Esta es una realización francesa de formato estándar, con buenos valores de producción y con perspectivas en el mercado internacional. Cuando fue lanzada, en 2014, el actor principal, Jean Dujardin, venía de ganar su Oscar por El artista (2011, de Michel Hazanavicius). Frente a esas intenciones, abordar la llamada Conexión Francesa era como una idea prevendida, debido a la familiaridad con el clásico The French Connection (Contacto en Francia, 1971). De hecho, el título original usa una de las palabras del título de aquel clásico de William Friedkin (French), mientras que el título adoptado en el mercado local usa la otra (Conexión).

La Conexión Francesa fue el despacho del tráfico de heroína, entre la pasta de amapola oriunda de Turquía y el mercado estadounidense. El centro era Marsella, donde figuras vinculadas a las mafias corsa, napolitana y siciliana se encargaban de la compra y la importación de materia prima, del proceso químico de refinamiento y del traslado a Nueva York. Si The French Connection lidiaba con la parte neoyorquina, aquí vemos la contracara marsellesa.

Los dos personajes principales son históricos. El magistrado Pierre Michel (1943-1981) fue de esas figuras muy presentes en los países euromediterráneos, en los que los jueces ocupan un papel especialmente activo en el combate al crimen organizado, y uno, obstinado e incorruptible como fue él, puede hacer una diferencia considerable. Su asesinato, a manos de mafiosos, fue un traumático llamado de atención hacia la escalada de las mafias en cuanto poder paralelo. Por otro lado, el “padrino” Gaëtan Tany Zampa (1933-1984) fue la figura dominante de las actividades mafiosas en Marsella en los años 1970, y su caída implicó el desmantelamiento de la Conexión Francesa. La película pone a Michel y Zampa como némesis el uno del otro, y los acompaña en proporciones similares, mostrando sus actividades respectivas y también escenas en familia y otros aspectos más personales. Quizá como forma de enfatizar la oposición, eligieron a dos actores bastante parecidos, lo que puede ser un problema durante la primera media hora de metraje para quienes no tengan mucha facilidad fisionómica. La similitud se acentúa, además, con el hecho de que Michel se percata de que es imposible jugar limpio con una estructura mafiosa, y empieza a usar métodos ilegales para obtener información y arrestar a personajes clave.

El asunto es interesante y la película está bien hecha. Es ilustrativa, por otro lado, de un fenómeno más o menos reciente en el cine internacional, que queda especialmente evidente en la mayoría de las películas de Netflix y sitios similares, y es quizá una consecuencia de la profusión de escuelas de cine y de la fácil disponibilidad de cine de todas las épocas para conocer, entusiasmarse y estudiar. Hace 40 años esta película hubiera llamado la atención por su brillo técnico y sus recursos ingeniosos. Pienso, por ejemplo, en la escena inicial en las calles de Marsella (dos tipos en una moto), con el montaje ágil, la cámara baja potenciando el efecto de velocidad, el grafismo poderoso de las imágenes, y recuerdo el impacto que fue ver todas esas cosas en Diva (1981, de Jean-Jacques Beineix), y qué comunes lucen ahora. La French parece una recopilación de ideas ya transitadas, aplicadas en forma prolija por un alumno atento y ansioso de volcar los ejemplos que los profesores mostraron en clase, o las reglas que le dictaron.

Hay un momento en que la policía va a invadir un laboratorio de refinamiento de droga, y sus movimientos acercándose a la casa se alternan con imágenes de adentro del laboratorio. De pronto la policía entra y, oh sorpresa, es una residencia común, sin nada de lo que estábamos viendo. Es decir, el montaje alternado fue engañoso: el laboratorio sí existe y sí estaba en actividad, pero no se correspondía con la casa a la que los policías se estaban acercando. Este fue un efecto muy ingenioso puesto de moda en El silencio de los inocentes (1990, de Jonathan Demme).

Todos los hilos están a la vista. En las partes en que la mafia lleva ventaja, hay una secuencia de montaje de los policías laburando, sacrificándose, pasándola mal, alternados con los bandidos, que están haciendo las tales festicholas. Luego viene el momento contrario, cuando Michel se pone duro, y entonces los policías celebran sus triunfos y los bandidos están preocupados, teniendo que ocultarse, perdiendo plata. Pese a que la película humaniza a Tany Zampa, al punto de que lo queremos un poquito, deja bien clarita la posición tomada por el lado de la honestidad al exponer, con música tristona, los destrozos que la droga opera en una adolescente de ojos preciosos. Un primer encuentro de Michel con el comisario da lugar a una charla expositiva sobre la estructura de las actividades mafiosas en Marsella, que las imágenes ilustran en forma casi documental. Es sabido que toda película “debe” tener un desarrollo (el tercero de cuatro actos) en que la historia se tranca y la situación parece desesperada. Este es el momento en que Pierre Michel se percata de la dimensión de la corrupción policial, que compromete las investigaciones y la efectividad real de las acciones policiales, los mafiosos parecen imbatibles y, además, la mujer del juez lo abandona y él extraña a sus hijas. En fin, todo va mal. Pero cuando Michel finalmente llama a la mujer por teléfono y dice que la extraña y la necesita (momento para una exhibición actoral del actor principal en una escena intensa, que toda película “debe” tener), de pronto el mundo entero parece hacer un clic y todo vuelve a avanzar. Es casi como si la mujer y las hijas de Michel fueran el termómetro lírico que muestra qué bien o qué mal avanza la investigación. Porque –esto también “se sabe”– el público es más susceptible a emocionarse por empatía con los aspectos más inmediatos, concretos, pasibles de ser mostrados en pantalla (amor de pareja, lazos de familia, enfrentamientos personales) que con abstracciones como “la lucha contra el crimen”. En la escena del asesinato de Michel, entonces, no sentiremos la pérdida de una persona útil y dedicada, sino la del marido y papá de dos niñas encantadoras que lo esperaban para el almuerzo.

Conexión Marsella (La French). Dirigida por Cédric Jimenez. Con Jean Dujardin, Gilles Lellouche, Benoît Magimel. Francia / Bélgica, 2014. +Cinemateca.