El suceso relativo de la serie WandaVision se debe, en parte, a la escasez de ofertas actuales en el servicio de streaming Disney+. Pero hay algo más, que despertó cierto entusiasmo en críticas y audiencias atentas: un juego con formatos narrativos poco frecuente en las historias de superhéroes.
Contemos un poco. WandaVision es la historia de amor entre la bruja Wanda Maximoff y una especie de cyborg llamado Vision. De manera gradual, se nos revela cómo Wanda modifica a un pueblito y sus habitantes para asemejarlo a los escenarios de comedias televisivas de distintas épocas, conformando así una burbuja que la distrae del dolor por la muerte, en el mundo “real”, de su amado Vision. La serie adopta no sólo la estética, sino también los formatos narrativos de ese extenso conjunto de comedias (que, obviamente, ya se han listado y estudiado con dedicación en sitios como junkee.com).
En el pueblito de Westview, entonces, Wanda, la Bruja Escarlata, crea un mundo en el que Vision vive, y en el que son felices a la manera de las familias de las sitcoms.
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Las historias de superhéroes, así como las de otros géneros surgidos junto a la popularización de la lectura, exigen suspender diversas capas de incredulidad. Por ese desdén hacia la verosimilitud se las considera, a menudo con razón, productos exclusivamente infantiles.
Con esas prevenciones, no hay que discutir por qué Wanda decide, además de “vivir” en un mundo de sitcoms, transmitir esos programas al mundo exterior. En un capítulo se explica que durante su infancia y juventud ella obtuvo consuelo mirando comedias estadounidenses (a pesar de que vivía en un ficticio país eslavo y prosoviético) y por eso decide recrearlas como entorno aproblemático. Podríamos especular que las “emisiones” son una forma de comunicarse con el mundo exterior, como si inconscientemente la bruja comprendiera que su aislamiento no es del todo sano.
Pero eso sería racionalizar demasiado. Posiblemente la serie partió de una broma, o más bien, de un juego de palabras llevado al extremo. La historia de Wanda y Vision tiene cerca de medio siglo, y en los últimos años fue reavivada en las películas de los Avengers. A alguien se le debe haber ocurrido (tal vez a la guionista Jac Schaeffer) que, si se unían los nombres de los protagonistas, se creaba un concepto parecido a “TechniColor” o “CinemaScope”. O sea: si “WandaVision” parece el nombre de un canal o un producto asociado a la televisión, ¿por qué no utilizar la idea como elemento argumental?
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WandaVision, sin embargo, no sólo hace referencias a series viejas y recientes. También incluye un “afuera” del pueblo, desde donde se emprende el rescate de las personas secuestradas por Wanda. Ese “afuera” se representa con un código “realista” actual: el conjunto de convenciones dialógicas, escénicas, cinematográficas, de una producción de ciencia ficción con escaso presupuesto, o de una película de cine catástrofe como las que pasan los fines de semana en la tele abierta. Así, lo real dentro de la ficción en WandaVision resulta más pobre que la ficción dentro de la ficción, de forma parecida a lo que ocurría en The Matrix cuando Neo y los suyos pasaban a un grado superior de consciencia pero lo que nosotros percibíamos era solo indigencia estética y desilusión narrativa.
Es que WandaVision no busca pararse por encima de lo que cuenta, sino en su mismo nivel. Los autores posmodernos jugaban a asociar elementos de ámbitos hasta entonces irreconciliables, como hizo Umberto Eco cuando unió la semiótica medieval con los recursos de la novela policial para escribir El nombre de la rosa. En WandaVision, en cambio, la diversidad es horizontal, plana: es cultura pop estadounidense más cultura pop estadounidense. La única ventaja que tiene WandaVision sobre las series a las que refiere es temporal: las comenta simplemente porque la precedieron. Pero por eso, sus hallazgos se agotan rápido, cuando las incongruencias dentro del “mundo de las sitcoms” que perciben tanto los personajes como los espectadores comienzan a ser explicadas antes de los créditos del primer capítulo.
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Es difícil encontrar novedades fuertes en las producciones de superhéroes y aledaños (como Star Wars, por seguir con la compañía Disney) porque, desde hace un tiempo, su funcionamiento es igual al de los mitos antiguos. Se trata de recontar historias ya conocidas, con mínimas variaciones y, tal vez, con pequeñas añadiduras formales.
Stan Lee, uno de los fundadores de Marvel, estaba convencido, en los años 60, de que estaba creando nuevos mitos, pero quizás sus razones fueran equivocadas. Él atribuía la popularidad de sus personajes a la proximidad que tenían con sus audiencias. Spiderman, por ejemplo, tenía problemas para trabajar, estudiar y además hacer de superhéroe, el Señor Fantástico y la Mujer invisible contrataban a una niñera para su hijo, Bruce Banner sufría por ser también Hulk, y así. Pero el tiempo ha demostrado que esos héroes son populares porque, justamente, no son como la gente de carne y hueso: cuando envejecen se los resetea para que empiecen nuevamente, cuando mueren, reviven, y cuando la historia se desvía mucho del relato original se la etiqueta como “no canónica”.
En ese plan, lo que suman Wanda y Vision no es tanto el cruce de comedia y tragedia (la tragicomedia ya tiene sus siglos), sino un logro más modesto que consiguieron a mediados de la década de 1970, cuando consumaron su matrimonio en el volumen 4 de la revista Giant Size Avengers. La unión de una bruja y una inteligencia artificial es parte de una mezcolanza entre géneros “menores” que puede haber espantado a puristas de la fantasía y la ciencia ficción, pero que nunca significó un problema para quienes leían historietas.