El primer instrumento musical de Hugo Fattoruso fue un acordeón piano que le regalaron los reyes magos y según su madre, Josefina, enseguida “se lo colgó y salió tocando”. Tomó clases con una profesora del barrio, pero la ductilidad del piano lo encandiló. Después vinieron el bajo y la guitarra, los flequillos y los malos contratos, los restoranes de la mafia italiana en Nueva York y la furgoneta con la que cruzaría Estados Unidos de costa a costa y más de una vez, los hijos y los teclados, las playas de Río de Janeiro y las giras interminables, el reconocimiento y la billetera con cierto alivio. Luego, la pesadumbre de llevar más de dos décadas siendo gringo y las ganas de volver a Montevideo. Allí lo esperaban los tambores, los asados y múltiples proyectos musicales, entre ellos Jaime Roos, que preparaba su álbum Estamos rodeados y a quien se le ocurrió que Fattoruso podía hacer un solo de acordeón en la canción de apertura, “El hombre de la calle”.
De esta manera, el exintegrante de Los Shakers y Opa se reencontró luego de 15 años con el acordeón. Ya integrado a La Escuelita, la banda soporte de Roos, recorrió el país con el fuelle en el equipaje; con él sobrellevaba las largas esperas entre las pruebas de sonido y los shows. En una entrevista para Radio Nacional de Argentina en 2020, confesaba: “Me reencontré con la dulzura y el corazón de este instrumento. Como la música es tan generosa, que nos permite a todos disfrutarla y tocarla, desde el más bajo hasta el más alto nivel de músico, entonces no importa, no tenés que ser Stravinsky; vos de repente tocás dos notas que te revientan el corazón de pasión. El acordeón, como además te suena acá en el pecho, es una cosa que no se puede creer. Es un instrumento que sale a la cancha ganando. Porque tiene fuelle; el asunto es el fuelle, la expresión que vos le podés dar a la nota es muy sentida”.
Del pecho y del corazón no lo despegó más. En 2011, entre giras, toques y proyectos discográficos varios, editó Acorde On, un larga duración dedicado por entero al instrumento de viento, y este año el flamante Recorriendo Uruguay, de alguna manera la segunda parte de aquel álbum de hace una década. Este es uno de los proyectos en los que trabajó durante 2020, cuando la pandemia canceló conciertos y giras y el músico debió concentrarse en empresas posibles de lograr desde el confinamiento, por ejemplo, recorrer la comarca subido a un acordeón rodante imaginario. “En realidad, el nombre es más poético y sentimental que real. En esta ocasión y para grabar no recorrí Uruguay físicamente, solamente con la memoria y el corazón, viendo y sintiendo lo hermoso de nuestra gente y nuestro hermoso Uruguay”.
A diferencia de Acorde On, donde se respira el asfalto y una especie de tanguez, en Recorriendo Uruguay los protagonistas son casi en exclusiva los ritmos de raíz folclórica o, como define su autor, “climas musicales no ciudadanos”. “Chamarritas, valsecitos, periconcitos”, que pintan paisajes o escenas y construyen en 19 tracks el recorrido que se anuncia en el título. Los nombres de las canciones funcionan como llaves con las que ingresamos en cada una de estas escenas: “En la peluquería”, “De mañanita”, “El barquillero”, “Vamos a la feria”, “Terminal de ómnibus” y “La fábrica vacía” son algunos de los “catalizadores”. Según el compositor, “las notas de las canciones llevaron a los títulos y los títulos a las notas”. El disco funciona como la banda de sonido de una road movie y las canciones tienen mucho de música incidental, por momentos incluso abandonando los parámetros formales del ritmo para construir climas; nace del pecho de su autor pero se clausura en los recuerdos y la imaginación de cada escucha, cada cual le pondrá al barquillo su sabor preferido.
“¿Dónde está la potencia del folclore? En la raíz, tiene mucha fuerza eso, me seduce y me conquista”, asegura Fattoruso, este Grammy Latino a la excelencia musical y trotamundos que, a sus 77 años, sigue tocando con todas y todos y se entrevera como uno más entre los tambores montevideanos o los acordeones que recorren Salto en un encuentro anual. Respeta y domina las partituras, pero no sólo de pentagramas se nutre, y eso se vislumbra en Recorriendo Uruguay. En el documental Fattoruso (Coralcine, 2017), el técnico de grabación Luis Restuccia sintetiza: “Le encanta irse a tocar a lugares increíbles, a festivales folclóricos, algunos chiquitos donde va y mira a los payadores. Lo que él escucha es de otro planeta. Las cosas que le interesan son las más curiosas de la música auténtica de los países”.
Siempre es una buena noticia un disco de Hugo Fattoruso, una nueva pieza de este inmenso puzle que es su legado y que de a poco empieza a armarse para el gran público. En este caso, una obra con la intención puesta en lo identitario y que abona en un terreno que parecía olvidado –al menos desde el sur del país–, el que tiene a los instrumentos de fuelle como protagonistas y en el que agrupaciones como Los Aparceros, Los Gauchos de Roldán, Sinfónica de Tambores o A Puro Viento, entre otras, vienen de siembra hace más de dos décadas. El músico brasileño João Bosco, en el documental de 2017, intentó explicar qué hay detrás de este creador: “Su música se fue sofisticando a través del acordeón, de los teclados, y fue ganando connotaciones de una música popular que no encuentra barreras ni límites. Ella, inclusive, dialoga con cierta música del mundo formal, del mundo más erudito. Y al mismo tiempo, su base es muy popular, donde el ser humano y la cultura local están muy latentes”. Por el momento parece que Hugo no tiene intención de quedarse quieto. Que siga el viaje.
Recorriendo Uruguay. De Hugo Fattoruso. Montevideo Music Group, 2021. Disponible en plataformas.