La idea de Metro de Montevideo tiene más de diez años. Comenzó con un mapa que, usando elementos gráficos presentes en diagramas de subterráneos del mundo, imaginaba nuestra capital como si contara con este medio de transporte.

En 2010,una serie de postales celebraba el aniversario de su inauguración, y un año más tarde se editaba un libro que parecía importado de una Montevideo alternativa, en la que Emiliano Cotelo entrevistaba al ingeniero Estero Bellaco durante varias etapas de ese proyecto que le cambiaría la cara a la ciudad.

Las imágenes, que se ampliaron en número desde las postales al libro, mostraban precisamente el cambio. Estaciones varias, trenes elevados (de hecho, las líneas subterráneas son minoría) y protestas de las compañías de transporte colectivo iban construyendo un mundo tan realista que algún turista incauto podría llegar a pedir instrucciones para tomarse el metro.

Detrás de este gran proyecto se encuentra Marco Caltieri, quien supo crear mundos bastante más inverosímiles en la ya mítica revista ¡Guacho! y ahora se encuentra en plena construcción de la pata audiovisual de Metro de Montevideo, luego de haber ganado la tercera edición del fondo SeriesUy.

Con la filmación recién terminada, Caltieri conversó con la diaria sobre todo el camino recorrido por algo que empezó como líneas de colores sobre un fondo negro.

¿Puede ser que algunos mapas de metros del mundo generen más fascinación que el metro en sí? ¿Por qué nos gustan tanto?

Creo que hay algo en los mapas en general, que son como trampas para nerds. Hay algo bello y ridículo en querer representar el mundo o un mundo en particular en un papelito. Es una empresa destinada al fracaso. Y los metros, creo yo, tienen un tipo de simplificación de la realidad que es fascinante. Todo es lindo en esos mapas. Las geografías urbanas sinuosas o sin sentido en esos mapas toman ángulos rectos o en 45 grados. Las ciudades son mucho más lindas en los mapas de metro. Todo parece ordenado y racional, porque además es un mundo subterráneo. Es como si el que hace esos mapas creyera que por ir por abajo, la ciudad es mejor. Los mapas de metros son el triunfo de la razón sobre la barbarie. Pero en un papelito. Es una batalla ganada a la imaginación, porque en el mundo real las ciudades son lugares feroces y crueles. Los mapas de metros son lugares seguros, o en donde los chiflados con ansiedad nos sentimos más seguros.

Metro de Montevideo fue creciendo en forma bastante orgánica, de un mapa al sitio web, las postales, el libro... ¿Qué te impulsaba a seguir construyendo este mundo?

Sospecho que mi total falta de talento. Sólo se me ocurre insistir mucho en las pocas ideas que tengo. En algún punto de mi vida descubrí que es más importante empujar algo que hacer algo nuevo. O que empujar algo viejo es una manera de hacer algo nuevo. Al menos, es muy divertido extremar los límites de una idea. Creo que esta idea –fingir tener un metro en una ciudad que sufre por no tener uno– es una buena idea, una de las pocas que he tenido. Entonces, empujarla hasta el límite es una reflexión acerca de mis propios límites. Y me divierte ver cómo ese mundo crece en sentidos interesantes o insospechados, al menos para mí. Hoy el proyecto es un universo hecho y derecho, al menos la serie se lo plantea así. En algún momento pensé en escribir un libro que fuera el resultado de un concurso literario para cuentos sobre el Metro de Montevideo. Y escribir cuentos imitando a autores nacionales. También pensé en dejar tickets del metro tirados por ahí. Hay algo de haraganería también. Porque no es muy fácil crear un universo y después es un lugar cómodo, porque ya sabés dónde quedan las cosas o hacia dónde podés seguir empujando los límites internos del artefacto. Resumiendo: una mezcla de falta de talento, haraganería y sensación de que insistir con algo de manera inusual te lleva a algún lugar nuevo.

Hay una mezcla de críticas al modelo privado y también al sistema de transporte, al menos el de hace unos años. ¿Cómo manejaste ese equilibrio?

El libro empezó a desarrollar una idea que tengo acerca de la burocracia como un patrimonio no exclusivamente público. Usualmente se pone énfasis en la burocracia pública pero se habla poco de la privada –capaz que se habla un montón y yo no lo sé, ojo–. De hecho, mucha de la burocracia pública es un espejo que el Estado pone frente a los privados. Laburé toda mi vida en el sector privado y he visto ejemplos de ineficiencia, desidia, abandono, confusión y tontería elevadísimos. La verdad es que no sé mucho sobre transportes. Sé lo que sabe cualquier montevideano que demora una hora en un ómnibus con velocidades de la década del 60. Pero sí sé algo sobre escuchar conversaciones, y esto del metro es una conversación muy larga que los montevideanos tienen desde hace unos 70 años. Es mucho tiempo para estar hablando de algo. Entonces hay un equilibrio entre lo que se dice, lo que piensa el colectivo, y lo que yo creo.

Siguiendo con equilibrios, ¿cómo decidiste el nivel de verosimilitud del proyecto? ¿La idea era engañar al incauto o es sólo una consecuencia de la calidad de los montajes?

El nivel de verosimilitud viene de mi trabajo. Yo me gano la vida haciendo publicidad. Y la publicidad construye un mundo determinado, al servicio de una marca, de una institución, de un cierto mensaje, con unas determinadas herramientas. Usar esas mismas herramientas para crear algo francamente ficticio con apariencia real es muy tentador. Al menos para mí. Era cuestión de tiempo, ponele. Y sí, hay ganas de engañar a incautos, o al menos, también, usar el proyecto para advertir sobre la creación de una realidad que no necesariamente tiene que ser verdadera. Nicolás Branca, que es un gran diseñador gráfico, me explicó que el diseño gráfico configura un sistema experto. Es decir, un sistema de signos en el que uno confía per se. Si un cartel te dice que el aeropuerto está a diez kilómetros, vos confiás en que, en efecto, hay un aeropuerto a diez kilómetros. Es raro que un cartel se tome el trabajo de mentirte y no exista ningún aeropuerto. Me gusta tener una pieza de diseño gráfico que mienta. O unas fotos que mientan. O una serie que mienta.

Cerrando el tema del libro, entre la mitología, las entrevistas y las imágenes, ¿qué parte fue la más divertida de crear?

Fueron como pantallas para pasar. Siempre me divertí en todas. Después de hacer el afiche, pensé en hacer los montajes de la ciudad intervenida por el metro, luego en darles cuerpo a esos personajes. Más tarde, hacerlos hablar. Más o menos tiene que ver con eso que te decía de empujar los límites.

¿Cómo fue el proceso de llevar la idea a un guion audiovisual? ¿Qué tipo de historia se va a contar?

La historia es la de una empresa, el Metro de Montevideo, que cumple 25 años y encarga un documental. Lo que vamos a ver son los restos de ese documental, a los que vamos a sumar otras entrevistas, infomerciales, comerciales, materiales anexos y encontrados de ese universo. Como si fragmentos de ese universo fueran ensamblados en este para contar el auge y la decadencia de la empresa que regentea el metro. El proceso fue largo y bastante duro. En algún momento escribí un largo pensado como un falso documental –muy a la manera de This is Spinal Tap–, que fue mutando en tres episodios de una serie. Cuando ganamos el fondo SeriesUy armamos un equipo de guion con Diego Nietto, Gervasio Della Ratta, Gustavo Etchandy y Constanza Silva. Hicimos un arco narrativo, sumamos personajes, ampliamos el mundo y pensamos tramas de episodio en episodio. Luego cada uno escribió un par de episodios y yo les pegué una repasada general para igualar el habla de los personajes, sembrar personajes nuevos e interesantes en episodios más tempranos, etcétera. Cada episodio plantea un problema que no es solucionado y genera un nuevo problema, así de episodio en episodio. Hay uno dedicado a la yerba que los usuarios tiran en los andenes, otro dedicado a un tecnogurú, otro a un jingle fallido, una campaña contra los suicidios, una estación embrujada y un plebiscito contra el metro, entre otros.

¿Cuánto hubo que sacrificar por temas presupuestales? Porque el Photoshop permite crear realidades que en posproducción son un poco más caras.

La serie tiene esas intervenciones urbanas como algo lateral. Son alivios dentro de la trama y no lo central. La serie trata más sobre la distancia que existe entre la gestión y la comunicación que sobre subterráneos. De todas maneras, hay lindos planos de esta Montevideo de un universo paralelo intervenida por estructuras ferroviarias. Bocas de subterráneo, trenes elevados afeando el paisaje, esas cosas.

El dinero de SeriesUy no cubría los costos de realización. ¿A dónde salieron a buscar el resto?

Con Aníbal Prato, mi socio en la productora Cholo Films, y Clara Charlo, productora ejecutiva de la serie, buscamos y encontramos otros fondos que nos permitieron completar casi toda la serie. Teníamos SeriesUy, que está financiado por el canal 5, TV Ciudad, el Instituto Nacional del Cine y el Audiovisual Uruguayo y el Ministerio de Industria, Energía y Minería, y ganamos Montevideo Filma, que es de la Intendencia de Montevideo. Además, aportamos fondos propios. Es bastante impensable que los medios privados financien ficción. Sin esos fondos públicos esta –y casi toda otra– ficción nacional sería imposible. De todas maneras, estamos buscando espónsores privados. Este mundo del metro, por momentos, pide que haya publicidad. Cuando ves las estaciones del metro, comprobás que un buen reclame de laxante quedaría muy bien ahí.

¿Cuánto influyó el coronavirus en la filmación?

Filmamos bajo estrictos protocolos que la industria audiovisual estableció en 2020 junto al Ministerio de Trabajo y el Ministerio de Salud Pública, pero la realidad de tener contagios por todos lados hizo muy difícil el rodaje. Teníamos que estar muy enfocados, porque lo más relevante, sea lo que sea que estés filmando, es cuidar a las personas que están trabajando.

¿Cuándo tendremos novedades de la serie?

Esperamos que en el segundo semestre de este año. En un par de meses seguramente liberemos el tráiler.

Las actuaciones

“Actúan Bananita González, Jimena Márquez, Martín Larrosa, Maxi González, Jimena Vázquez, Alejandro García, Aldo Martínez, Leonor Chavarría, entre otros. Y haciendo más o menos de sí mismos, Fernando Vilar, Tabaré Rivero, Pedro Dalton y Marcelo Fernández, Noelia Campo, Martín Buscaglia, Maxi de la Cruz, Guillermo Lockhart, Camila Cibils, Soledad Legaspi y Gerardo Nieto”, reveló Caltieri.