Tras el fallecimiento de Jorge Larrañaga, ministro del Interior y dirigente del Partido Nacional de larga data, los adherentes a su colectividad política compartieron por doquier la oración “Hay orden de no aflojar”. Con el paso de los días, se desató la polémica a raíz de que las palabras fueron escritas en la pared de una dependencia policial, con las inequívocas iniciales del político.

Hay un componente hipnótico en la construcción de la consigna que la hace muy poderosa para propios y extraños. Hay varios elementos que se pueden observar; puede verse, por ejemplo, la métrica octosílaba: hay orden de analizar / la frase politizada, / buscaré no patinar / ni abusar de la payada. Hay que esperar para ver si aparece un folclorista o tal vez un publicista que aproveche la ocasión para hacer una canción o el jingle para una lista.

Quien haya leído atentamente el párrafo anterior habrá notado, además de los versos, la repetición del verbo “hay”, típico de ciertas oraciones impersonales, construcciones del español que se caracterizan por carecer de “sujeto expreso o sobreentendido”, según dice la Nueva Gramática de la Real Academia Española. Esto significa que no puede encontrarse un argumento de la oración que concuerde en número y persona con ese verbo inmovilizado en tercera persona del singular como es la característica del sujeto. Obvien esto quienes detesten la gramática: no hay sujeto sino objeto directo, ya que orden/órdenes no concuerda en número y persona con el verbo y puede sustituirse por los pronombres la/las. Se puede decir hay orden y también hay órdenes, y, en pretérito y futuro, hubo/habrá orden/órdenes.

Pero el interés radica, más que en lo sintáctico, en lo semántico, dado que, en construcciones como la que nos ocupa, no se puede identificar un agente. ¿Quién da la orden? No podemos conocer si proviene de un jefe netamente identificable o si simplemente está en el aire, entre esa gente. Más que dicha por alguien, es recibida y transmitida de boca en boca. ¿Fue Aparicio Saravia, el que se rebelaba contra el gobierno colorado de fines del siglo XIX y principios del XX, quien pegó el grito? ¿Hay documentos que acrediten la autoría? ¿O el acto de habla directivo simplemente bulle en la tropa rural que le planta cara al poder capitalino? Seguramente la consigna vive en el imaginario de la colectividad política que busca su identidad en la rebeldía.

Se ha asociado la consigna con un espíritu militarista, tal vez por vincularla con algunas de las propuestas del malogrado líder y con los propios cuerpos policiales, dentro de cuyas filas al parecer el político sanducero tenía bastante aceptación. Es posible que el sustantivo deverbal “orden” genere una impresión de verticalismo marcial. No obstante, sin conocer casi nada de la jerga militar o policial, no creo que “no aflojar” pueda ser algo ordenable. “Le ordeno no aflojar” parece más un relajamiento de la formalidad institucional que una sujeción a la disciplina regular, hasta por el tono marcadamente dialectal de “aflojar”. Da la impresión de que la efectividad de la combinación de las palabras viene de la aparente formalidad verticalista del verbo en contraste con el registro informal de lo supuestamente ordenado, que se siente como una incitación a mantener la cohesión grupal frente a la oposición de una entidad más organizada y poderosa, algo así como un ejército gubernamental de cuando los blancos también se decían “defensores de las leyes” y peleaban “por la patria” o cuando Aparicio manifestaba que prefería ver a sus hijos pobres y con patria que ricos y sin ella.

El grupo se da ánimos agonísticamente, como el “hay que poner más huevo” que baja de la tribuna, para superar algo o a alguien. Hace más de un siglo, la confrontación estaba dada contra el poder colorado, como queda divertidamente claro en la también expresión blanca “el gobierno se nos sublevó”. En nuestros días, se la puede oír como un símbolo anacrónico, un llamamiento a la militancia constante o bien la lucha contra la delicuencia que Larrañaga decidió representar primero desde la oposición, desde sus propuestas reformistas aceptadas por unos y rechazadas por otros o, ya en el gobierno, al frente de las fuerzas del orden. Esto último parece resultar paradójico, ya que los blancos batallaban contra el gobierno desde cuyos parapetos lo hacen hoy. Hace falta algo a lo que oponerse para unir a la tropa, de modo que resulta natural el rechazo que estas pocas palabras suscitan en los adversarios, una lógica de combate que es recibida claramente así por quienes no adhieren a la épica nacionalista y la ven teñida de otredad, barbarie y violencia.

Los blancos están inmersos en el fragor de las palabras, hasta el paroxismo de un proyecto de ley de Sartori que parece querer “legalizar” la oración escrita en la pared de una comisaría, lo cual puede ser espantoso o muy divertido, de acuerdo a si uno se toma la vida como una tragedia o una comedia. La izquierda se opone con argumentos constitucionales y desde su sensibilidad, aludiendo a una eventual confusión de lo partidario con lo institucional, y el caso más interesante tal vez sea el de varios colorados, quienes se apegan a la letra escrita y tal vez a antiguos resquemores que aún laten. Quizá una frase como “aire libre y carne gorda”, también vinculada con el riñón de la divisa blanca, podría haber sido aceptada por más uruguayos y haber homenajeado al caudillo. Esta última tiene el requisito de ser una metáfora muy concreta fabricada con sustantivos y adjetivos, aunque habría recibido el rechazo visceral del veganismo animalista y críticas fundamentadas de nutricionistas y de la Sociedad Uruguaya de Cardiología.