Los pueblos y las ciudades pequeñas, esos enclaves donde todo el mundo se conoce y la vida privada es intervenida, indefectiblemente, por la mirada de la comunidad, suelen tener algún personaje disonante, anómalo en su integración al colectivo, débil mental, estrambótico, propenso a ciertas excentricidades que los otros, los cuerdos, toleran y en ocasiones propician, al que suelen llamar opa, bobo, lunático, abombado, pasmado, infeliz o retardado, y que se constituye en el loco del pueblo. Ante los ojos de esa suerte de paria aceptado, de esa desviación de las costumbres que se tolera por su propia indefensión o ingenuidad, desfila el mundo con todos los misterios y matices, mucho más inaccesibles y arcanos por encontrarse esa mirada privada de razón. O no.

Hace exactamente cien años, el periodista y novelista checo Jaroslav Hasek publicó la novela El buen soldado Schweik, en la que contó la guerra a través de los ojos del loco del pueblo. La guerra en cuestión es la Primera Guerra Mundial, inaugurada en la página inicial del libro con las repercusiones que genera en un suburbio de Praga el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, en Sarajevo, el 28 de junio de 1914. El héroe, el señor Schweik, es un soldado retirado, al que “una comisión médica declaró débil mental crónico, a causa de haber llevado una vida de vendedor de perros, mestizos monstruosos y revulsivos, que hacía pasar por pura sangre”, y que al principio de la novela, mientras se unta con una pomada las reumáticas rodillas, dialoga con su casera sobre la identidad del tal Fernando asesinado.

El arte de Hasek, que murió tuberculoso antes de cumplir 40 años, bohemio empedernido, bebedor inveterado, amante de la noche y de la farra (en un momento abandonó esposa e hijo para irse a vivir a un burdel), desmitificador y embustero (como redactor de una revista zoológica llegó a inventar animales y a crearles genealogías, antes de que lo echaran a patadas), es una vuelta de tuerca sobre su propia experiencia como soldado: en 1915 se alistó en el ejército austrohúngaro, en la zona de Galizia, y tras una ofensiva de las tropas rusas que aisló a su unidad en el campo de batalla, se cambió de bando y comenzó a combatir junto a los rusos. Ese desprecio cenital sobre el arte y la técnica del combate, sobre la barbarie implícita en cualquier refriega, sobre la hipocresía de los altos mandos que dirigen a la soldadesca como reses hacia el matadero, está en el centro mismo de El buen soldado Schweik.

Todo ocurre ante la mirada del antiguo soldado que debe volver a la acción, a la primera línea de combate. No hay heroísmo en las aventuras bélicas de Schweik, ni patriotismo, ni arrojadas acciones heroicas. El mundo descrito es ruin y execrable, los hombres amontonados en barracones y trincheras saben que los aguarda una muerte anónima, y sus preocupaciones pasan por la forma de evadir las salidas al frente y el grosor de las raciones de salame que reciben de la cocina. Cuando el regimiento que integra Schweik llega a una ciudad que aún no ha sido abandonada, recibe la visita de dos damas de la Liga de Bienvenida a los Héroes. Las mujeres les entregan unas plegarias escritas por el arzobispo de Budapest, en las que el propio salvador se constituye en Mariscal de Guerra: “Que Dios bendiga nuestras bayonetas para que puedan penetrar profundamente en las entrañas de nuestros enemigos. Que el Todopoderoso, en su Rectitud, dirija el fuego de nuestra artillería sobre las cabezas de los jefes enemigos. Dios Misericordioso, concédenos que todos nuestros enemigos sean ahogados en la propia sangre de las heridas que nosotros les inflijamos”.

Profundamente antinacionalista, antibelicista y desmitificadora de todo el estamento militar (del coronel Kraus, uno de los superiores de Schweik, se dice que “lo notable era que este imbécil había ascendido relativamente de una manera rápida. Durante las maniobras hacía milagros con su regimiento. Nunca llegaba a tiempo, dejaba el regimiento formado en columnas, a merced del fuego de las ametralladoras, y en una ocasión, en años anteriores, durante las maniobras imperiales del sur de Bohemia, se perdió con regimiento y todo. Aparecieron en Moravia, donde marcharon varios días, después que las maniobras habían terminado”), El buen soldado Schweik desmonta a través del humor cada convención que rige a la vida en sociedad, esos mismos acuerdos que a diario respetamos para ser considerados personas de bien. El hecho de que su protagonista sea un opa, un desclasado del sistema, le otorga al libro una marca indeleble, que integra y al mismo tiempo deja fuera de las miserias al lector.

Una nota final: los pasajes citados más arriba provienen de la traducción de Ricardo De Benedetti para la editorial argentina Siglo Veinte. Mi cascoteado ejemplar se imprimió en junio de 1946. Hay nuevas traducciones para nuevas ediciones (Editorial Arte y Literatura, Ediciones Destino, Galaxia Gutenberg y Editorial Acantilado), lo que viene a subrayar el hecho de que el soldado opa de Hasek ha sabido moverse con soltura a lo largo del siglo que lleva en marcha.