Hubo más de 60 largometrajes y varios cortos oriundos de países de todos los continentes en el festival de Cinemateca de 2021, que se terminó el domingo. Seguir un festival de cine es como recorrer una ciudad en un lapso delimitado e insuficiente: la ciudad se ofrece entera, pero cada viajero verá nada más que los aspectos parciales con los que se encontró en su trayecto particular. Me tocó integrar, junto con Soledad Castro Lazaroff y Nicolás Medina, el jurado de la Asociación de Críticos Cinematográficos del Uruguay para la Competencia Internacional. Eso me condicionó a ver las 12 películas de esta competencia y no me dejó espacio para nada más. Fue un panorama particularmente gozoso y enriquecedor de la producción reciente del cine que no navega el circuito más comercial. Sigue un resumen de esos títulos a tener en cuenta (es muy probable que algunos de ellos se estrenen en Uruguay en los próximos meses).

Las ganadoras

Nuestro jurado premió como mejor película a la francesa A tiempo completo, de Éric Gravel. La película describe unos días en la vida de una trabajadora, madre soltera de dos niños chicos, que vive en un pueblo tranquilo en la periferia de París, pero trabaja en la capital como jefa de mucamas de un hotel cinco estrellas. Para llegar al trabajo en hora se tiene que despertar antes de que salga el sol, y regresa casi a la hora de dormir. Su rutina incluye preparar el desayuno de la familia, dejar a los hijos en la casa de la niñera que los cuida durante el día, tomar todo un ciclo de medios de locomoción (tren, ómnibus, subte, caminatas) para llegar al laburo, cuidar algunos otros detalles de su vida antes de tomar el largo camino de vuelta. Esta rutina es mostrada reiteradamente en la película, que cubre más o menos una semana. No es sólo tedio y fatiga: es también neurosis urbana y el estrés de llegar en hora y cumplir con todo, mientras algunos aspectos cruciales están en juego: en el trabajo ya está advertida por los muchos retrasos, la niñera veterana está irritada porque ella pasa a recoger a los niños pasada la hora, y para colmo está concursando por un puesto de trabajo más calificado.

El montaje de la película es de un virtuosismo inaudito y cada jornada se muestra como una variación del mismo ciclo. Todo eso que, por lo normal, las películas simplemente se morfan en elipsis porque es narrativamente insignificante (ir de un lugar al otro, realizar las tareas cotidianas) aquí se enfatiza, como dando cuenta de la carga diaria de una mujer trabajadora que, como suele pasar, también tiene la responsabilidad de los hijos. Su situación se encuentra agravada por una Europa en crisis y la angustia frente al fantasma del desempleo: una experiencia cotidiana de miedo, urgencia, soledad, responsabilidad, humillación, incertidumbre, plagada de mentirillas aquí y allí para zafar lo mejor posible de las consecuencias. Una vez que nos involucramos plenamente con la protagonista (una actuación terrible de Laure Calamy), cada una de sus carreras para llegar a uno u otro destino es un momento de suspenso y tensión que deja al espectador al borde de la silla: el thriller de la vida doméstica.

La película muestra circunstancias especialmente complicadas: hay paros laborales que están comprometiendo el funcionamiento general de París, incluido el transporte; el padre de los hijos está de viaje. Pero esta exageración –que no se sale de un marco naturalista, verosímil– contribuye a poner de relieve otras implicancias, referidas al trabajo enajenado y a las características que viene tomando la sociedad capitalista aun en los países que asociamos a un relativo bienestar. El trabajo de hotelera enfatiza algunos de esos aspectos: la mucama ideal debe ser invisible, en lo posible, para los huéspedes, excelente sinécdoque para el rol de los trabajadores en el cine, que son, por lo normal, meros factores accesorios en historias que conciernen a otra gente. La escena final es sensacional, conmovedora, ambigua.

Nuestra mención especial fue para la rumana Poppy Field, de Eugen Jebeleanu. El premio a mejor director del jurado oficial fue para otra película rumana, Sexo desafortunado y porno loco, de Radu Jude. Ambas películas ya fueron comentadas aquí.

El jurado oficial de esta competencia (los argentinos Fernando E Juan Lima y Clara Picasso y el uruguayo Guillermo Casanova) premió como mejor película a la española Quién lo impide, de Jonás Trueba. En este documental de casi cuatro horas de duración el director siguió momentos de un grupo de adolescentes, desde que tenían 15 años hasta los 19 o 20, ya en plena pandemia. Se entremezclan distintas técnicas. Hay pantallas de videoconferencias de los gurises ya crecidos, charlando entre ellos y con el director, y a veces comentando algunas escenas rodadas hace años y que visualizamos. Hay registros documentales. Hay también otros que parecen documentales pero no pueden serlo, porque muestran momentos muy íntimos alternando planos y contraplanos. Tenemos que asumir que se trata de reconstrucciones, o incluso de episodios ficticios. La incertidumbre del espectador termina siendo una parte de la experiencia estética del film.

Por otro lado, esta incertidumbre sólo es posible debido a la increíble naturalidad de las actuaciones, con lo que uno adivina que esta realización tuvo mucho de taller creativo e interpretativo, y debe haber sido tremendamente enriquecedora. Está también el trasfondo, que es un retrato de la generación, a través de instancias diversas: reuniones con alcohol, drogas y coqueteos de amor y sexo; movilizaciones contra los recortes en la educación pública; angustias adolescentes, ansiedades en los procesos de socialización; la constitución de una pareja y la pérdida de la virginidad; las orientaciones vocacionales; las distintas personalidades; las discusiones conceptuales; la práctica de música pop como hobby; las expectativas frente a un futuro que ya no entra en la película. Uno se pregunta cuánto hay, en ese panorama, de la juventud madrileña de ahora y cuánto de Jonás Trueba, porque el espíritu es totalmente truebístico: gente sensible, macanuda, inteligente sin ser arrogante ni perder la curiosidad, distendida y sin problemas económicos o sociales severos.

Fotograma de _El otro Tom_, de Laura Santullo y Rodrigo Plá.

Fotograma de El otro Tom, de Laura Santullo y Rodrigo Plá.

Las demás ocho

No hubo ni un solo título que no aportara algo. El más flojo fue, en mi opinión, La noche de los reyes (Philippe Lacôte, Costa de Marfil), cuya historia transcurre en una cárcel de alta seguridad, pero aun si tiene cosas irresueltas o banales, implica un positivo contacto con las cinematografías subsaharianas, incluidos elementos mágicos y folclóricos en la línea del maliense Souleymane Cissé.

La rodilla de Ahed (Nadav Lapid, Israel) puede resultar medio pretenciosa y envejecida en su recurso de retratar la crisis creativa de un director de cine, que uno adivina que es un alter ego del autor de la película. Hay referencias al aplastamiento por el gobierno israelí de los artistas más críticos. El estilo, sin embargo, es muy llamativo y original, y vale la pena apreciarlo.

Ripples of Life (Wei Shujun, China) también es metacine: son tres episodios en distintas etapas de la preparación del rodaje de una película en la pequeña ciudad de Yong’an. Cada episodio está centrado en un personaje. Los dos primeros son particularmente conmovedores y hubieran podido constituir un díptico autosuficiente. Una de las historias se centra en una mujer que aspira al estrellato y la otra, en una actriz que añora la vida sencilla, mientras nosotros, espectadores omniscientes, constatamos con desencanto la vanidad de ambas pretensiones.

Higiene social (Denis Côté, Canadá) es una construcción paramétrica, es decir, el principal foco de interés está en acompañar las pequeñas variaciones en un conjunto de posibilidades formales totalmente fuera de lo común, adornadas con un marco diegético intrigante y medio absurdo, y con algunas disfrutables frases inteligentes. Para quienes quieran entrar en el juego y le encuentren la vuelta, es una experiencia única.

Undine (Christian Petzold, Alemania) es una historia de amor salpicada de elementos mágicos, y queda un cierto margen de duda sobre si la película construyó un universo sobrenatural o si se trata de imaginaciones y alegorías. Frente a la coquetería de unas imágenes increíbles, podemos notar el regodeo estilístico combinado con un afán de poeticidad barata característico de Luc Besson, Kim Ki-duk o M Night Shyamalan. Pero Petzold, el más prestigioso director alemán del momento, es mucho más refinado y discreto que cualquiera de los nombrados.

Aquí me río yo (Mario Martone, Italia) es una biopic del actor cómico napolitano Eduardo Scarpetta (1853-1925), concentrada en su litigio en 1904 con Gabriele D’Annunzio. Es una historia riquísima, que pinta un paso decisivo en el proceso de disciplinamiento estético: alta cultura y Arte con mayúscula contra cultura popular, seriedad trascendente contra comicidad carnavalera, italianidad hegemónica contra cultura regional, la institución del derecho autoral reprimiendo la antropofagia paródica. Al mismo tiempo tenemos el retrato especialmente vívido de una figura patriarcal, autoritaria, viviendo en virtual poligamia y con una miríada de hijos legítimos y de los llamados ilegítimos. Es formidable el retrato de la cultura de aquella época. El gran Toni Servillo brilla aquí una vez más en el rol protagónico.

Los amores de Anaïs (Charline Bourgeois-Tacquet, Francia) retrata a una joven de personalidad especial –hiperactiva, dispersa, persistente e infatigable cuando se trata de conseguir algo que desea, pero totalmente irresponsable con respecto a los demás–. En una de esas se enamora de una escritora famosa mucho mayor que ella y se propone seducirla. Siempre es un respiro ver una de esas películas francesas planteadas para un público muy instruido en humanidades, para el que apellidos como Robbe-Grillet o Duras pueden tener significado. El final es sorprendente.

La sal de las lágrimas (Francia). Hace años que el veterano Philippe Garrel viene haciendo películas en blanco y negro sobre los caprichos y azares amorosos de personajes jóvenes, con mucho del sabor de la Nouvelle Vague, sobre todo de Éric Rohmer. Como siempre, es delicado, sensible, atento a lo impredecible de la vida, algo desencantado.

Los premios del festival

Competencia de Largometrajes Internacionales
Jurado oficial. Mejor película: Quién lo impide (Jonás Trueba, España). Mejor dirección: Sexo desafortunado o porno loco (Radu Jude, Rumania).

Jurado de la Asociación de Críticos de Cine del Uruguay. Mejor película: A tiempo completo (Éric Gravel, Francia). Mención: Poppy Field (Eugen Jebeleanu, Rumania).

Competencia Iberoamericana de Largometrajes
Jurado oficial. Mejor película: El otro Tom (Laura Santullo y Rodrigo Plá, México).

Jurado de la Asociación de Críticos de Cine del Uruguay. Mejor película: Visiones del imperio (Joana Pontes, Portugal).

Nuevos realizadores: Madera y agua (Jonas Bak, Alemania/Francia/Hong-Kong).

Cortometrajes uruguayos: Tejedoras (Agustina Willat y Ana Micenmacher).

Cortometrajes internacionales: Clean with Me (After Dark) (Gabrielle Stemmer, Francia).