos?

Eran los Beatles del folclore argentino. Eran cinco hermanos, The Jackson Five, que eran unos genios y viajaron por todos lados, tocaron con Louis Armstrong, tocaron en Nueva York. Hace poco murió el último con noventa y ocho años. Yo me crie con esa música, así que estar tocando con la hija del pianista de los Ábalos y tocar esa música es muy fuerte para mí. Es como para un fanático de los Beatles estar tocando con el hijo de Lennon.

¿Por qué elegís seguir viviendo en un pueblo?

Amo la vida de pueblo. Amo lo que sucede acá que todo se resuelve con una bicicleta y donde uno puede tener la libertad de entrar a algunas casas sin golpear la puerta. Simplemente abrir la puerta, pegar el grito “¿Hay alguien acá?” y entrás. Yo amo esa vida y eso es lo que siento que recuperé acá en Unquillo. Viví en Córdoba capital y nunca me adapté a la ciudad. A las ciudades yo entro para ver algún show o para tocar pero amo la vida de pueblo y aquí estoy en ese plan.

¿Por qué el grito de la chacarera es marrón?

Me imagino que el marrón representa la tierra, por su puesto. Se me hace como un color muy combativo, como muy ancestral, muy ligado a la tierra, pero no a la tierra como lo usan los sojeros, sino la tierra que se revela, la tierra que dice acá no me desmontas, acá voy a cuidar mi monte con mi vida. De eso habla.

Raly Barrionuevo, hoy viernes a las 21.00 en Sala del Museo. Artista invitada: Florencia Núñez. Entradas en Abitab.