El sector de la cultura ha sido uno de los más afectados por la crisis sanitaria. No se trata sólo de una percepción subjetiva o de un golpe simbólico. La catástrofe es también material. Lo evidencian la suspensión de proyectos, la reducción notoria de la recaudación, el cierre total o parcial de espacios por lapsos prolongados de tiempo, que se alternan con un funcionamiento restringido y “protocolizado”. Para las artes escénicas, cuyo carácter distintivo es el convivio ‒esa reunión de personas en “una encrucijada territorial y temporal cotidiana”, según la definición dada por Jorge Dubatti‒, las restricciones impuestas al funcionamiento de sus lugares físicos implican anular las condiciones básicas de emergencia del acontecimiento escénico. Los lugares de teatro funcionan no sólo como lugares de representación y de creación, sino también como lugares de transmisión y de socialización. En los teatros, las salas, los bares y otros espacios no convencionales el público no sólo ve, sino que está, es decir, interactúa, comparte emociones, contribuye a darle un sentido colectivo a un sitio que lo alberga temporalmente para la tarea singular que propone el juego teatral: la de establecer un pacto ficcional entre la escena y la platea.
Desde el llamado spatial turn, las ciencias sociales han resaltado el rol fundamental de los espacios en la construcción de lazos sociales, y la importancia de estos lugares no concierne al sector cultural en particular, sino al entorno urbano en general y a las imágenes de la ciudad que los contiene. ¿Qué serían, por ejemplo, Nueva York sin Broadway y su off-Broadway, París sin sus grandes teatros públicos, Buenos Aires sin su circuito teatral alternativo, Berlín sin sus edificios abandonados reconvertidos en lugares de cultura? Según el geógrafo Boris Grésillon, no sólo la urbe influye en los artistas y sus obras: también los lugares de espectáculo y de creación influyen sobre el contexto geográfico de la ciudad, modificándolo. ¿Qué pasa entonces con los teatros en Montevideo en este año de actividad interrumpida? Se habla de cierre y de reapertura, de protocolo y de aforo reducido, pero los lugares de teatro no son todos iguales. Las características materiales, los emplazamientos geográficos y las formas de funcionamiento de los espacios que conforman la cartografía teatral montevideana son muy heterogéneos, como lo son también las consecuencias de las medidas adoptadas. Frente a las restricciones sanitarias, no es lo mismo una sala pública o privada que un espacio independiente o autogestionado. El recorrido por algunos de estos lugares nos deja una muestra, parcial, de las diferentes limitaciones que enfrentan las salas y de las estrategias que ponen en práctica los equipos responsables para seguir generando ficción teatral y realidad urbana.
Realidades municipales: del centro a los barrios
La Sala Verdi (aforo total de 250 butacas y reducido de 75 butacas) es ya un clásico punto de la oferta teatral montevideana. Sala pública dependiente de la Intendencia de Montevideo (IM), bajo la dirección de Gustavo Zidán, presenta desde hace algunos años una apuesta singular que conjuga estrenos de la Comedia Nacional y producciones de colectivos de la escena independiente, al mismo tiempo que alberga festivales nacionales e internacionales. Según su director, la suspensión de actividades a partir de marzo de 2020 afectó 70% de lo planificado para el año ‒con la cancelación de la Escena Vocal, de la Muestra Iberoamericana de Teatro, de la temporada infantil, entre otros eventos programados‒, y la limitación del aforo redujo, como en las otras salas del circuito, la afluencia de público de manera sustancial. Zidán afirma que “las modificaciones más importantes fueron las relacionadas a la programación internacional”, lo que “puso en evidencia la necesidad de contar con producción propia para reconfigurar nuestra existencia” y seguir apostando a la creación artística local e innovar en los formatos, por ejemplo, mediante los distintos proyectos virtuales que produjo la sala (algunos se encuentran en acceso libre a través de su canal de Youtube). Pese a estas estrategias novedosas, “el 2021 es una gran incertidumbre y seguiremos con la metodología de ir viendo mes a mes”, dice Zidán, y agrega que “en lo que va del año no hemos podido tener programación presencial”, con cancelaciones importantes “como el Festival Montevideo de las Artes, que ya es un clásico de enero en la cartelera montevideana, o el Festival Cercanías, que hacemos con la Liga de Artes Escénicas y que ya iba por su cuarta edición”.
Construida en pleno Intercambiador Belloni (en el cruce de las avenidas 8 de Octubre y José Belloni), la sala Lazaroff (aforo total de 161 butacas y reducido de 48 butacas) fue inaugurada el 11 de setiembre de 2020, en el momento en que la ciudad se reactivaba luego del primer sacudón sanitario. Al igual que el Centro Artesanos de Peñarol y el Centro Cultural Goes, con las que comparte la misma arquitectura institucional, es una sala pública, que depende financieramente del Municipio F, en el que se encuentra. Antonio Salgueiro, director de la sala, precisa: “Ya que la sala fue inaugurada en pandemia, toda la planificación de setiembre a diciembre de 2020 fue adaptada a los protocolos sanitarios vigentes. Por ende, la planificación del personal y la programación fueron armadas en función de eso desde un principio”. El principal problema ‒y desafío‒ de la gestión de la sala en estas circunstancias es la relación con el público del barrio. La sala está pensada desde la perspectiva de la descentralización cultural, lo que implica un trabajo de mediación con el territorio para lograr que se integre a la vida del barrio. Frente a las restricciones, se programaron espectáculos gratuitos a través de reservas personalizadas “para tener la trazabilidad de la gente que venía y testear si con la comunicación llegábamos a la gente del barrio o si venía de otros lugares, o si el público repetía la experiencia de volver a la sala”, explica Salgueiro. La situación inédita limitó el tipo de espectáculos programados (debido al tamaño reducido de los camarines, no se pudo programar espectáculos con grandes elencos) y por el momento, al estar suspendidas las actividades por disposición municipal, está suspendida toda programación a largo plazo, “para evitar permanentes reprogramaciones y suspensiones”. Mientras tanto, se proyecta usar la plataforma en línea para colgar contenidos propios realizados antes del cierre.
Entre la independencia y la subvención
El Teatro Circular de Montevideo (aforo total de la Sala Uno de 130 butacas y reducido de 50 butacas) es una de las históricas salas de FUTI (Federación Uruguaya de Teatros Independientes) y funciona sin interrupciones desde su apertura, en 1954. Con un diseño inspirado en algunas salas del off neoyorquino, el primer teatro circular de América del Sur funciona desde esa fecha en el subsuelo del Ateneo, bajando las escalinatas de la Cagancha. El Circular, como otros teatros nucleados en la FUTI, como El Galpón o el teatro Victoria, cuenta con varias subvenciones que hacen posible su permanencia a pesar de la cancelación de la mayor parte de las funciones programadas. Entre las ayudas que recibe se encuentra la subvención de la IM por medio del programa Fortalecimiento de las Artes, la del convenio con Socio Espectacular, y el subsidio nacional votado el año pasado en el Parlamento, que, sin embargo, la actual administración redujo a la mitad. Sin embargo, según Juan Graña, integrante de la dirección del teatro, las consecuencias se hicieron sentir “en la bajada de cartel abrupta de los espectáculos programados, la cancelación de todos los acuerdos artísticos y económicos de 2020 con espectáculos invitados, la detención de ensayos recién comenzados, y el cajón de espera para los proyectos que aguardan su oportunidad”. La consecuencia “muy positiva y no menor”, dice Graña, fue “la revalorización por parte de los integrantes del Teatro Circular del carácter profundamente colectivo del quehacer teatral, tanto en lo interno como en lo externo, fortaleciendo los lazos gremiales y el vínculo con la sociedad”. Para 2021 aguardan la reapertura de sus dos salas para retomar la cartelera suspendida, mientras imaginan un ciclo de música uruguaya en la Sala Uno a partir de mediados de marzo.
La autogestión como alternativa
Por fuera de la FUTI funcionan en Montevideo otros espacios gestionados por los propios artistas. El proyecto que llevan a cabo los artistas nucleados en torno a la figura de Roberto Suárez en el casco antiguo del viejo teatro Odeón es uno de estos casos, y resignifica un sitio olvidado de la ciudad. La historia del Odeón es conocida: en 1996 un incendio destruyó casi la totalidad del edificio, dejándolo en escombros, apenas con la fachada en pie. Pero hace cuatro años el espacio fue concedido por sus propietarios al colectivo liderado por Suárez, que, mientras creaba su próximo espectáculo, se encargó de la reestructura edilicia. Así, el grupo levantó entre las ruinas una sala teatral enteramente nueva (con un aforo de casi 100 butacas), y Chacabuco se estrenó allí en diciembre de 2019, con mucha expectativa entre un público fiel que había agotado las entradas, curioso por descubrir el nuevo nicho teatral de la calle Cerrito, ubicado atrás de la vieja fachada del Odeón y con las grúas del puerto a sus espaldas. La pandemia los encontró el 13 de marzo en su primera semana de reestreno, con más de 250 localidades vendidas por anticipado para ese mes y la perspectiva de sostener la obra con funciones completas los meses siguientes. “La cancelación de estas funciones significó la desaparición de ingresos significativos durante los meses de inactividad para todo el grupo de trabajo de nuestro teatro (pues funcionamos como cooperativa, tanto en lo artístico como en la gestión de la sala) y para el teatro en sí mismo, como sala que recién se revincula al medio”, nos cuenta José Pagano, miembro del colectivo. La suspensión de las funciones previstas implicó para todo el equipo trabajar de forma honoraria durante meses, destinar los magros ingresos producto del aforo reducido (30 butacas) al pago de los gastos de funcionamiento del lugar (agua, luz, limpieza), y redestinar fondos de una subvención de Cofonte asignada al mejoramiento edilicio para cubrir gastos básicos, lo que les impidió continuar con la rehabilitación de otras áreas del teatro que estaban pendientes (cafetería, sala de ensayos, camarines, duchas, hall). Hoy el teatro se prepara para reanudar las funciones durante marzo, y sigue, por el momento, con el aforo reducido.
También en la esfera de los espacios alternativos abocados a la creación y a la investigación se encuentra El Almacén, ubicado en el barrio de Villa Dolores: un espacio gestionado por un colectivo de artistas y financiado por medio de las actividades desarrolladas y de aportes personales. El corazón de la actividad de El Almacén es la creación de espectáculos y la realización de talleres. André Hübener nos cuenta que, pese a la pandemia, El Almacén decidió seguir trabajando de forma presencial. Paradójicamente, “fue el año que hicimos más teatro”, dice. Estrenaron dos obras (Galgos, coproducida por la Sala Verdi, y el monólogo Casi maestra, que espera una pronta reposición), encaminaron una tercera y realizaron un taller de creación anual que convocó a alrededor de 15 personas. “Ignoramos bastante la recomendación de encerrarse y no hacer nada. Es una decisión jugada, porque puede ser tildada de irresponsable, pero para nosotros es salud. Así que lo cierto es que El Almacén nunca paró”. Para 2021 piensan seguir trabajando en esa misma línea: “Sentimos el impacto pero eso nos dio más ganas de seguir”.
Esta cartografía parcial de la realidad teatral montevideana muestra escenarios múltiples que impiden pensar el campo teatral de forma homogénea. Las graves limitaciones a las que los teatros se enfrentan en este momento exigen respuestas específicas que contemplen esta celebrada heterogeneidad. Los lugares de creación y de representación teatral, sea cual sea su naturaleza, dependen de proyectos de sociedad que permitan su eclosión y su libre funcionamiento, más allá de que luego ganen autonomía y puedan existir de forma independiente. Como dice Zidán, “las medidas vinculadas a la pandemia afectaron al sector artístico y al público, y la razón es bien sencilla: se prohibió el uso de un espacio que, sin la presencia de ambas partes, convierte a los teatros en edificios sin sentido”.