Esta película causó cierta sensación en el circuito de festivales, ganó varios premios (entre ellos, en Sitges, como mejor película en la selección de cine fantástico y revelación como director) y fue muy bien promocionada en el circuito de cines de arte mundo afuera. En Uruguay se exhibió en Cine Universitario en 2019, y ahora está disponible en +Cinemateca.

Una de las cosas que más llaman la atención es el menjunje de elementos genéricos: una película estadounidense, rodada en California, hablada en persa y con todos sus actores inmigrantes iraníes o descendientes de iraníes, que se ubica en una imaginaria y desolada Ciudad Mala (el nombre original es bilingüe: Shahre Bad), donde la cartelería callejera está en alfabeto árabe y que está poblada por drogadictos, indigentes, prostitutas, bellas chicas fiesteras, una ricachona libidinosa y un dealer de heroína que parece un villano de Mad Max. Hay una joven vampira que anda por ahí en skate y con una remera a rayas muy 1960 por debajo de su chador negro. Ella vive una especie de romance (no queda claro si hay o no hay sexo en juego) con Arash, un joven cuya pinta está moldeada en James Dean y que maneja un ambientado Ford Thunderbird. La película está en un blanco y negro bastante contrastado, que nos acerca a elementos de terror, cine noir y a la estética de historietas monocromáticas. La banda musical combina canciones preexistentes de electro pop estadounidenses e iraníes entreveradas con referencias sonoras de spaghetti western y clichés de cine de terror.

La película no sólo parece haber agarrado esa mezcla de referentes, sino también referentes para tratar mezclas de referentes: Sin City (la película y la historieta) y David Lynch, en especial, además de una cercanía con otras películas arty de vampiros enamorados realizadas poco antes (Sólo los amantes sobreviven, de Jim Jasmusch, 2013; y Criatura de la noche, de Tomas Alfredson, 2008). Ese espíritu posmo puede haber sugerido el aire ochentero: en Shahre Bad no parece haber celulares ni computadoras, la gente escucha música en casetes y en el cuarto de la vampira hay afiches de Madonna, Bee Gees y Michael Jackson.

Más allá de que Ana Lily Amirpour logró una combinación peculiar de elementos como para dar cierta personalidad a su película, no parece haber ido mucho más allá del concepto referido al clima, al lugar y al diseño de la vampira (que eran los que estaban en el corto de 2011, con el mismo título del largo, y que sirvió de base para este). Lo vertebró con un lugar común: la condición de vampira funciona como representación de una persona medio diferente, nocturna y solitaria, propiciando el encuentro con el muchacho que también es solitario y diferente. En el costado ético, se enfatizaron aspectos vinculados con el feminismo. El título Una chica vuelve a su casa sola de noche es irónico, porque esa expresión hace pensar en una situación peligrosa, pero aquí es al revés: son los varones que andan solos por la calle de noche los que amanecen muertos, desangrados en la vereda, vampirizados por la chica. El principal hallazgo de la película es la similitud entre el chador usado por la muchacha y la tradicional capa de Drácula: el símbolo de sumisión y el de agresión condensados en una misma tela negra. En otro orden de cosas, el deslizarse sobrenatural de Nosferatu se identifica aquí con un prosaico skate.

El sustrato “feminista” tiene costados problemáticos. La película asume ese tipo de postura según la cual las prostitutas son objeto de piedad pero sus clientes son merecedores de castigo. Es un asunto complejo y que tiene un sinfín de matices, pero la postura aquí puede tomarse como un viso de moralismo, si pensamos que Arash, el único varón digno de la compasión de la vampira, parece seguir (únicamente en el terreno del vínculo entre sexos) los preceptos de puritanismo islámico referidos a que, por ejemplo, no está bien para la reputación de una mujer que un varón se quede a solas con ella en una habitación. El vínculo entre Arash y la vampira puede que sea sexuado, pero, en todo caso, esto está pudorosamente omitido de la pantalla: no vemos un solo beso entre ellos. Es decir, en la práctica, no estamos tan lejos de la actitud pro castidad de Stephenie Meyer, la autora de Crepúsculo. También es rara la instancia en que la vampira aterroriza al gurisito de 12 años, que no le hizo nada a ella ni a nadie más, mostrándole sus dientes y poniendo voz de monstruo para inculcarle la idea de que no se olvide de ser “un buen chico” (sin más explicaciones de qué sería esto). Vaya pedagogía moral.

Más allá de todo eso, el ritmo lento de la película, su énfasis en los climas más que en el desarrollo de la anécdota, contribuye a poner de relieve varios motivos que podemos vincular con el vampirismo: las inyecciones de heroína en las venas como una vampirización al revés; las bombas de extracción de petróleo como vampirizadoras de los suelos; Arash pincha los lóbulos de la vampira para ponerle las caravanas y esto también puede verse como vampirización. Y está, sobre todo, ese plano muy lindo, de tres minutos de largo, en que Arash disfrazado de Drácula se acerca al cuello de la vampira vestida de civil antes de que se den un abrazo, mientras suena “Death” por White Lies.

Una chica vuelve a su casa sola de noche (A Girl Walks Home Alone at Night). Dirigida por Ana Lily Amirpour. Con Arash Marandi. Sheila Vand, Mozhan Marnò. Estados Unidos, 2014. +Cinemateca.