Hoy es un gran momento para arrancar tu colección de vinilos; desde hace algunos años las disquerías han ganado terreno en Montevideo, las bateas se han vuelto a llenar de los más variados estilos que cantan mil y un idiomas, y si el disco que estás buscando no está en Uruguay, seguro está en una disquería de alguna parte del mundo y en un par de semanas te puede estar llegando a la puerta de tu casa.
Si con el tiempo le sumás excentricidad a tu nuevo hobby y buscás ediciones limitadas o promocionales, así como bootlegs (ediciones no autorizadas), tenés a tu alcance plataformas como Discogs, que además de permitirte comprar y vender funciona como un catálogo participativo que recopila y ordena toda clase de discos, desde los de artistas conocidos a los de aquellos que sólo editaron un simple en el lugar más recóndito del mundo.
Pero hace 50 años la historia era diferente: a pesar de que había más disquerías, los diarios y suplementos no dedicaban muchas líneas a las novedades discográficas, y cuando lo hacían carecían de datos complementarios y a veces ni siquiera contaban con una ilustración de la portada. Hasta que, en 1970, HIT llegó a los mostradores de las disquerías uruguayas para hacer más fácil la vida de los discómanos.
HIT se autodefinía como la “primera publicación uruguaya de la música y el disco”, y en la nota editorial de su número 0 dejaba bien claro su objetivo: “Queremos que esta revista llegue a todos, podríamos decir que desde estudiantes hasta ejecutivos, y que tanto quien guste de Wagner como quien prefiera a los Wawancó encuentre en ella un material atractivo, tanto desde el punto de vista informativo como gráfico”.
A un pelo de distancia
Para finales de los 60 eran muchas las publicaciones musicales que tapizaban los estantes de los quioscos argentinos. Revistas como Cronopios, La Bella Gente y Pinap ofrecían artículos y notas de las bandas y solistas nacionales e internacionales del momento. Pero la llegada de la nueva década traería consigo una nueva publicación que sería una revolución en el ambiente musical de Argentina.
En febrero de 1970 nacía la revista Pelo, bajo la dirección editorial del periodista Osvaldo Daniel Ripoll. “Este año, después de tanto tiempo de utilizables confusiones y música complaciente, aparenta ser el definitivo para que se produzca el necesario decantamiento de la música pop (popular) argentina”, profetizaba Ripoll en las páginas del primer número de Pelo, marcando el estilo y la postura que serían distintivos de la revista.
Pelo se editó hasta 2001, y durante esos más de 30 años sus páginas fueron escuela de fotógrafos y periodistas y también un soporte indispensable para artistas que actualmente tienen un lugar destacado en el cancionero argentino. Hoy, la colección completa de la revista se encuentra digitalizada en revistapelo.com.ar, lo que demuestra que Pelo nunca se fue del rock argentino.
Su director y alma mater, Frido Leib, era un joven periodista de apenas 24 años. Su carrera había comenzado de casualidad cuando, en 1966, publicó sus primeras notas relacionadas a la música culta en el semanario La Idea, de San José. Esas notas le abrirían las puertas del diario BP Color y pronto pasaría a integrar el equipo de su página de espectáculos. Así lo recuerda el propio Frido: “En abril de 1966 entro como colaborador en dicha sección, reuniendo y clasificando las noticias del día, con reportajes y comentarios sobre algunas actividades de música culta en nuestro país, como los conciertos semanales de la Orquesta Sinfónica Municipal de Montevideo. Se suman las críticas de discos (también de música culta) editados en Uruguay”.
Para 1968 sus comentarios ya abarcaban la música “popular” y su carrera tomaba otros caminos: “A fines de 1969 iniciamos una columna diaria de ‘música joven’ con las noticias nacionales e internacionales del momento y un programa homónimo en Radio Sarandí. Simultáneamente, presentábamos –al principio, con el crítico de La Mañana, Manuel Lus Alvarado– el programa Novedades populares de la semana por la emisora CX 26 del Sodre”.
Estas experiencias son, de alguna forma, el punto germinal de HIT. “Siempre pretendimos que la revista abarcara el máximo de temas (aun los técnicos, relacionados con la música grabada), para que no se viera como un simple compendio de comentarios de todas las novedades discográficas, que por lo general abarcaban la mitad de sus páginas”.
Las oficinas de HIT se ubicaban en Rincón 387, en las instalaciones de la imprenta As, que tenía a su cargo la impresión de la mayoría de las tapas de discos y casetes que se editaban en el país. Así, por intermedio de Jorge de Arteaga, su director, que era gran amigo de Eduardo Scheck, de El País, consiguieron hacer uso de todo su sistema offset (composición de textos –en linotipo todavía–, fotomecánica e impresión en rotativa).
El libro de oro de _HIT_
Hacia finales de 1972 y principios de 1973 se edita el número 31 de HIT, que difiere mucho de las anteriores ediciones: se titula “Libro de oro” y maneja un tiraje mayor que el de sus antecedentes: 36.000 ejemplares. Se trata de un gran catálogo ilustrado de 68 páginas con un completo resumen de la discografía total disponible hasta ese momento. Debido a la inmensa variedad de estilos, el trabajo supuso un gran esfuerzo de todo el equipo.
“Nos rompimos la cabeza para ver cómo armar el catálogo Libro de Oro, y si bien no pudimos ni acercarnos a una solución perfecta, creo que sí contempló las inquietudes de los melómanos interesados. Si te fijás en el índice, las categorías fueron: Pop, Instrumentales, Música de films, Típica, Recitados, Folklore, Regionales, Café-concert, Música brasileña, Melódico, Tropical, Jazz, Infantiles, Navideños, Clásicos, Zarzuelas y Varios”.
Pero los problemas no terminarían ahí. “¿Qué hacemos con una obra como –por ejemplo– la Misa criolla, de Ariel Ramírez? ¿Es ‘culta’ por inspirarse en una liturgia religiosa de siglos de antigüedad? ¿Es ‘popular’ por la época en la que fue creada? ¿Es ‘folclórica’ por los ritmos musicales adoptados? La catalogamos dentro del folclore, fundamentalmente por la reconocida trayectoria de Ariel Ramírez en el rubro”.
Esto demuestra la incansable labor de todos los que integraban HIT para producir un material en el que cada melómano, o cualquier persona que entrara a una disquería, pudiera tener, de manera ordenada, la mayor cantidad de recursos e información posibles para enfrentarse a una batea y poder elegir un disco por otros aspectos además de su arte de tapa.
Con respecto a los costos de producción, Leib puntualiza: “Los costos operativos generales fueron solventados por la publicidad. El costo ‘material’ de los ejemplares (papel, doblado y cosido a gancho) se cobraba unitariamente, sobre la totalidad de revistas que llevara cada disquería”. El precio, entonces, debía ser extremadamente modesto, como para permitir que las disquerías la regalaran –sin mayores limitaciones– a sus clientes.
Está claro que esta fórmula excluía cierta jerarquía gráfica, pero hacía posible llegar a más personas: “Al ser gratuita, la recepción estaba asegurada. Fue incrementando el número de ejemplares distribuidos a medida que se incorporaban rápidamente todas las principales disquerías de Montevideo y del interior del país. El número 0 arrancó con 20.000 ejemplares, al mes siguiente ya eran 25.000, y el récord fue de 36.000”.
Para saciar el apetito de todos los melómanos, HIT se apoyaba en un variado plantel: “En la redacción estábamos junto a Jorge Solares (colega del BP Color, en los rubros tango, folclore, canto popular, intérpretes nacionales), Jorge Ángel Arteaga (también del BP Color y canal 5, en música clásica, operística, zarzuela), Manuel Lus Alvarado (La Mañana), Ruben Elio Barbeito, sumándose a fines de 1971 el arquitecto Enrique Hetzel (CX 42) con su reconocida sapiencia en el rubro jazz”.
Por sus páginas desfilaron un centenar de bandas y artistas internacionales, pero siempre había espacio para los músicos uruguayos. Por ese motivo, su papel en la movida rockera de aquellos años fue imprescindible, ya que no sólo tenían su lugar los artistas con y sin trabajos editados, sino también los sellos discográficos nacionales para promocionar sus ediciones. Ese aspecto es uno de los que más rescata Frido de su experiencia al frente de HIT: “Que fuera un medio dedicado exclusivamente en forma profesional a la difusión, promoción y análisis de todo el mundo musical y discográfico, centrándose fundamentalmente en nuestro país. Y que contáramos con el apoyo de los productores discográficos, entre ellos Alfredo Aviotti (Palacio de la Música), Enrique Abal (Sondor), León Jurburg (Clave), Teddy Lescano (Philips), David Wegbrait (Apsa) y numerosísimos nombres más, que medio centenar de años nos hacen desaparecer a veces de la memoria”.
Con el correr de los años, los distintos acuerdos y respaldos empresariales que mantenían viva a la revista comenzarían a variar, repercutiendo en aspectos cruciales, como por ejemplo el proceso de impresión. Eso impidió mantener la frecuencia mensual, que había sido una de las fortalezas del proyecto. En mayo de 1982 llegaba a todas las disquerías el número 108. Sería la última edición de HIT.