Son tres mujeres de teatro multifacéticas. Son actrices, directoras, profesoras que han hecho de la escena un espacio necesario: Marisa Bentancur, Gabriela Iribarren y María Mendive, las protagonistas de Ana contra la muerte, de Gabriel Calderón. Nos encontramos en el Instituto de Actuación de Montevideo (IAM), una escuela de formación integral del artista creada por ellas, hace ya 20 años. Me reciben con la energía que las caracteriza, definiendo el espacio, como buenas directoras de escena. Les propongo hablar del reestreno de una obra que no habla de la muerte, sino de la dimensión que alcanza un ser humano cuando no le queda nada que perder. Ana contra la muerte nos adentra en una temática del universo trágico en el sentido griego, pero desde una perspectiva actual. Es la lucha de quien se niega a aceptar el destino como algo inamovible.

Ana está sola. Mientras el sistema reproduce artilugios para proteger intereses materiales, Ana debe resolver, en su inmediatez vital, qué hacer cuando la vida de su hijo está en peligro y ella no tiene los recursos para enfrentar la situación. ¿Podemos juzgar a una mujer que, atravesada por las circunstancias, es obligada a transgredir los límites de la ley? ¿Qué pasará cuando se vea forzada a levantarse contra todo, hasta convertirse en un problema para el sistema? El arte ocupa un lugar clave en nuestra sociedad y desde ahí levanta todas las pantallas que nos impiden ver. Calderón nos enfrenta a una realidad descarnada. Nos provoca, para que seamos capaces de comprender lo que sucede más allá de las fronteras del privilegio.

Mientras nos acomodamos para conversar les propongo un disparador. Es todo lo que necesitan para transformar la entrevista en un hecho teatral en que se conjugan la voz, el cuerpo y el alma. Les pregunto sobre el proceso creador de la obra, y el ejercicio de memoria las retrotrae varios años. Desde el día en que le piden a Calderón que les escriba algo hasta el momento en que les entrega una escena hay un salto temporal que en el relato vuelve como si hubiera sido un instante, aunque pasaron más de 12 años. La dramaturgia de Calderón tiene ciertas claves reconocibles, como el humor y lo fantástico, entre otras, que eran esperables para las actrices. Sin embargo, en esta oportunidad, movilizado por un hecho real, el autor decide recorrer otros caminos e instala en escena una historia que no deja espacios para la distracción. En ese sentido, dice Gabriela: “Fue un impacto darnos cuenta de que íbamos a hacer un Calderón distinto, y al mismo tiempo fue muy estimulante cuando nos dijo que él hacía esa obra si contaba con nosotras tres, porque quería probar una escritura más clásica”.

Ese recuerdo se vuelve un hilo conductor que las tres van entretejiendo, en una memoria común. Mientras hablan me llevan al primer encuentro, cuando se produjo la lectura del núcleo de la obra, lo único que había escrito el dramaturgo hasta ese momento. María intercepta el relato para explicar: “Gabriel nos dijo que iba a escribir la obra si aceptábamos la línea de acción propuesta en esa primera parte. Nos leyó la escena y las tres quedamos atravesadas. Nos empujó la obra, un texto que se venía intenso y muy bien escrito. Así que aceptamos el desafío de ponerle el cuerpo”.

Me cuentan cómo, desde ese instante, Calderón escribía y les traía a los ensayos cada escena, como un mecanismo de gestación conjunta. Él, desde la escritura y la dirección. Ellas, dando vida a los personajes. Se percibe en ese proceso el retorno a una forma original del teatro en la que la creación es, en cierta forma, un diálogo entre dramaturgo y actores.

Mientras hablan, voy comprendiendo el complejo entramado del que forman parte y que les da una singularidad artística bien definida. Sin duda, las mueve la pasión que sienten por lo que hacen, y muy especialmente la visión de cómo lo artístico se amplifica cuando se juntan en el escenario, aún más con un texto que les exige poner al máximo todas las herramientas adquiridas a lo largo de su trayectoria. Se hace visible esto cuando piensan en los primeros ensayos como momentos de impacto emocional. Marisa lo expresa con un grado de asombro que demuestra el rigor con el que trabajan: “Somos actrices, directoras con años de experiencia en el teatro, y aun así las primeras lecturas nos dolían en el cuerpo y en el alma, hasta el llanto”. “Para mí esta obra ha sido de las que me han hecho sentir más plena en mi carrera, sumado al encuentro con dos actrices como María y Gabriela, que te abrazan en escena. Eso despierta una conciencia de que el teatro está vivo ahí, con ellas. Yo siento que soy mejor actriz desde que hago Ana contra la muerte”.

Cuándo la charla dejó de ser una entrevista para convertirse en la oportunidad de asistir a un encuentro íntimo, de tres actrices que se juegan la vida en cada cosa que hacen, no lo sé. Ellas hablan de Ana contra la muerte y, en sus palabras, lo teatral se vuelve también un hecho político en el que se entrelazan la importancia histórica y la manifestación artística que ocurre en cada función, como un acto sagrado de revelación que nace en el escenario e impacta en la platea. Motivada por esta visión de la obra, les pregunto sobre el proceso de creación que va del ensayo al estreno. Gabriela toma la palabra para explicarlo: “Cuando se recibe un material para actuar de esa calidad, hay que ponerle el cuerpo, el alma y materializarlo como actriz. Este fue un proceso difícil. Yo encarno el rol de Ana, una mujer que vive determinadas circunstancias terribles de la vida, y fue muy duro, porque se produjo en mí una mezcla entre la fascinación, la emoción estética que provoca acceder a la actuación a través de un texto como ese, y el impacto emocional que genera colocarte en la situación extrema del personaje. ¿Cómo abordar un rol tan complejo en escena? Es posible gracias al sostén artístico y humano que siento en mis compañeras”.

El diálogo fluye desde el afecto que las une, pero también desde el convencimiento de que el teatro es un acto de compromiso ético en el que apuestan a mostrarlo todo. Se podría decir que ellas hacen teatro y piensan el teatro como una herramienta indispensable de transformación social. En ese sentido María plantea, incluso desde la sorpresa, que a las tres les pasa lo mismo y, a la vez, cosas distintas, que las complementan. “Es un privilegio y un placer transcurrir esta vivencia juntas y con esta obra. Marisa y yo pasamos por diferentes roles y cada uno nos duele, porque son seres de la vida real. Nosotras somos las voces de la injusticia, de las personas que definen el mundo en que vivimos y en donde muchos aparecen adheridos al sistema de manera tal que ni lo cuestionan. Esta obra habla de la injusticia, del amor, de la muerte. De esos temas que nos atraviesan a todos, todos los días. La obra está tan bien escrita, con un conocimiento tan profundo de lo humano, que cada función deja una huella. Para hacerla no alcanza con el oficio: necesitamos el alma, las vísceras y toda nuestra historia”.

Es cierto: Ana contra la muerte es de una exigencia enorme para las actrices y para el espectador. Es que la obra pulsa en escena en cada momento, como si fuera un organismo. Ana se levanta en la escritura de Calderón como un símbolo que ha alcanzado la altura de personajes tales como Mariana Pineda, trascendiendo el hecho específico para complejizar los límites del comportamiento humano. Les pregunto si estamos ante un teatro de denuncia. Gabriela le presta el cuerpo a Ana, entiende su agonía, porque la siente hasta en la respiración; es por eso que responde sin dudar: “Ana es la fuerza, la convicción y la resistencia frente a la muerte. Su historia adquiere una dimensión trágica que nos lleva a esos abismos humanos reconocibles en tantas historias cotidianas”. Marisa, entonces, complementa la idea: “Al principio transitaba esos dolores, que de alguna forma te limitan en la creación, y de a poco fui decodificando el universo infinito de la pieza. Es como una tragedia griega, porque lo contiene todo. Como obra, en su totalidad, puede ser una denuncia de cómo la vida de algunas personas se sostiene en ese débil equilibrio que existe entre la justicia y la injusticia permanente”. Las tres profundizan los niveles de análisis de la obra desde una perspectiva política. “Yo creo que la denuncia surge como una consecuencia de lo que sucede. Esto de naturalizar el dolor, la pobreza, sin cuestionarnos nada. ¿Qué pasa con un sistema judicial que parece abandonar a las personas más vulneradas? Gabriel expone estos hechos, pero lo que importa después es cómo resuena en los espectadores”, agrega María.

¿Qué implica enfrentarnos a la lucha de Ana? ¿Qué nos muestra a través de sus decisiones? Gabriela habla de una rebelión contra absolutos tan deterministas como la muerte o como la idea de un dios. Enfrentarse a esas fuerzas irreductibles que podemos reconocer hace de esa lucha algo universal. “La obra tiene un sesgo existencialista, porque habla de la construcción de la vida a partir de valores como la fuerza, la inteligencia y la grandeza también. Porque Ana pone todos esos componentes. Y lo hace para reivindicar al ser humano como un todo”, explica.

Me dicen que cuando termina la obra salen fortalecidas, con mucha potencia vital. De la misma forma cerramos la entrevista. Tomadas por esa fuerza y convencidas de que este es un teatro imprescindible, con el que nos representarán en los festivales de Cádiz y de Tenerife, a finales de este año.