Quien quiera conocer qué escriben los uruguayos tiene que viajar a Uruguay y conseguir los libros allá. Los uruguayos no dan la pelea por la distribución. Probablemente tampoco esperan que los latinoamericanos los lean. Saben que desembarcar en Buenos Aires es más pegarse con la nariz en el muro que ampliar el círculo de lectores. Y quizás sea esta circunstancia (u otras) lo que explica por qué los uruguayos escriben para ellos mismos. Quienes no somos uruguayos quedamos fuera.

Las historias están cargadas de sobreentendidos. Al lector de América le va a costar siempre encontrar la llave para acceder a esos significados uruguayos. Imposible entender que al alejarse un par de kilómetros del centro de Montevideo se entra en una dimensión de tiempo y espacio diferentes, quizás paralelos. Los héroes de la ficción uruguaya parecen vivir entre dos mundos. Montevideo está ahí, de espaldas al resto del país; el interior de Uruguay vive tranquilo a pesar de la capital.

Montevideo no tiene esos barrios extremadamente conspicuos y amurallados. Tampoco hay centros financieros en altura que apenas interactúan con los barrios medios o los asentamientos pobres, como en la mayoría de las capitales de América Latina. Entonces los personajes montevideanos son los únicos en el continente que viven en una ciudad completa. Es interesante observar que muchas veces se movilizan a pie y fijan en bares, cafés, librerías, esquinas y ventanillas de oficinas públicas su ruta de viaje de cada día.

En la ficción está siempre presente el río. En eso la capital y la zona ribereña del oeste se igualan; parecen estar todos sentados en la banca mirando un partido en la cancha y esperando que los llamen para entrar a jugar. Pero qué pasa realmente en el río. No hay un gran partido. Aparte de algún bote o barco que lo cruza durante el día, no pasa nada. Es quizás esa observación tranquila de un escenario quieto lo que marca el tiempo en Uruguay.

Los pisos de madera, las calles bajo la sombra de los plátanos orientales, los almacenes y restoranes atendidos por sus dueños parecen ser tan obvios que los escritores rara vez los mencionan. Un extranjero no se alcanza a enterar de que estos elementos extintos todavía se conservan en Uruguay, salvo que vaya allá y recorra él mismo sus calles.

Las voces de fuera de Montevideo no ahorran palabras para pintar a la capital como un infierno. Subir a un bus en la terminal de Tres Cruces implica caer en un abismo o elevarse a una cumbre, dos planos que en el Uruguay, geográficamente llano, no existen.

Las historias del interior son un panal de avispas. El extranjero que alguna vez vibró con la ficción de Tacuarembó, Salto, Treinta y Tres o Rivera, si visita un día esas ciudades, no va a entender cómo ese contexto de siesta permanente puede generar personajes y hazañas propios de la mejor literatura.

En ese “no Montevideo” que es el resto de Uruguay está el pulso, el color y sabor del país. Ahí está el Uruguay. La literatura que da cuenta de la ebullición de esa tierra tiene todos los elementos que un extranjero del sur de América necesita para sentirse en casa, entre amigos. El mapa no importa, porque esas historias son tan cercanas y reales que podrían estar pasando en la calle donde vivo.

Pero esas historias cercanas traspasan lo que podría pasar a la vuelta de mi esquina. Primero está ese calor abrasador del mediodía, que enseña a detenerse y descansar. Después, la frontera, río o planicie, no es un muro sino una razón para ir más allá a contagiar a otros de esa locura tranquila de Uruguay.

Hago esta reflexión como acción de respeto a los autores de editoriales uruguayas y a aquellos que, entendiblemente, han cedido su obra a las empresas transnacionales.

El autor es chileno. Dice que por su trabajo como corredor de vinos ha dado muchas vueltas y eso le permitió llevar a su casa libros que de otro modo nunca habrían llegado a leer. “A Uruguay le debía un espacio justo en mi repisa”, explica, y agradece a lectores, escritores, editores y trabajadores que ponen tiempo y esfuerzo para “mantener la literatura en movimiento mientras el mundo sigue ocurriendo allá lejos de nuestra calle”.