Luego de que terminara de publicarse la colección “Obra completa” de Jaime Roos, que incluye 20 volúmenes en CD con su discografía remasterizada –un proceso que llevó cinco años–, el tren de reediciones en vinilo del cantautor viene avanzando a muy buen ritmo. Ahora, en el formato grande, negro y redondo, le tocó el turno a Aquello (1981), exactamente 40 después de ser publicado por primera vez.
Es el álbum que inició una especie de trilogía con la que Roos terminó de definir su estilo y al mismo tiempo forjó un mojón ineludible de la música popular uruguaya, con una buena cantidad de himnos inmortales. Esa santísima trinidad se completaría luego con Siempre son las cuatro (1982) y Mediocampo (1984), dos discos que, justamente, fueron los primeros en descansar en las bateas en esta camada de reediciones en vinilo a cargo del sello Bizarro.
Aquello es el último disco que Roos grabó en su exilio en Francia, y lo hizo en el estudio Frémontel, de Normandía, durante el segundo semestre de 1980. Contó con un plantel de músicos multicultural (desde Jorge Trasante y el argentino Osvaldo Caló hasta el estadounidense Paul Stocker) que quedó plasmado en los diferentes estilos del disco, con diez canciones de estructuras concretas, no como el álbum anterior de Roos, Para espantar el sueño, que tiene mucho de viaje psicodélico y onírico –hasta la más “estándar” de sus canciones, “Retirada”, lleva una coda larguísima, que contraviene los cánones del pop, aunque es hija de “Hey Jude”, de The Beatles–.
En el disco sobresalieron dos canciones, las más uruguayas, que luego fueron incluidas en el compilado Brindis por Pierrot (1985): “Aquello”, un candombe milongueado con pizcas de tanguez –por el bandoneón– cantado magistralmente por José Carbajal, el Sabalero. Así se dio el puntapié inicial a lo que luego sería un sello de Roos: invitar a otros músicos a poner la gola a disposición de algunas de sus canciones, partiendo de la base de que la voz es un instrumento más –¿si se puede invitar a instrumentistas, ¿por qué no a cantantes?– (en el mismo álbum también está el bolero “Tu laberinto”, con la voz del venezolano Raúl Mayora).
No podía ser otro que el Sabalero el que le diera el color necesario –barrial, de la calle, pícaro– a “Aquello”, una canción que juega con la palabra que le da el título como un amplio estante al que se le puede colocar casi cualquier cosa, y que en plena dictadura podía tener un sentido muy concreto: “En la noche fría / se ha perdido aquello. / Se extravió su alma / en el vendaval. / Tanta hermosura / que alegró las tardes, / que encendió las luces / de nuestra ciudad”.
En el cancionero para guitarra de Roos publicado por el Taller Uruguayo de Música Popular, el músico señaló: “En el momento de componerla, ‘aquello’ eran, para mí, los tupamaros, los Beatles y la voz de Carlos Solé. Ahora bien, la canción fue concebida como un comodín, en donde cada persona puede darle el sentido que quiera”.
Pero fue sin duda “Los olímpicos” la que se despegó aún más que el resto de las canciones de Aquello, para convertirse en el primer éxito de Roos, aun cuando la dictadura prohibió que la pasaran por la radio. Se trata de la primera murga canción –estrictamente, un cuplé– pura que compuso el cantautor, sobre los uruguayos que se exiliaban por motivos económicos –aunque algunos la interpretaban por el lado de los motivos políticos–.
El autor y su obra
Aprovechando las cuatro décadas de su edición original, esta reedición incluye un material extra que vale la compra –además de lo impecable de la remasterización, claro está–: un librillo de casi 20 páginas –en formato revista– que se vale de las bondades de tamaño que permite el vinilo. Adentro encontramos un extenso y detallado desglose, canción por canción, a cargo del periodista Andrés Torrón, que recoge comentarios de Roos, y también fragmentos de partituras y de manuscritos de algunas de las canciones.
Uno de los tesoros que se encuentran en el librillo –a página entera– es el manuscrito original de “Los olímpicos”, en el que descubrimos que había una estrofa completa –que hacía referencia a España y a los gallegos– que luego el músico tachó, además de otros versos, referidos a los que estaban en Estados Unidos y no sabían inglés: “Viven como sordomudos / sólo saben decir yes” (en el manuscrito esta estrofa no está tachada, pero, como todos recordamos, no terminó formando parte de la canción). También se puede comprobar el fino trabajo de orfebrería de Roos en las letras, ya que se ve el cambio de algunas palabras de similar significado pero distinta musicalidad (“ya está cerca” por “se aproxima”).
Las canciones son analizadas por Roos, que escuchó el disco junto con Torrón, desde su perspectiva actual, y comenta su visión sin tapujos. Por ejemplo, dice que la canción “Alacrán”, la que abre el disco, le gusta mucho “musicalmente”, pero “la letra es realmente mala” y “es una pena que no esté a la altura de los acontecimientos”. También habla de la reacción que esperaba de algunas canciones, como de “Te quedarás”: “Me sigue gustando esa música, llena de guiños y de preciosismos. Sin embargo, para mi sorpresa, nadie le prestó atención. Hay muchos temas raros en mis discos que siempre alguien pide en mis conciertos. Nunca nadie en la historia me pidió ‘Te quedarás’”.
Por último, Roos reflexiona sobre el disco en su conjunto: “Fue un punto de quiebre conmigo mismo, con mis discos anteriores, con mis raíces, con la música uruguaya. Yo creía en aquel momento, encerrado en una buhardilla, que ese proyecto que tenía por delante iba a convertirse en algo relevante. Mi apuesta era a que algo iba a pasar”.