El catálogo del sitio de streaming Qubit.tv está plagado de clásicos. Entre ellos, comprende un miniciclo de películas de Jean-Pierre Melville (1917-1973), considerado el principal director francés de policíacos y figura tutelar para la generación de la nouvelle vague. El soplón es una de sus obras más célebres, enaltecida por Martin Scorsese y Quentin Tarantino.

Es curioso el ping pong de ideas y gustos entre Estados Unidos y Francia en lo referido al policial. El film noir estadounidense, surgido en la década de 1940, contó entre sus principales influencias al realismo poético francés de la década anterior, y luego el cine francés de los años 1950 y 1960 estuvo marcado a fuego por el noir y a su vez influyó en la Nueva Hollywood a partir de 1970.

Es difícil saber hasta qué punto bandidos y policías parisinos, en la vida real, se manejaban por ahí, hacia 1960, en esos cinematográficos autazos estadounidenses y usaban esos sombreros, gabardinas o sobretodos, y tenían esa actitud cool, comunicándose con réplicas mordaces a lo Humphrey Bogart. Cuando el doctor cómplice saca una bala del hombro de Maurice, el protagonista de El soplón, le comenta: “Te había dicho que necesitabas hierro, pero me refería a la espinaca”.

De lo que no quedan dudas de que era una afectación estética es esa actitud desapasionada de bandidos y policías que procedían más por una especie de mandato que movidos por sentimientos prosaicos como bronca, lujuria, celos, ambiciones o desesperación. Es un mundo de sombras y claroscuros dramáticos, con la iluminación de clave baja, postes de luz aislados en la penumbra, el humo del tren a lo lejos. En los cafés hay músicos de jazz, y la música incidental también es jazzística.

Más allá del asumido influjo hollywoodense, hay también un puente directo con el realismo poético. Es mucho mayor aquí el énfasis en el peso crepuscular de los personajes fatigados, la noción de destino, el sentido de tragedia. Y está también, justamente, esa carga en lo poético: Maurice se mira en un espejo rajado y ve su reflejo fracturado; el agorero número 13 asignado en el guardabultos al sombrero de Silien, uno de sus cómplices. La película se rodó mayormente en estudio y es alevoso el uso de back projection cuando los personajes se trasladan en auto. Son aspectos anclados en la vieja qualité de la que la nouvelle vague se venía emancipando, por más que ganara entre los cineastas jóvenes la simpatía por Melville, amparada en el amor compartido por cierto cine de Hollywood y apoyada en el brillo de las realizaciones del colega mayor.

La masculinidad está exagerada con respecto al noir estadounidense. Aquí no hay ni siquiera mujer fatal, ya que estos bandidos y policías tienen una fuerza moral tal que mantienen sus deseos bajo control. La personaje actuada por Fabienne Dali es una bomba sexual, pero Silien piensa en ella sobre todo como un dulce confort, no como una locura.

Esa asunción de la masculinidad se puede vincular con la mirada dura del film. Por lo normal, en las películas que involucran criminales y policías hay cierta simplificación de los conflictos morales en aras de la comodidad ética del espectador y de la sociedad como un todo. Aquí, sin embargo, Maurice asesina nomás, a sangre fría, a su amigo y protector. Luego sabremos que había un motivo adicional (aparte de quedarse con su plata y joyas), pero nada quita que era su amigo y protector. Silien golpea y ata a Thérèse en forma cruel para obtener información. También veremos luego que había un motivo suplementario, pero es un hombre golpeando a una muchacha indefensa. Ella luego aparece muerta, y hacia el final quien la mató cuenta en una conversación de mostrador: “Fui yo quien le dio el golpe en la cabeza”. Los tres son personajes con quienes empatizamos.

La historia de El soplón es complicada. Cruza dos asaltos (uno exitoso, el otro frustrado), un delator, fidelidades y código de honor entre criminales, traición y misterios, con largos tramos en que no tenemos idea de por qué determinado personaje hace lo que hace. Hay cinco o seis sorpresas realmente sensacionales.

Las actuaciones son increíbles: Serge Reggiani tiene esa expresión profunda y marcada, Jean Desailly exuda autoridad y experiencia, Jean-Paul Belmondo tiene el encanto canchero de siempre, aunque aquí en versión un poco más atormentada. El más impresionante, como es de esperar, es Michel Piccoli representando algo parecido a un villano, en un marco de una discreción, naturalidad, elegancia y humanidad deslumbrantes. No es una buena persona, pero tampoco da para alegrarse cuando termina mal.

El inicio de la película es formidable, con un larguísimo travelling acompañando a Maurice por una especie de túnel, la cámara a veces distrayéndose con el desfile de las luces en el techo, y la música sincronizada con los pasos de él (quizá una sutilísima alusión a El delator, de John Ford, 1935). Presten atención a ese plano-secuencia de ocho minutos y medio en que el inspector de policía interpela a Silien: la cámara gira 360 grados siguiendo los movimientos de los personajes por todo el ambiente, y además se acerca y se aparta de alguno de ellos, o panea abruptamente para mostrar determinada reacción, y la tensión interpretativa de los actores no decae nunca.

Es lindo curiosear en la ficha técnica de las películas antiguas, porque ya conocemos el futuro de muchos de esos nombres. La película es una coproducción del francés Georges de Beauregard y el italiano Carlo Ponti, quienes, entre 1961 y 1963, bancaron varias de las obras maestras de la nouvelle vague. El asistente de dirección fue Volker Schlöndorff y el encargado de publicidad (vaya rol) fue Bertrand Tavernier: ambos se convertirían en importantes directores de cine.

Aparte de esta, hay tres otras películas de Melville en Qubit.tv: El silencio del mar (1949), Bob le flambeur (1956) y Un joven honorable (1962).

El soplón (Le Doulos; en su momento se exhibió en Uruguay como Morir matando), dirigida por Jean-Pierre Melville. Basada en novela de Pierre Lesou. Con Jean-Pierre Melville, Serge Reggiani, Jean Desailly. Francia/Italia, 1962. En Qubit.tv.