Cuando los espectadores ingresamos a la sala del Teatro Victoria, la actriz ya está habitando la escena, como una parte más de la puesta; un pequeño espacio delimitado por la escenografía, y dos grandes pizarrones que encuadran todo el universo de la acción. Angie Oña nos recibe en un doble sentido. Por un lado, somos los espectadores esperados, que hemos estado ausentes de los teatros tanto tiempo, y por otro, somos parte de la obra, testigos íntimos del proceso de crecimiento del personaje, de las múltiples formas en que aparecerán, a lo largo de su vida, ideas (¿visiones?) que serán la génesis del psicoanálisis.

Angie Oña es Sabina Spielrein, una psiquiatra rusa de origen judío y pionera en el psicoanálisis infantil. El personaje es quien revela, por medio del relato, toda su historia, pero también, casi en un acto místico, la actriz es poseída por la científica para conectar, en escena, ciencia y arte. La obra presenta, entonces, dos niveles paralelos entre dramaturgia y puesta en escena. En el primero, la escritura que es el resultado de la investigación de Oña y que la impulsa a contarnos la vida de Spielrein. Navegamos entre líneas temporales que nos instalan por momentos en un ambiente onírico, descubriendo a una mujer que ingresa al laberinto de su enfermedad para sanarse. En el segundo, la obra se vuelve una tesis que postula al arte como medio de sublimación de las pulsiones inconscientes. ¿Es un retorno a la catarsis griega? No, porque el proceso de sanación sólo se da en la creación que luego vemos en escena.

Es la actriz y dramaturga la que ingresa, con la obra, al universo del arte como una forma de liberación. Tal vez por eso, Ser Humana se constituye en una pieza múltiple. La escena nos instala en una especie de cajita musical como habitáculo en el que se desarrollan los movimientos, porque Oña baila la obra, volviéndola un hecho artístico completo.

A lo largo del espectáculo vamos descubriendo a la niña que fue castigada por su padre, que presenta síntomas de trastorno mental a los cuatro años, y que desarrolla niveles de represión directamente asociados a la violencia intrafamiliar, hasta su ingreso al hospital Burghölzli, en Zúrich, donde será tratada por el doctor Jung. Un tiempo en el que las pulsiones antiguas aparecerán para revelar el genio que la historia ha dejado oculto. “Spielrein dice que una persona busca análogos en el pasado y trae al hoy eso que conecta el pasado con uno mismo”, decía la actriz durante un encuentro celebrado en Tractatus con Renata Udler, psiquiatra brasileña que investigó la vida y la obra de Spielrein. “El material del pasado viene al presente y lo convierte en algo de todos, como el arte “ .

Angie Oña juega toda la obra con el cuerpo como evidencia de la lucha interna entre la mujer que quiere ser libre y las represiones que la torturan, pero también con las palabras, desde la voz a la escritura. La escena se vuelve un espacio de producción de ideas. El personaje escribe en los pizarrones palabras sueltas, como un registro de los momentos en que van apareciendo postulados claves para lo que será, luego, el desarrollo del trabajo sobre la esquizofrenia y sus posibles formas de sanación. Mientras tanto, se va develando la conexión directa entre la forma en que una persona ingresa a su propio universo enfermo para enfrentar a su monstruo y derrotarlo, y el arte, en el que esa lucha se resuelve en un acto lúdico y creativo.

A través de la obra, la actriz y dramaturga nos enseña la vida de una mujer olvidada, una científica e investigadora que elaboró conceptos pioneros que más tarde serían retomados por Freud y Jung. Spielrein fue asesinada por los nazis en 1942, y recién en 1977 su obra recobró valor, cuando se encontró una valija repleta de sus escritos en el subsuelo del edificio que había sido una institución psiquiátrica.

Esto nos permite definir a Ser humana como un acto de justicia.

Ser humana. Dirigida por Freddy González. Dramaturgia y actuación de Angie Oña. Jueves y viernes a las 20.30 en el teatro Victoria.