Los fabricantes y vendedores de camperas de cuero deben de estar de parabienes. En menos de una semana tuvieron su regreso con gloria, empezando por la noche en que Jaime Roos lució su ya tradicional uniforme frente a 16.000 personas. Y luego llegó un grupo de héroes de acción que volvió a las salas de cine para recordarnos lo bien que les quedaban los lentes negros y los atuendos estilizados allá por el lejano año 1999. Se estrenó Matrix Resurrecciones, la secuela menos esperada de una trilogía transformadora desde muchos puntos de vista. Algo que su directora tiene muy, pero muy claro.
Lo de secuela no termina de definir el tipo de historia que Lana Wachowski (esta vez sin su hermana Lily en la codirección) quiso contar. Porque esta película también se emparenta con aquellos regresos que al mismo tiempo continúan y son una remake en sí mismos. El caso más famoso seguramente sea Star Wars: El despertar de la Fuerza (JJ Abrams, 2015), que al mismo tiempo presentaba una nueva aventura y seguía la línea de puntos dejada por la primera película de George Lucas de 1977. Hay algo de eso en Matrix Resurrecciones, pero con otra intención.
Porque también estamos ante una obra tremendamente autorreferencial y metarreferencial. Tanto, que por momentos coquetea (y por otros directamente se chuponea) a la sátira de su propia mitología y el sacudón que le dio al mundo del cine, la ciencia ficción y el ciberpunk poco antes de que Jaime Roos editara Contraseña. Como para seguir con la imagen de las camperas de cuero.
No apta para cínicos
Keanu Reeves vuelve a ser el señor Anderson, pero con unos cuantos años encima y con un look que parece indicar que filmó alguna entrega de la saga de John Wick al mismo tiempo y era más fácil dejarse el mismo corte de pelo y la misma barba. Keanu Reeves vuelve a estar atrapado dentro de una realidad artificial, pero encuentra señales de que las cosas no son como deberían ser. De que su lugar en el mundo es otro. Diciembre es un mes que nos hace sentir a todos como habitantes de la Matrix, pero no quiero ser más metarreferencial que Lana. Keanu Reeves está atrapado, decía, pero esta vez aprovechó mejor el tiempo.
El señor Anderson es el creador de una trilogía de videojuegos sobre Matrix. Que fueron muy populares, que le hicieron ganar mucho dinero a la compañía para la que trabaja (que no es otra que Warner Brothers), la que ahora le reclama una cuarta entrega. Desde los palitos a Fox en los episodios de Los Simpson que no éramos testigos de un ataque tan directo atravesando todas las censuras hasta formar parte del resultado final.
Este primer segmento de la película contiene algunos de los mejores momentos, como una conversación en la que uno de los desarrolladores dice “necesitamos un nuevo bullet time”. El bullet time era la técnica popularizada por la Matrix original que ralentizaba la acción, muchas veces en el momento en que una bala era disparada, para mostrarnos cómo aquel Neo lograba esquivarla. Y que popularizó la pose inclinada hacia atrás como respuesta a todo. Dentro de la franquicia que le llevó al mundo este efecto especial, se discute la necesidad de encontrar otro, porque a las audiencias no se las maravilla dos veces con el mismo truco. Alerta de spoiler: esta película no tiene un nuevo bullet time y eso, como tantas otras cosas, seguramente sea otra opinión de Lana.
Lana/Neo escucha cómo adulan su antigua creación y arrojan hipótesis sobre lo que realmente significaba aquella historia, mientras repiten expresiones como “libre albedrío o destino”, sobre las que se construyó toda esa mitología que era bastante más que un montón de caracteres asiáticos cayendo en forma de cascada. Y a la vez, no era más que una franquicia cinematográfica, con videojuegos y cortometrajes animados profundizando ese universo.
Cuadros dentro de cuadros dentro de cuadros, mientras mister Anderson (jamás dejaré de oírlo con la voz de Hugo Weaving al escribirlo) toma su ración diaria de pastillas azules y debate tanto con su analista, interpretado por Neil Patrick Harris, como con su socio en ese asunto de los videojuegos, interpretado por Jonathan Groff y llamado... Smith.
Dejemos de lado por un instante a “Neo Neo” y conozcamos a un nuevo grupo de humanos que viven fuera de la Matrix, pero que entran a ella para tener aventuras y poder lucir el mejor vestuario que la programación puede generarles. Si las referencias a un videojuego dentro de la simulación no eran suficiente ejercicio de nostalgia, Matrix Resurrecciones comienza con una escena casi idéntica a la que nos introdujo a ese mundo hace más de 20 años, en la que Trinity (Carrie-Anne Moss) se enfrentaba a fuerzas de seguridad a puras patadas acrobáticas. Pero aquí es sólo una simulación, presenciada con sorpresa por la capitana Bugs (Jessica Henwick). Henwick, por esas casualidades de la vida, tuvo un papel en la remakuela (¿secuake?) de Star Wars mencionada antes.
Los remixes seguirán llegando en formas descaradas, con clips superpuestos a las nuevas locaciones, que muchas veces son las mismas. En medio de este gran cruce de lienzos, Bugs y su tripulación darán en primer lugar con Morpheus, o una nueva versión suya en la piel (compuesta de unos y ceros) de Yahya Abdul-Mateen II, y luego con el mismísimo elegido. O al menos con evidencia de que todavía anda por ahí. Será cuestión de encontrar el cuadro correcto.
Volviendo al señor Anderson, contra todo pronóstico acerca de su segundo despertar, hay un elemento que nubla su mente y le machaca la idea de que hay algo más que su cómodo y lucrativo trabajo. Es la presencia de una mujer en la cafetería a la que va. Una mujer cuyo amor fue fundamental en las decisiones tomadas durante la extensa guerra contra las máquinas, y que volverá a estar en el centro de la acción. Se llama Tiffany, está casada y tiene dos hijos, pero él cree que en realidad es la protagonista de su videojuego.
Habrá persecuciones trepidantes, conversaciones filosóficas e instantes en que nos gustaría poner pausa para terminar de entender lo que está sucediendo en esta, la más larga de las cuatro entregas, que todo el tiempo hará equilibro entre lo antiguo y lo moderno, entre el homenaje y el parricidio. Entre la crítica a las franquicias y el nuevo episodio de la saga. Y si bien el entretenimiento está presente, no logra ni la innovación ni la altura de la trilogía anterior (sobre todo si tomamos la segunda y la tercera como una historia sola). Mencioné que no hay un “nuevo” efecto especial que vaya a ser imitado en videos caseros de Youtube, pero también parece haber un retroceso en las escenas de acción, que muchas veces recurren a una cámara lenta de esas que se utilizan en televisión cuando un movimiento se vería poco natural a velocidad normal. Todo parece más cerrado, quizás más barato, aunque de cualquier manera se diferencie de las películas de acción por docena que llegan a Netflix o similares.
El mayor pecado, al menos de acuerdo a mis propias Tablas de la Ley, es que parece haber dado unos pasos en la dirección del Universo Cinematográfico Marvel, en tanto algunos personajes que regresan son más listillos que sus versiones originales. Está bien que Lana no se tome tan en serio su nueva aventura “a demanda” (irónicamente, es la forma en la que más consumimos el entretenimiento en la actualidad), pero tanto Morpheus 2.0 como el agente 2.0 como el programa antagonista 2.0 son, definitivamente, más propensos al chistecito.
Matrix Resurrecciones no es apta para cínicos ni para aquellos que sean “demasiado” fanáticos de las otras películas, que se verán parodiados en los compañeros de trabajo de Anderson y en especial en quien lo acompaña a tomar un café mientras le cuenta cuán importante fue el videojuego para él. Las películas fueron importantes para las hermanas Wachowski, hicieron escuela, y las colocaron en su propia guerra contra las máquinas, en las que han dado batalla (con ganadas y perdidas) durante los últimos años. Hay mucho para rescatar, pero me quedo con que, una vez más, nos dejará conversando de filosofía barata y camperas de cuero. Y con ganas de revisitar aquella famosa escena con el Arquitecto.
Matrix Resurrecciones, dirigida por Lana Wachowski, con Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss. En cines. Quédense hasta después de los créditos.
Tricota
Después de ver la cuarta película (antes no pude) aproveché para repasar la trilogía original, disponible en el catálogo de HBO Max y servicios de televisión para abonados con paquete HBO, como Nuevo Siglo o similares. Que podría resumirse en una frase dicha por Bugs en este último episodio: “La elección es una ilusión. Vos ya sabés lo que tenés que hacer”.
Detrás (o delante) de las pastillas de colores, las naves decadentes y el baile cachondo de la segunda parte, está la idea de las decisiones que tomamos, a veces camufladas como obra del destino, que siempre terminan estando bajo nuestro control. Cypher (Joe Pantoliano) sacrificaba a sus compañeros para pasar una vida llena de emociones falsas que se sentían iguales a las de verdad. Pero nadie lo obligaba a tomar la pastilla azul.
Matrix (1999) es muy cool. Es MTV cool. Sotanas y peleo con una mano en la espalda cool. Los personajes que vivían en el centro de la Tierra comiendo porquerías se daban el gusto de encabezar la resistencia en sus mejores pilchas digitales. En poco más de dos horas conocíamos el bullet time, a los poderosísimos agentes del mundo de las máquinas, y asistíamos a una extensa escena de rescate de Morpheus, durante la cual Neo descubría que era más poderoso que quienes lo atacaban en ese mundo simulado. Todo, con una banda de sonido que hasta hoy sigue sonando fresca. Salvo que uno la escuche a diario, supongo.
Matrix Recargado y Matrix Revoluciones (ambas de 2003) son dos mitades de una misma historia y funcionan mejor vistas de corrido. Funcionarían mejor como una única película de dos horas y pico, y calculo que algún editor amateur de internet debe andar compartiendo su versión de Matrix 2.5 combinando ambas. Todo gira alrededor del Ataque Final de las Máquinas, así con mayúscula, que pronto llegarán a Zion, el último bastión de los humanos que salieron de los úteros robóticos y dejaron de ser simples pilas AAA al servicio de ellos.
Mientras Morpheus se obsesiona cada vez más con el carácter mesiánico de Neo, el guion nos obliga a incorporar el concepto de más programas que existen dentro de esa realidad virtual y cumplen diferentes funciones, pero que nosotros y ellos percibimos como seres humanos. Lo que hizo Tron (dirigida por Steven Lisberger) en 1982, pero aquí la única que tiene una motocicleta es Trinity. Y hablando de vehículos, la persecución por la autopista es preciosa, pero también podría reeditarse para que durara la mitad del tiempo.
Para un sector de los humanos libres, la única respuesta posible es armarse hasta los dientes y defender las Termópilas del subsuelo. Para otro, la respuesta está en manos del Oráculo y de otros personajes que llevarán de aquí para allá a nuestros protagonistas como si intentaran completar un videojuego del género aventura gráfica. La primera parte de esta historia termina cuando el Arquitecto le explica a Neo cómo su rebeldía, sus poderes y su lugar en el mundo no son más que un mecanismo del implacable sistema para continuar perpetuándose. Una “disfunción narcotizante” de la que las Wachowski son parte, pero no ahondemos en este punto, que es diciembre y bastante cascoteados venimos como para que nos coma la oreja nuestro propio arquitecto interior.
A la tercera película, como todo desenlace, le queda la mayoría de la acción. Por eso uno se quedaba con gusto a poco a la salida del cine. Al estilo de Día de la Independencia (Roland Emmerich, 1996) y otros ejemplos del cine catástrofe, presenciamos la mentada invasión de los pulpos robots a gran escala mientras vamos y venimos a algunos humanos puntuales que luchan por sobrevivir al tiempo que dan pelea.
En simultáneo, aunque no tan presente como la historia trata de convencernos, el Agente Smith va aumentando su poder dentro de la Matrix, y cada una de las dos peleas contra Neo en las dos mitades es un espectáculo en sí mismo. La última, por ejemplo, elevó la lucha entre seres superpoderosos a un nivel que recién alcanzaría Zack Snyder en 2013 con El hombre de acero. Y ya que estamos con las referencias de DC Comics, el momento en que Neo y Smith se golpean en el barro parece una referencia directa a la pelea entre Batman y el líder de los Mutantes en la historieta El Regreso del Caballero Nocturno.
Se entiende más de lo que uno recuerda, se disfruta sin la presión de estar reclamándole lo que no podía darnos. Y corona a las Wachowski como unas creadoras que viven eligiendo la pastilla roja, aunque eso no garantice que los resultados sean los mejores.
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