La vida y obra de Leonard Cohen (1934-2016) da para sacarle mucho jugo y servirlo en largos vasos documentales, porque hizo y le pasó de todo, y su carrera tuvo un devenir sui generis. Nacido en Westmount, un área angloparlante de Montreal, Canadá, fue poeta y escritor mucho antes que cantautor. A los 22 años ya había publicado su primer libro de poesía (Comparemos mitologías) y editaría tres más, además de dos novelas, antes de agarrar una guitarra acústica y lanzar su disco debut (Songs of Leonard Cohen), en diciembre de 1967, con 33 años, una edad tardía en el contexto de la música popular de esa década (Bob Dylan, por ejemplo, tenía 21 cuando lanzó su homónimo disco debut, en 1962).
Pero aun sin tener en cuenta de dónde venía ni cómo ni cuándo, su carrera musical a secas también fue una rara avis comparada con la de otros cantautores anglosajones. Para empezar, su ser artístico se vio influenciado en forma obsesiva por Federico García Lorca –al punto de que a su hija la llamó Lorca, y supo musicalizar alguno de sus poemas, como el que terminó en la canción “Take This Waltz”–. Y otro español, pero desconocido, que tocaba flamenco en las calles de Montreal, le enseñó los pocos trucos guitarreros que supo, con los que se alejó del típico rasgueo folk de protesta, incorporando el arpegio tremolado amenazante como un sello (“Avalanche”, “The Partisan”, etcétera).
Como si esto fuera poco, su carrera se puede dividir exactamente en dos partes muy diferentes, con la primera de folk de cantautor tradicional, con guitarra y poco más, y la segunda pasada para el otro lado: banda con sonido de sintetizadores, programaciones electrónicas y demás chucherías artificiales, pero siempre manteniendo el compromiso incorruptible con las letras. Fue así que creó genialidades como la canción “First We Take Manhattan” (1988), un siniestro y plástico synth pop en que se pone en el rol de un terrorista: “Me guía una señal en el cielo, / me guía esta marca de nacimiento en mi piel, / me guía la belleza de nuestras armas. / Primero tomaremos Manhattan, después tomaremos Berlín”.
Pero el documental Marianne & Leonard: Words of Love (2019), dirigido por el inglés Nick Broomfield, que acaba de estrenarse en Netflix, no ahonda en nada de esto –es decir, lo artísticamente relevante– sino que, como su título lo indica, se mete de lleno en las idas y vueltas de la relación entre Cohen y su “musa” más famosa, la noruega Marianne Ihlen, que inspiró, entre otras, la canción “So Long Marianne”, incluida en el primer disco del canadiense.
El centro gravitacional del documental está tanto en el amor –y desamor– entre el cantautor y su “musa” como en el escenario en el que se cultivó: Hidra, una paradisíaca isla de Grecia en la que la pareja vivió durante ocho intermitentes años, durante la década de 1960, tomando mucho sol y mucho vino. Allí Cohen terminó de escribir varios poemas y una novela, antes de lanzarse de lleno a la música (la contratapa de su segundo álbum, Songs From a Room, de 1969, es una foto de Marianne junto a una máquina de escribir, tomada en su casa de la isla). En Flores para Hitler (1964) Cohen incluyó el poema “Hydra 1960”, que empezaba: “Todo lo que se mueve es blanco, / una gaviota, una ola, una vela / y se mueve con demasiada pureza para ser imitado. / Aplasta el dolor”.
Dimes y diretes
En el documental se narran aspectos biográficos básicos de Cohen, con interesantes imágenes de archivo –de su infancia, por ejemplo–, y algún que otro mojón de su carrera, como el impulso que le dio Judy Collins para que se lanzara como cantautor, luego de que él le mostrara su primera canción, “Suzanne” –que ella grabó de inmediato–. Pero la mayoría de los testimonios de los entrevistados tiene más relación con la parte amorosa y de personalidad de ambos que con cualquier intento de poner en perspectiva la obra de Cohen. Ni siquiera se les da mucha cabida a las canciones influenciadas por la “musa” (vemos distintas interpretaciones en vivo de “So Long Marianne”, claro está, pero nada de intentar ir un poco más allá).
Así las cosas, Marianne & Leonard: Words of Love tiene bastante de chusmerío de alto vuelo. Para muestra: una entrevistada de las que más aparecen, Aviva Layton –esposa del poeta Irving Layton, amigo de Cohen–, es una señora que parece encantadora y dan ganas de invitarla a tomar el té con scons, pero dice como si nada que la madre del cantautor “estaba loca como una cabra” y que capaz que se acostó con su marido, mientras sonríe con picardía. Jorge Rial debe estar orgulloso.
Las voces en off de Leonard y Marianne aportan un toque en primera persona que se aprecia mucho más que el de sus satélites. Quizás una de las mejores partes de la hora y media de metraje –además de las que tienen a Cohen interpretando su música– son las dedicadas a recordar el pasaje del cantautor por un monasterio zen, en el segundo lustro de los 90. No porque sea algo interesante per se, sino porque nos muestra una faceta de la que no abunda material audiovisual.
Como el documental tiene más que ver con el amor y su pérdida que con el arte, la apelación a la emoción más lacrimógena acecha a lo largo y ancho de la obra, como el tiburón de Steven Spielberg. Lanza sus primeros mordiscos cuando se acerca el final y nos muestra que en un recital que Cohen dio en Oslo (la capital de Noruega), en el marco de su gira 2008-2010, Marianne estaba en primera fila, invitada especialmente por él. Entonces, la cámara hace un primer plano del rostro de ella y vemos cómo cantan al unísono, mientras su examor lo hace arriba del escenario: “Hasta luego, Marianne, / es hora de que empecemos / a reír y a llorar, a llorar y reírnos / otra vez de todo esto”.
En el final, el tiburón lacrimógeno no sólo nos muerde, sino que nos traga enteros: vemos a Marianne en la cama de un hospital –aceptó ser filmada–, recibiendo oxígeno por una bigotera, mientras le leen una breve carta que le mandó Leonard para despedirla de la vida. Por la descripción de esta escena puede parecerles que se trata de un golpe bajo, pero no, es bajísimo... Ella murió el 28 de julio de 2016, con 81 años, y tres meses y poco después murió él, con 82. Esto sirvió para que el documental cerrara de una manera circular, como si fuera ficción, pero está lejísimos de ser lo que merece alguien de la talla de Leonard Cohen. Hay una grieta en todo, pero por esta no entró la luz.
Marianne & Leonard: Words of Love. Dirigido por Nick Broomfield. 2019. En Netflix.