Las cámaras ocultas gozaron de muchísima popularidad en la región. Marcelo Tinelli, sin ir más lejos, construyó su imperio gracias a ellas hasta que las sustituyó por los escándalos con famosos que bailan en la batalla sin cuartel por el rating. Ellas siguieron existiendo en enlatados televisivos y también entre los youtubers más jóvenes, a veces con propuestas tan armadas y falsas como la del mismísimo Tinelli.

Si hubiera que señalar a un rey mundial de la cámara oculta en los últimos años, no serían pocos quienes (como yo) apuntarían a Sacha Baron Cohen, quien a comienzo de siglo engañó a varios con su Da Ali G Show y se convirtió en estrella mundial en 2006 con Borat: lecciones culturales de Estados Unidos para beneficio de la gloriosa nación de Kazajistán. Allí el actor se convirtió en un periodista kazajo y mediante cámaras ocultas puso de manifiesto un costado oscuro de la sociedad estadounidense que recién se transformaría en objeto de estudio con la “sorpresiva” victoria de Donald Trump en las elecciones.

Un viaje pesado (Kitao Sakurai, 2021) es una película que entra en el género de la “cámara oculta”, así que aquellos que sufran de casos graves de vergüenza ajena deberían estar atentos. En especial porque donde Baron Cohen esconde al equipo de filmación para dejar que la persona de a pie se tropiece con su propia lengua, el comediante Eric André busca algo menos ambicioso: que la persona de a pie se sorprenda con algo que está pasando. ¿O se olvidan que también la conocíamos como “cámara sorpresa”?

André, amante del humor que va un poquito más allá de donde otros se hubieran plantado, protagoniza una historia de amor que por momentos recuerda a Tonto y Retonto (Peter Farrelly, 1994). Si bien el personaje que interpreta y su mejor amigo no son tan idiotas como Lloyd y Harry, también se embarcan en una road trip por causa de un amor que, seamos sinceros, no tiene muchas chances de supervivencia.

Para entender el tipo de humor que veremos en el resto de la cinta, alcanza con repasar la primera escena. La primera cámara, porque por momentos la historia es una sucesión de gags que van desde lo desagradable hasta lo inaudito. Chris (André) aspira el automóvil de un incauto mientras ve al amor de su adolescencia. Cuando quiere hablarle, la aspiradora (accionada por el incauto) deja al protagonista completamente desnudo. Su interlocutor solamente es testigo de cómo esa anatomía se pasea por el interior de su auto.

Accidentes con licuadoras, caídas desde gran altura y una visita inolvidable a la jaula de un peligroso animal del zoológico son solamente algunas de las escenas que harán que personas inocentes salgan corriendo, insulten o simplemente levanten sus celulares para grabar algo que no pueden creer. Mientras tanto, Chris y Bud (Lil Rey Howery) cruzan el país para encontrarse con Maria (Michaela Conlin) en el auto que le hurtaron a Trina (Tiffany Haddish). La anécdota es lo de menos. Lo que realmente queda en la memoria son las escenas como la de la trampa china para dedos, o todos los lugares que terminan destrozados después de que uno o más de los actores hagan de las suyas.

Uno siente empatía por los pobres incautos, que en muchos casos imagina que respondieron a anuncios de empleos temporales sin saber que iban a terminar en la gran pantalla. Como los créditos de cierre se encargan de aclarar, si están ahí es porque quisieron formar parte del chiste. Un chiste bastante ordinario; después no digan que no les avisé.

Un viaje pesado. 86 minutos. En Netflix.