Una película que vampiriza a otra. Así se planteó su proyecto Pere Portebella. La oportunidad no podía ser mejor: Jesús Franco estaba filmando en Barcelona un Drácula protagonizado por Cristopher Lee, y la pareja de Portebella era parte de la producción. Jesús Franco aceptó de inmediato.
El resultado es Vampir Cuadecuc (1971), que se puede ver en la sección videoteca de la plataforma de streaming Mubi. Se trata de un mediometraje tan esencial para el cine de vanguardia que un juego de sus rollos se guarda en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el MOMA.
No fue un making off al uso –esos documentales que registran el “cómo se hizo”–, sino que es una película en paralelo. Sin diálogos, con música atonal que reafirma la acción, en un blanco y negro por momentos sobreexpuesto. Alterna escenas de la narrativa vampírica con un detrás de cámaras que se vuelve un contrapunto entre dos dimensiones, lo que, paradójicamente, dota de más “realismo” a la supuesta trama central. El final, con un Christopher Lee ya sin maquillaje –acaba de quitárselo delante de nosotros– que lee las últimas páginas del libro de Bram Stocker con entonación shakespeareana, impacta más que cualquier estaca en el pecho.
Puede buscarse, fuera de Mubi, el documental de Carles Prats Drácula Barcelona (2017). Cuenta cómo la capital catalana era, en esos años del franquismo crepuscular, casi el día y la noche respecto de la ominosa atmósfera madrileña previa al destape. Antes de la irrupción de la movida almodovariana de la apertura de los 80, Madrid tramitaba la búsqueda de oxígeno cinematográfico apuntando al rescate neorrealista, como fue el caso del cine de Carlos Saura. La ciudad catalana iba décadas por delante: ya estaba procesando una reformulación del 68 francés que, con el tiempo, podría verse con naturalidad como un antecedente del posmodernismo.
¿Y qué pasa con la película de Jesús Franco? La vampirizada por Portebella. El conde Drácula (1971) es cine de género, indudablemente, pero una versión menos acartonada que las que proponía en esa misma época la productora británica Hammer, casa matriz del rescate gótico de masas. Quizá sea por el vuelo demencial (aquí bastante contenido) de ese genio del cine de clase B que fue Jesús Franco, que podía colocar animales disecados en la cripta del vampiro o sonidos de pájaros tropicales en medio de Transilvania. Quizá por la irrupción de Klaus Kinski, que da vida al mejor Renfield de cualquier versión que se haya hecho hasta el momento. O tal vez por el magnetismo de Soledad Miranda, que compone una Lucy hipnótica y adictiva.
Es en la escena principal de Miranda (la mordida del conde que se cuela por la ventana) que se puede apreciar la mano de Jesús Franco. En apariencia no hay nada que no se haya visto antes. Pero el despojamiento de la habitación permite concentrarse en el magnetismo entre los dos personajes, sin que se sepa bien quién maneja la voluntad de quién. ¿Y Portebella? En Vampiro Cuadecuc esa misma escena está limada hasta mostrarnos el hueso: la médula misma donde el deseo se funde con la locura.